Al preparar el reportaje me sorprendió el mohín de rechazo con que la mayoría de mis compañeros escuchaban la pregunta. El alimento que buscamos desesperadamente nada más llegar al mundo parece perder su carisma superada la edad de guardería. Sin embargo, cada vez más laboratorios se preparan para beneficiar con sus excelencias a toda la sociedad. Eso sí, sin biberón de por medio.
La sospecha de que la bondad de la leche materna no se limita a la nutrición empezó a abrirse paso con estudios que comparaban a aquellos que habían crecido amamantados con quienes habían recibido leche artificial. Las ventajas de los primeros se han ido revelando con el tiempo: la mitad de diarreas en bebés, mejor visión y desarrollo más rápido en prematuros, y menor propensión a la diabetes, la obesidad, el colesterol y la hipertensión en la edad adulta, entre otras. Cada vez resulta más evidente que ese líquido contiene un primer kit de supervivencia cargado de sustancias y mecanismos antienfermedad cuyos efectos se prolongan hasta la madurez.
Incluso hay quien ha propuesto que esa función precedió a la alimenticia en la evolución: el nutricionista estadounidense Olaf Oftedal aventura que las glándulas responsables de segregar el preciado líquido surgieron con una función hidratante y bactericida en animales que se reproducían mediante huevos. En cualquier caso, los estudiosos se han lanzado a buscar las moléculas responsables de esas misiones defensivas con el objeto de aplicarlas a un público más amplio. Muchas de sus pesquisas ya han dado resultados.
Contra los tumores
Uno de los más sorprendentes fue descubierto por casualidad en 1992, en el laboratorio de Catharina Svangborg, en la Universidad de Lund (Suecia). El compuesto, bautizado con el dramático nombre de HAMLET (por sus siglas en inglés), destruía las células cancerosas de un cultivo preparado para otro tipo de experimentos y respetaba las sanas, lo que ofrecía una prometedora perspectiva para tratamientos sin graves efectos secundarios.
Tras la implicación de otros grupos en su estudio, se ha comprobado su eficacia en laboratorio con 40 tipos de tumores, y el primer estudio con pacientes de cáncer de vejiga confirmó que estos eliminaban las células tumorales por medio de la orina. “En animales también hemos realizado ensayos con tumores cerebrales malignos”, nos cuenta Svangorg, quien explica que HAMLET no es una sola sustancia, sino una combinación del lípido y la proteína más comunes en la leche, que solo adquieren su capacidad letal al unirse y plegarse de una determinada forma. “Y eso únicamente ocurre cuando llegan a un entorno de acidez como el del estómago del bebé”, añade, para destacar inmediatamente que la producción de ambos componentes se va incrementando con el tiempo de lactancia.
Precisión y eficacia
La variación en la dosis, esta vez entre especies, se produce también en la lactoferrina, una proteína que interviene en el metabolismo del hierro, así como en el funcionamiento del sistema inmunitario, especialmente en la defensa contra microbios. “En la leche de vaca solo existe en el calostro, y protege temporalmente tras el nacimiento, mientras que en la leche humana se mantiene relativamente elevada durante toda la lactación”, aclara Miguel Calvo, que dirige junto a Lourdes Sánchez Paniagua el Grupo de Ciencia de la Leche de la Universidad de Zaragoza. Es solo uno de los indicios de que “la lactancia es un mecanismo muy eficiente y, además, muy adaptado a cada especie”, añade Calvo. Por eso tiene sentido buscar las formas específicamente humanas de cada sustancia si se quieren emplear como medicamento.
Su grupo colabora con el equipo argentino que ha logrado que la vaca Rosita dé lactoferrina humana. Ahora falta comprobar que esta se pueda distinguir de la vacuna y cumpla las funciones que se esperan de ella, antes de pensar en la viabilidad de la fabricación de medicamentos. El único intento en esta dirección lo realiza la empresa japonesa Nikken, con unas píldoras que han conseguido reforzar el sistema inmunitario en cerdos; aunque las cuentas aún no salen, ya que necesitan casi cuatro litros de leche de vaca transgénica para una sola pastilla de lactoferrina.
Empujón inmunológico
En cuanto a la producción de este tipo de proteínas por medio de modificaciones genéticas en plantas, animales y bacterias, Europa podría encontrarse en desventaja respecto a otros países debido “a nuestra exigente legislación para comercializar transgénicos como consecuencia de la mala imagen de la biotecnología ante el público”, argumenta Miguel Calvo.
En este caso se encontrarán también los recientes avances iniciados por los italianos Riccardo Davanzo y Giorgio Zauli, quienes han identificado la proteína TRAIL como otro posible agente responsable de la actividad anticancerosa de la leche, porque participan en los mecanismos que regulan la cantidad de células que proliferan y que se suicidan en diversos tejidos.
La sospecha de los científicos es que muchas de estas sustancias no atacan directamente a patógenos, sino que activan o fortalecen mecanismos básicos de defensa del cuerpo. En favor de esta visión habla la investigación de Fernando Polack, de la Universidad Johns Hopkins, quien observó que las niñas lactantes que contraían una afección respiratoria la combatían mejor que los niños en las mismas circunstancias. Polack dedujo que la leche potencia o activa un sistema defensivo ya presente en el bebé. Si se descifrase ese mecanismo, podría aplicarse asimismo a adultos.
Esta misma lógica preside también dos investigaciones: la de la proteína CD14, que interviene en el proceso por el que el sistema inmunitario aprende a combatir a los patógenos, y la que ha descubierto la presencia de anticuerpos que neutralizan el VIH en la leche de madres infectadas. La pista seguida por James Friedman, de la Universidad Duke (EEUU), para identificarlos fue precisamente preguntarse por qué solo se contagiaban nueve de cada diez bebés amamantados. Su hallazgo podría abrir nuevas vías de trabajo hacia una vacuna contra el VIH tipo 1, más agresivo que el de tipo 2 y responsable de la pandemia mundial.
Una cura dulce
El papel de la leche materna como barrera entre este virus y el sistema inmunitario se estudia también en el laboratorio de David Newburg, del Boston College (EEUU), quien ha conseguido importantes avances con los componentes mayoritarios del blanco alimento: los llamados oligosacáridos, azúcares que nuestro sistema digestivo no puede asimilar. Los ensayos con la fucosilactosa 2 comenzarán el año próximo. Gracias a un acuerdo con Muhammad Yunus, pionero de los microcréditos, se realizarán en Bangladés y será “el primer oligosacárido producido para consumo humano, que probaremos para prevenir enfermedades diarreicas en niños y en viajeros”, nos escribe Newburg. Su eficacia y la de otros oligosacáridos resultará decisiva en países en desarrollo, especialmente porque, a diferencia de los antibióticos, no fomentan la resistencia a los patógenos.
Así y todo, nadie ha probado que la leche materna, tal cual, tenga un efecto medicinal. Por si estabais pensado en pedir un buen vaso.
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