Ben Singh, University of South Australia; Carol Maher, University of South Australia y Jacinta Brinsley, University of South Australia

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El mundo se enfrenta actualmente a una crisis de salud mental, con millones de personas que sufren depresión, ansiedad y otros trastornos mentales. Según estimaciones recientes, casi la mitad de los australianos sufrirán un trastorno mental en algún momento de su vida.

Los trastornos mentales suponen un gran coste tanto para el individuo como para la sociedad, y la depresión y la ansiedad se encuentran entre las principales causas de carga de morbilidad relacionada con la salud. La pandemia de COVID está agravando la situación, con un aumento significativo de las tasas de trastornos psicológicos que afectan a un tercio de la población.

Aunque los tratamientos tradicionales, como la terapia y la medicación, pueden ser eficaces, nuestra nueva investigación pone de relieve la importancia del ejercicio para controlar estas afecciones.

Nuestro reciente estudio publicado en el British Journal of Sports Medicine revisó más de 1.000 ensayos de investigación que examinaban los efectos de la actividad física sobre la depresión, la ansiedad y el malestar psicológico. Se demostró que el ejercicio es una forma eficaz de tratar los problemas de salud mental, y que puede ser incluso más eficaz que la medicación o la psicoterapia.

Más duro, más rápido, más fuerte

Se revisaron 97 documentos de revisión, que incluyeron 1 039 ensayos y 128 119 participantes. Se halló que realizar 150 minutos cada semana de diversos tipos de actividad física (como caminar a paso ligero, levantar pesas y yoga) reduce significativamente la depresión, la ansiedad y el malestar psicológico, en comparación con la atención habitual (como los medicamentos).

Las mayores mejoras (según los propios participantes) se observaron en personas con depresión, VIH, enfermedad renal, mujeres embarazadas y puérperas y personas sanas, aunque se observaron claros beneficios en todos los grupos de población.

Cuanto mayor es la intensidad del ejercicio, más beneficioso resulta. Por ejemplo, caminar a paso ligero, en lugar de caminar al ritmo habitual. Y hacer ejercicio durante seis a doce semanas tiene los mayores beneficios, en lugar de períodos más cortos. El ejercicio a más largo plazo es importante para mantener las mejoras en la salud mental.

¿Cuánto más eficaz?

Al comparar el tamaño de los beneficios del ejercicio con otros tratamientos comunes para las enfermedades mentales de revisiones sistemáticas anteriores, nuestros hallazgos sugieren que el ejercicio es alrededor de 1,5 veces más eficaz que la medicación o la terapia cognitivo-conductual.

Además, el ejercicio tiene beneficios adicionales en comparación con los medicamentos, como un coste reducido, menos efectos secundarios y beneficios adicionales para la salud física, como un peso corporal más saludable, una mejor salud cardiovascular y ósea, y beneficios cognitivos.

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El ejercicio es más barato que la medicación y tiene menos efectos secundarios.
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Por qué funciona

Se cree que el ejercicio repercute en la salud mental a través de múltiples vías y con efectos a corto y largo plazo. Inmediatamente después del ejercicio, el cerebro libera endorfinas y dopamina.

A corto plazo, esto ayuda a mejorar el estado de ánimo y a amortiguar el estrés. A largo plazo, la liberación de neurotransmisores en respuesta al ejercicio promueve cambios en el cerebro que ayudan con el estado de ánimo y la cognición, disminuyen la inflamación y refuerzan la función inmune, todo lo cual influye en nuestra función cerebral y salud mental.

El ejercicio regular puede mejorar el sueño, que desempeña un papel fundamental en la depresión y la ansiedad. También tiene beneficios psicológicos, como el aumento de la autoestima y la sensación de logro, todos ellos beneficiosos para las personas que luchan contra la depresión.

No es un tratamiento tan «alternativo»

Los resultados subrayan el papel crucial del ejercicio físico en el tratamiento de la depresión, la ansiedad y el malestar psicológico.

Algunas directrices clínicas ya reconocen el papel del ejercicio; por ejemplo, las Directrices Clínicas de Australia y Nueva Zelanda sugieren medicación, psicoterapia y cambios en el estilo de vida, como el ejercicio.

Sin embargo, otros organismos importantes, como la American Psychological Association Clinical Practice Guidelines, insisten únicamente en la medicación y la psicoterapia, y consideran el ejercicio como un tratamiento «alternativo», en la misma categoría que tratamientos como la acupuntura.
Aunque la etiqueta «alternativo» puede significar muchas cosas cuando se trata de un tratamiento, tiende a sugerir que se sitúa fuera de la medicina convencional o que no tiene una base empírica clara. Ninguna de estas dos cosas es cierta en el caso del ejercicio para la salud mental.

Incluso en Australia, la medicación y la psicoterapia suelen recetarse más que el ejercicio. Esto puede deberse a que el ejercicio es difícil de prescribir y controlar en entornos clínicos. Y los pacientes pueden resistirse porque se sienten bajos de energía o motivación.

Pero no lo hagas todo solo

Es importante tener en cuenta que, aunque el ejercicio puede ser una herramienta eficaz para controlar los trastornos mentales, las personas con trastornos mentales deben trabajar con un profesional sanitario para desarrollar un plan de tratamiento integral, en lugar de iniciar por su cuenta un nuevo régimen de ejercicio.

Un plan de tratamiento puede incluir una combinación de enfoques de estilo de vida, como hacer ejercicio con regularidad, seguir una dieta equilibrada y socializar, junto con tratamientos como la psicoterapia y la medicación.

Pero el ejercicio no debe verse como una opción «apetecible». Es una herramienta poderosa y accesible para controlar la salud mental, y lo mejor de todo es que es gratis y tiene muchos beneficios adicionales para la salud.

The Conversation

Ben Singh, Becario de Investigación, University of South Australia; Carol Maher, Profesora, Lider emergente de Medical Research Future Fund, University of South Australia y Jacinta Brinsley, Becaria de investigación postdoctoral, University of South Australia

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.