En este portal, las uvas se someten a la primera ducha química
El sistema digestivo comienza en la boca. Y en condiciones normales, también el proceso digestivo. Tanto el mecánico como la químico. El mecánico corre a cargo de los dientes, que cortan, trocean y trituran la comida; la saliva, que se encarga de lubricar el bolo alimenticio en proceso de formación, y la lengua, que contribuye a mezclarlos. Mientras, la digestión química es protagonizada por una enzima presente en la saliva: la amilasa, que ataca los glúcidos y los transforma en maltosa. Otra enzima, la lisozima, desempeña una acción desinfectante al atacar a muchas de las bacterias presentes en los alimentos.
El primer paso: cuestión de fe
Esto, claro está, es lo que sucede en condiciones normales, porque, a la hora de tomar las doce uvas de fin de año, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. En este caso, o eres un ser privilegiado con unas mandíbulas dignas de Flash, o no tendrás más remedio que prescindir casi por completo de la “digestión bucal” y recurrir a un plan alternativo basado en la confianza ciega; fiarlo todo a: A) tamaño de tus tragaderas, y B) a la resistencia de tu estómago, al que, hoy sí, más le vale ser a prueba de bombas.
Mejor cuanto más pequeñas
Afortunadamente, la tradición está de tu parte al haber elegido precisamente estos pequeños frutos: la forma esférica de las uvas y su textura hacen más fácil el trago –nunca mejor dicho–; sobre todo porque, como sabemos que eres bastante espabilado, te habrás tomado la molestia de seleccionar unos ejemplares de pequeño tamaño. Además, saltarse esta parte de la digestión química es prácticamente anecdótico en el caso de las uvas, ya que, debido a su composición (80% agua y 15% azúcares simples: glucosa y fructosa), no la van a echar de menos.