¿Qué hacía Snoopy en las canchas de tenis de Melbourne el pasado 14 de enero durante el campeonato Abierto de Australia? “Esto es muy raro”, pensó ante tal visión el tenista canadiense Frank Dancevic, mientras disputaba su primer set contra el francés Benoît Paire. Sobre la pista, un sol de justicia elevaba la temperatura por encima de los 42ºC. Poco después, la imagen de Snoopy se esfumó y el deportista se desplomó.
Bien dijo Dancevic, una vez recuperada la consciencia: “El sol te calienta el cuerpo, pero te quema el cerebro”. Son cosas que pasan cuando la máquina humana se encuentra al límite, pero también en circunstancias más cotidianas.
Confundir a un desconocido con tu madre
El neurólogo y profesor de la Universidad de Columbia Oliver Sacks ha sido testigo de cientos de relatos como este, de alucinaciones que pasan por el cerebro de gente corriente sin que signifique necesariamente locura, ni estigma. En su libro Alucinaciones, recoge entre otros muchos testimonios un percance similar que le ocurrió a un triatleta que competía en el Triatlón Ironman de Hawái, una prueba con temperaturas extremas y largas horas de monotonía. Cuando llevaba cinco kilómetros, confundió a dos desconocidos con su mujer y su madre. Al propio Oliver Sacks un defecto en la visión le mantiene en permanente alucinación. “Veo patrones geométricos”, dice, “y si miro al techo, observo figuras que se asemejan a letras o palabras que aparecen y se diluyen de inmediato”. Por esto, y por experiencias propias vividas a veces bajo efectos del LSD y otros alucinógenos con los que experimentó y tanteó lo que la mente es capaz de hacer, el neurólogo es una fuente casi inagotable de información para entender por qué alucinamos. Ya mencionó el fenómeno en El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, pero en los últimos años las técnicas de neuroimagen le han permitido constatar que las alucinaciones más simples surgen en las áreas sensoriales vinculadas con la percepción.
Entre el 10 y el 20% de las personas que pierden la vista o el oído tienen alucinaciones visuales y auditivas
Emilio Gómez Milán, profesor de Psicología Experimental y Fisiología del Comportamiento en la Universidad de Granada, lo ilustra con el ejemplo, más universal: “Don Quijote veía gigantes en lugar de molinos de viento. Alucinar es ver lo que no hay. Se da un contraste entre nuestra expectativa o hipótesis (pueden ser ideas, sentimientos, emociones, sospechas) y los datos de la realidad, con sesgo confirmatorio; es decir, vemos lo que queremos ver. Con muy pocos indicios (datos parciales, confusos…) verificamos nuestra hipótesis y saltamos a conclusiones”. Pero ¿Cómo explica la neurología estas alucinaciones? “Normalmente”, dice Gómez Milán, “se asocia un mal funcionamiento de ciertas piezas cerebrales o sus conexiones. Por ejemplo, si el lóbulo frontal nos permite razonar y el temporal sentir, cuando hay incongruencia entre lo que siento (nada) y lo que veo (a mi padre, por ejemplo) por desconexión entre estas áreas, predominaría la parte emocional y confabulará: Tú no eres mi padre”. En cierta medida, todos alucinamos a cada momento. “Nuestro cerebro no es una máquina de contraste de hipótesis científica u objetiva, sino que tiene sesgos como este”, añade.
No estamos locos
Alucinamos al ver, al pensar, al dormir. Todo el rato jugamos a un contraste entre ideas y datos con un mínimo esfuerzo y a partir de indicios parciales, prejuicios, contexto… que nos llevan a alucinar.
No hace falta ni enfermedad mental, ni alcohol, ni drogas para alucinar y ser víctimas de nuestros celos, sospechas, cansancio, prejuicios, creencias previas, hambre, oscuridad, privación sensorial, egocentrismo, etc. “El número de desencadenantes es múltiple”, insiste Gómez Milán. “Nuestro cerebro es perezoso, tiende a hacer el mínimo esfuerzo y no trabaja con la realidad, sino con una representación o interpretación de la realidad más o menos acertada.”
Pero el simple síntoma de oír voces ha sido a menudo suficiente para un diagnóstico inmediato y categórico de esquizofrenia. Hay personas que describen un verdadero calvario cargando con la sospecha de la enfermedad mental hasta encontrar un médico que se ha preocupado por buscar las auténticas causas de sus alucinaciones.
“Ese origen puede estar”, apunta Sara García-Ptacek, neuróloga del Hospital Clínico San Carlos, “en cualquier punto entre el órgano sensitivo y la alucinación; y puede afectar a la vista, al oído, al gusto, al olfato, al tacto o a varios sentidos a la vez. Hay ciertas alucinaciones olfativas que radican en la nariz, no en el cerebro”. Y está el síndrome de Charles Bonnet, por ejemplo. Quienes lo padecen comienzan a tener visiones a medida que les va fallando la vista.
Gente con vestidos orientales
En 2006, Oliver Sacks recibió una llamada de emergencia de una residencia para comunicar que una de sus residentes, Rosalie, una mujer de más de 90 años, había empezado a tener extrañas alucinaciones que parecían “extraordinariamente reales”. A pesar de su ceguera, Rosalie veía gente con vestidos orientales que subía y bajaba, animales, nieve blanca que se arremolinaba. “Ahora veo muchos niños. Llevan colores vivos”. Llevaba varios días viendo estas escenas y mientras alucinaba tenía los ojos abiertos y sus ojos se movían. “Ese gesto de mirar o escudriñar no ocurre con las escenas imaginadas”, sentencia Oliver Sacks. Un equipo de psiquiatras ya había descartado el alzhéimer y cualquier otro trastorno mental. También Sacks la observó concienzudamente y no observó nada que sugiriese confusión. “Parecía bastante cuerda y muy vigorosa para sus años, pero al examinar sus ojos comprobé el desastroso estado de sus retinas. Le expliqué que sus alucinaciones son una reacción del cerebro a la pérdida de visión”.
A veces, la gente que sufre el síndrome de Charles Bonnet tiene alucinaciones con letras, textos, números o notas musicales. Otras veces son caras, casi siempre desconocidas y deformes, o al menos poco precisas. Alucinaciones semejantes pueden darse cuando el daño no está en el ojo, sino en zonas superiores, sobre todo las áreas corticales que participan en la percepción visual. E igual que entre el 10 y el 20% de las personas que han perdido la vista acaban teniendo alucinaciones, un porcentaje parecido de quienes pierden el olfato experimentan su equivalente olfativo.
En este caso, los olores alucinatorios son difíciles de describir, porque son distintos de todos los que hemos experimentado en el mundo real. Las más comunes son las alucinaciones auditivas y, de ellas, la más repetida es oír tu propio nombre. Freud cuenta en Psicopatología de la vida cotidiana que de joven, cuando vivía solo en una ciudad extranjera, a menudo oía que una voz querida, inconfundible, le llamaba por su nombre. Y en dos ocasiones en que se encontró al borde de la muerte, la conciencia del peligro se presentó en forma de alucinación auditiva, como si alguien le advirtiera al oído.
Y aquí está una de las diferencias entre la esquizofrenia y la cordura: “Las voces de los pacientes esquizofrénicos suelen ser amenazadoras, acusadoras, burlonas u hostigadoras. Por el contrario, las de las personas normales a menudo no tienen nada de particular. La mayoría las escucha en secreto y en silencio, ante el temor de que estas voces pudieran ser un indicio de locura o de una grave alteración psiquiátrica”, explica Oliver Sacks.
¿Inspiración artística?
Durante un tiempo, los artistas las interpretaron como musas. Homero, Yeats y Rilke reconocieron que recibían inspiración de alucinaciones. De hecho, de muchos de ellos se ha dicho que en su locura residía parte de su genialidad. Algunos estudios sugieren que este tipo de alucinaciones podrían estar asociadas con la activación anormal de la corteza auditiva primaria, pero la investigación es aún muy escasa y centrada básicamente en pacientes que padecen psicosis.
Pero son el tipo de alucinación, la presencia de otros síntomas, la duración y sus características los que determinan si se trata de un fenómeno patológico o banal, según la neuróloga García-Ptacek. “Muchas alucinaciones asociadas al sueño y a la fatiga extrema solo ocurren una vez, y la persona se da cuenta inmediatamente de que es una percepción falsa. También la migraña puede ocasionar percepciones extrañas, como lucecitas en el campo visual, notar que una parte del propio cuerpo es más grande, ver como a través de agua, etc. Las circunstancias en que pueden ocurrir alucinaciones son muchas: en enfermedades graves, después de una anestesia, bajo los efectos de las drogas o medicamentos…”
La investigación está aún en ciernes, pero lleva a preguntarnos, como hizo Jorge Luis Borges, si acaso existe una realidad objetiva independiente de nuestra apreciación personal o no quedará más remedio que admitir, como él hizo, el carácter alucinatorio de la vida.