Una conexión recién descubierta entre dos regiones cerebrales podría determinar la gordura y  ayudar a regular cuánto comemos

La grasa corporal está regulada por el cerebro a través de una compleja red de señales hormonales y neuronales. El hipotálamo, una región del cerebro, juega un papel crucial en este proceso al integrar señales de diferentes partes del cuerpo sobre el estado energético y las reservas de grasa. Hormonas como la leptina, producida por las células adiposas, y la insulina, secretada por el páncreas, informan al hipotálamo sobre los niveles de energía y grasa disponibles. Cuando estas hormonas se unen a sus receptores en el hipotálamo, se activan vías neuronales que regulan el apetito, el gasto energético y el metabolismo de la grasa. De esta manera, el cerebro ajusta la ingesta de alimentos y el uso de energía para mantener un equilibrio adecuado de grasa corporal.

Pero, ¿por qué algunas personas pueden dejar de comer fácilmente cuando están llenas y otras no, lo que puede conducir a la obesidad?

Un estudio de Northwestern Medicine ha descubierto que una de las razones podría ser una conexión estructural recientemente descubierta entre dos regiones del cerebro que parecen estar implicadas en la regulación del comportamiento alimentario. Estas regiones están relacionadas con el sentido del olfato y la motivación del comportamiento.

Cuanto más débil es la conexión entre estas dos regiones cerebrales, mayor es el Índice de Masa Corporal (IMC) de una persona, informan los científicos de Northwestern.

Los investigadores descubrieron esta conexión entre el tubérculo olfativo, una región cortical olfativa que forma parte del sistema de recompensa del cerebro, y una región del mesencéfalo denominada gris periacueductal (PAG), implicada en el comportamiento motivado en respuesta a sensaciones negativas como el dolor y la amenaza, y potencialmente en la supresión de la alimentación. El estudio se publica en la revista Journal of Neuroscience.

Investigaciones anteriores realizadas en Northwestern por Thorsten Kahnt, coautor del estudio y actualmente en los Institutos Nacionales de Salud, han demostrado que el olor de la comida es apetitoso cuando se tiene hambre. Pero el olor es menos apetecible cuando se come ese alimento hasta saciarse.

El olor y el cerebro

Los olores desempeñan un papel importante a la hora de guiar comportamientos motivados como la ingesta de alimentos y, a su vez, la percepción olfativa se modula en función del hambre que tengamos.

Los científicos no acaban de comprender los fundamentos neuronales de la contribución del sentido del olfato a la cantidad que comemos.

«El deseo de comer está relacionado con el atractivo del olor de la comida: la comida huele mejor cuando se tiene hambre que cuando se está lleno», explica Guangyu Zhou, autor del estudio y profesor adjunto de neurología en la Facultad de Medicina Feinberg de la Universidad Northwestern. «Pero si se alteran los circuitos cerebrales que ayudan a guiar este comportamiento, estas señales pueden confundirse y hacer que la comida resulte gratificante incluso cuando se está lleno. Si esto ocurre, el IMC de una persona podría aumentar. Y eso es lo que hemos descubierto. Cuando la conexión estructural entre estas dos regiones cerebrales es más débil, el IMC de una persona es mayor, de media».

Aunque este estudio no lo demuestra directamente, los autores del estudio plantean la hipótesis de que las redes cerebrales sanas que conectan las áreas de recompensa con las áreas de comportamiento podrían regular el comportamiento alimentario enviando mensajes que digan al individuo que comer ya no le sienta bien cuando está lleno. De hecho, comer en exceso sienta mal. Es como un interruptor en el cerebro que apaga el deseo de comer.

Pero las personas con circuitos débiles o alterados que conectan estas áreas pueden no recibir estas señales de parada y seguir comiendo aunque no tengan hambre, señalan los científicos.

«Entender cómo funcionan estos procesos básicos en el cerebro es un requisito previo importante para futuros trabajos que puedan conducir a tratamientos para comer en exceso», dijo la autora principal Christina Zelano, profesora asociada de neurología en Feinberg.

Cómo funcionó el estudio

Este estudio utilizó datos cerebrales de resonancia magnética -imágenes neurológicas- del Proyecto Conectoma Humano, un gran proyecto multicéntrico de los NIH diseñado para construir un mapa de red del cerebro humano.

Zhou, de Northwestern, halló correlaciones con el IMC en el circuito entre el tubérculo olfativo y la región media del cerebro, el gris periacueductal. Por primera vez en humanos, Zhou también trazó un mapa de la fuerza del circuito a través del tubérculo olfativo, y luego replicó estos hallazgos en un conjunto de datos cerebrales de resonancia magnética más pequeño que los científicos recogieron en su laboratorio de Northwestern.

«Serán necesarios más estudios para descubrir los mecanismos cerebrales exactos que regulan la conducta alimentaria», afirma Zelano.

Resumen:

  • Una región está relacionada con el olfato y la recompensa, y la otra con sensaciones negativas como el dolor.
  • Cuando la conexión entre estas regiones cerebrales es débil, las personas tienen un mayor IMC.
  • La comida puede seguir siendo gratificante, incluso cuando estas personas están llenas.

REFERENCIA

Structural connectivity between olfactory tubercle and ventrolateral periaqueductal gray implicated in human feeding behavior