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Una semana después de que Irlanda se declarase poco menos que en quiebra, una agencia de calificación económica nos recomendó que no invirtiéramos en deuda del país porque nos auguraban pocos éxitos. Gracias, hombre, qué flecha. Es solo la última de las audaces previsiones que estas pitonisas con corbata han lanzado, después de no haber visto venir la mayor crisis mundial desde 1929. Eso, como mucho, se llama deducción. Nosotros, en Quo, sí que vemos venir las cosas y sabemos que los estudios sobre auténticas premoniciones del profesor emérito de Psicología Daryl Bem (Universidad Cornell de Ithaca, EEUU) van a causar tanta polémica como la incapacidad y la cara dura de estas agencias.
Pero lo cierto es que son los primeros que acepta publicar una revista científica, Journal of Personality and Social Psychology, y no un boletín de parapsicología de esos que editan dudosas sociedades que tienen un local con luz tenue y huelen a incienso. Bem empleó un método de estudio que fue a la vez su éxito y su punto más débil: hizo al revés varios experimentos en los que una causa llevaba a un efecto, y logró que ese efecto apareciera sin que aún se hubiera presentado la causa. Así que, por ejemplo, vio que algunos de sus voluntarios se excitaban sexualmente justo antes de ver una foto erótica. Pero ya decimos: ese es su talón de Aquiles, porque el método científico aceptado exige una relación causa-efecto, y hay quien no da validez a esos experimentos.
Recuerdos del futuro
No obstante, la verdad es que casi todas sus conclusiones dan que pensar. Contactamos con el psicólogo por correo electrónico y recibimos los 61 folios de su investigación, donde leemos cómo le ha dado la vuelta a otro test clásico sobre la retentiva: en la versión habitual, te dan una lista de palabras para memorizarla y te dejan afianzar esa memoria escribiendo en un papel algunas de ellas. Luego, cuando te hacen recitar las palabras (sin el papel delante, claro), recuerdas mejor aquellas que escribiste que las que no. Bien, pues Daryl Bem preguntó primero a los voluntarios cuáles recordaban mejor, y luego un ordenador eligió aleatoriamente cuáles de ellas debían repetir por escrito. Y coincidieron: tenían más presentes las que estaban destinadas a anotar en un papel. Es lo que Ben bautiza para nosotros como “mejora retroactiva de la memoria”. Pero quizá el experimento más elaborado es el que jugaba con la capacidad de sorpresa ante la novedad.
Si ya has visto muchas veces una foto excitante o repulsiva, su efecto perturbador se reduce. Pero el autor del experimento dio los pasos en sentido inverso, para ver si sus “cobayas” ya sabían que algo les iba a ser familiar en el futuro y, por tanto, no iba a producirles sobresaltos. Y bingo de nuevo: los estudiantes que hicieron el test se asustaban menos cuando veían por primera vez las fotos desagradables que, más tarde, el ordenador les iba a enseñar muchas otras veces. En cambio, las que solo iban a ver una vez sí les causaban desazón. Es decir, se mostraban habituados de antemano al ver algunas, como sabiendo que en el futuro les iban a resultar conocidas.
Lo que nosotros no supimos ver venir es que el científico no iba a querer darnos una sola opinión en los dos primeros emails, sino escuetas frases citándonos números de páginas de su artículo. En ellas, justifica que se trata de verdaderas premoniciones porque era siempre un ordenador el que elegía a posteriori y de modo aleatorio qué más iba a pasar después de las contestaciones del voluntario, lo cual garantiza que lo que el estudiante había predicho no era telepatía (ver el presente oculto), sino algo que aún no ha ocurrido (ver el futuro), puesto que el programa informático todavía no lo había escogido.
El extravertido visionario
Los periodistas también sabemos predecir que si molestas mucho a una fuente, al final te contesta para que la dejes en paz. Al tercer correo electrónico se confirmaron nuestras predicciones y logramos que respondiera a dos preguntas. La primera: ¿ha observado qué tipo de personas son las más proclives a acertar en la visión del futuro? “Casi todos los estudios realizados entre 1945 y 1994 demuestran que la gente más extravertida saca mejores puntuaciones”. Más concretamente, en su estudio son mejores “visionarias” las personas “con facilidad para aburrirse”, porque “tienden siempre a buscar nuevos estímulos”.
Y la segunda cuestión: ¿sabe cuál puede ser el mecanismo cerebral por el que algunas personas reciben y procesan la información o las “señales” que las llevan a ver el futuro? “No tengo ni idea de cómo lo hacen. Lo que demuestran mis experimentos es que tenemos esa capacidad, pero que no somos conscientes de ello”, contesta. Quizá por eso, él titula su estudio Feeling the future (sentir el futuro), porque son más “clarividencias” inconscientes que verdaderas visiones tipo Minority Report, donde la policía veía la escena completa del crimen antes de producirse.
Bem no es el único que lleva años tras la pista de premoniciones y presentimientos, y él mismo cita los estudios de Bargh y Ferguson (año 2000), acerca de “procesos afectivos y cognitivos que no son controlables con la voluntad y la conciencia”. Ellos y Radin (1997) dieron con esa vía de explorar esta posible capacidad inconsciente del ser humano, abandonando la línea de todos los experimentos anteriores que pretendían demostrar una conciencia completa de las premoniciones. Ese ha sido el gran cambio de enfoque que ha conducido a este tímido éxito.
¿Física cuántica o magia?
Quienes defienden que hay que tener al menos la duda razonable y científica de que el ser humano –y los animales– sabe hacer quinielas ganadoras, ponen un ejemplo muy atinado: los físicos cuánticos han demostrado que entre dos nanopartículas hay un intercambio de energía a distancia, pero cuando hacen mediciones en el camino intermedio, no registran nada. Simplemente, aún no saben bien cómo ocurre (a escala subatómica, las leyes de la física cambian por completo).
Ahora bien, tratar de convencer a una renegada de la causa es aún más difícil que a un escéptico. Susan Blackmore, profesora de la Escuela de Psicología de la Universidad de Plymouth (Reino Unido), pasó 10 años estudiando de modo científico fenómenos que la ortodoxia académica no quiere ni discutir, como experiencias extracorporales, sueños premonitorios, percepción extrasensorial y otros. El director de Quo, Jorge Alcalde, sugirió que habláramos con ella y ya vimos venir que Blackmore iba a aparecer en este reportaje. Tratamos de contactar, pero ni por teléfono, ni por correo, ni por telepatía (era Navidad).
Aun así, ella sí que se está fraguando un futuro, y todo lo que opina del asunto está colgado en su web a modo de mérito. Y leyendo sus artículos se sacan dos conclusiones: que no tenía prejuicios sobre la posibilidad de que existieran las premoniciones (de hecho, también se licenció en Parapsicología), pero que nunca encontró nada que demostrara que podemos ver el futuro. De modo respetuoso, invita al lector a convencerse por sí solo: “Simplemente, haz tú mismo mis experimentos o los de otros investigadores”.
Los olvidos de la astrología
No es mal argumento. Pero es bastante más contundente el que utilizan los astrónomos para desmontar el chiringuito de los astrólogos. Las cartas astrales, que simulan leer tu destino, se basan en la influencia de unos astros sobre otros cuando naciste. Pero los científicos recuerdan dos detalles que los futurólogos obvian sistematicamente: primero, que las constelaciones de las que hablan y que dan origen a los signos del Zodiaco son puras agrupaciones visuales hechas por el hombre antiguo. O sea, entre los cuerpos que forman el Sistema Solar sí existe una interrelación (todos giran alrededor del Sol), pero entre los planetas y estrellas que forman, por ejemplo, Capricornio, no hay ninguna ligazón.
Y segundo: que, aun cuando da la casualidad de que dos de sus componentes pertenecen al mismo sistema, a veces su distancia es tal que su influencia gravitatoria mutua es despreciable. En cambio, sí se ha investigado por qué, aun así, el horóscopo da a veces una escalofriante sensación de tino. La conclusión más aceptada –y que vale también para la grafología, el echado de cartas…– es que en las personas sugestionables se da el efecto Barnum, que lleva el nombre de un showman adivinador del siglo XIX que sabía cómo hacer creer sus clarividencias: si le das a alguien predicciones generales y vagas sobre su vida, pero le convences de que están especialmente extraídas para él, el crédulo realiza la llamada “validación personal”; o sea, ajusta esas generalizaciones a su caso concreto.
Lo demostraba muy gráficamente un experimento de la Universidad de Kansas en la década de 1980, en el que se descubrió que si le decían al voluntario que una predicción valía para gente nacida el mismo día, mes y año que él, la creía más a pies juntillas que si le contaban que era un pronóstico para los nacidos en todo ese mes. La segunda característica que cumplen los “poseídos” por el citado efecto se ve venir: nos convencen más las visiones positivas del futuro que las negativas. Por eso, un horóscopo da muchos más pronósticos halagüeños que deprimentes; o te aconsejan antes una reconciliación que una ruptura con tu esposa.
Otra de las razones por las que hay quien cree que el horóscopo acierta reside en que suelen hablar siempre de dilemas o problemas irracionales (dejar a una pareja, comprar un coche) en los que, por lo tanto, intervienen decenas de elementos incontrolables; y ahí, cualquier argumento vale. Pero las investigaciones sobre la credulidad para con la adivinación sí que no las veías venir: hombres y mujeres somos igual de crédulos y, además, en ello no influye nuestro escalafón social. En suma, dos tópicos que se rompen. Y ahora, silencio… Lo noto. Lo percibo claramente. Me voy a quedar sin espacio para contar todo lo que quería.
La intuición se educa
Muchos intuimos qué es la intuición, pero solo los científicos han logrado aislarla y medirla. Investigadores del University College de Londres (Reino Unido) y de la Universidad Pierre et Marie Curie (Francia) demostraron en 2008 que el cerebro mejora inconscientemente el sistema que memoriza y ordena las consecuencias de nuestros actos para modificar los comportamientos (aprendizaje instrumental subliminal).
Es decir, somos capaces de recibir y procesar señales casi imperceptibles para aplicarlas a nuestras decisiones futuras. Y ponían un ejemplo fácil de entender: un médico que capta sin saberlo signos de cierto tipo en todos los enfermos de psoriásis que visita cada vez atina mejor con el diagnóstico y con el tratamiento. Y en realidad no se da cuenta. ¿Es a eso a lo que llamamos premonición?
10 segundos para predecir y ¡bingo!
En su libro Inteligencia intuitiva (Taurus, 2005) Malcolm Gladwell (en la foto) recopiló los últimos avances en materia de intuición. La prueba más reveladora que contaba era la que el psicólogo Nalini Ambady realizó con un grupo de estudiantes, a los que pidió que evaluaran a sus profesores. A unos les puso un vídeo, de 10 segundos y sin sonido, de los maestros dando clase. Y a otros les dejó ir al aula durante 6 meses. Unos y otros pusieron la misma nota a los enseñantes.
No serán tan animales cuando saben predecir
Desde hace tiempo se sospecha que algunos animales presienten los terremotos. Para demostrarlo o desmentirlo, en 2006 el Centro Sísmico de Nanning (China) puso webcams en muchos criaderos de serpientes de su provincia y descubrió que los reptiles percibían los albores de un sismo a 120 kilómetros de distancia y hasta con cinco días de anticipación, mientras los sismógrafos permanecían mudos. En cambio, los reptiles salían de sus madrigueras por riesgo de hundimiento. Por su parte, en 2004 el Hospital Infantil de Alberta descubrió que el 15% de los perros puede prevenir hasta el 80% de los ataques epilépticos de sus pequeños amos (y nunca avisaban en balde). Puede que ellos vean señales que los médicos no saben interpretar aún. También las ardillas rojas americanas saben prever la cantidad de semillas que habrá en el bosque. Se sabe porque, meses antes, ajustan el número de crías que tienen dependiendo de ello.