La advertencia mítica de “Te vas a terminar todos los vegetales”, ahora tendrá un nuevo significado si Henry Daniell, tiene éxito en su búsqueda de vacunas comiendo vegetales

Daniell, biólogo molecular, lleva una década investigando el desarrollo de vacunas desde un ángulo diferente. La idea surgió, según él mismo declara, al reconocer lo que percibía como una injusticia contra los derechos humanos: los elevados precios de los medicamentos para enfermedades crónicas o prolongadas.

“El interferón – señala Daniell en un comunicado –, un medicamento contra el cáncer, cuesta entre 30.000 y 40.000 dólares por un tratamiento de cuatro meses, y casi la mitad de la población mundial gana 5 euros o menos por día. Para mí, hay algo moralmente incorrecto en eso. Si tenemos algo que salva vidas, tenemos la obligación de ponerlo a disposición de todos”.

Así, para Daniell, una posible solución es convertir a los vegetales, al menos a algunos, en una forma de suministro de medicamentos. Esto tendría varias ventajas. Debido a que las vacunas contienen patógenos, deben refrigerarse, lo que aumenta su precio y dificulta su llegada a determinados sitios. En el caso de algunas plantas la refrigeración no sería necesaria . Obviamente en estos momentos está centrado en una vacuna contra el SARS-CoV-2.

Las plantas tienen varias propiedades que se prestan bien para producir y transportar moléculas biomédicas en el cuerpo. Primero, sus células son totipotentes, es decir, los diferentes tejidos de una planta se pueden cultivar a partir de una sola célula en una placa de cultivo. Esta característica permite a los científicos realizar modificaciones en una célula vegetal y, a partir de ella, cultivar una planta en la que cada célula tenga esas modificaciones.

También tienen paredes fibrosas hechas de celulosa, que las enzimas humanas no pueden descomponer, aunque sí pueden ser degradadas por los microbios que residen en el intestino. Esta característica permite que las proteínas terapéuticas introducidas dentro de las células vegetales viajen a través de nuestros sistemas digestivos antes de ser liberadas en el intestino, donde pueden entran en el torrente sanguíneo.

Además, debido a que las plantas son alimentos comúnmente consumidos, la mayoría de las personas no serían alérgicas a ellos, como podrían serlo a algunos medicamentos producidos sintéticamente o aquellos basados ​​en proteínas de huevo.

Finalmente, las plantas se pueden cultivar fácilmente. Daniell afirma que con menos de un kilómetros cuadrado de plantas de tabaco genéticamente modificadas, podría producir suficiente vacuna contra el ántrax para inmunizar a todas la población de Estados Unidos.

Pero, ¿hay vacunas como estas ya? Sí. Un equipo liderado por Daniell publicó un artículo en Journal of Plant Biotechnology en el que describen plantas de lechuga diseñadas para expresar una proteína que estimula el páncreas para producir insulina. En otro estudio, publicado en PNAS, señalan la capacidad de bloquear la reacción inmune severa y la muerte en ratones hemofílicos.

Su laboratorio también ha desarrollado vacunas orales contra el cólera, la malaria, la tuberculosis o el ántrax.

También hay quienes han creado otras contra la poliomielitis, la hepatitis B, la rabia o el virus del papiloma humano. Hasta principios de año se habían obtenido 97 vacunas experimentales con esta metodología.

La planta más utilizada en este tipo de investigaciones es la Nicotiana benthamiana, un pariente cercano del tabaco, debido a su biomasa, fácil manejo de laboratorio y rápido crecimiento. Pero los científicos también han trabajado con otros cultivos, como lechuga, zanahorias, patatas, arroz, tomates y maíz, entre otros.