El pie ha pasado de la indiferencia a ser un objeto afrodisíaco. Ya no hay página erótica que no tenga un apartado dedicado al tema. Algunas, como footlifestyle.com, tratan solo de ellos: decenas de chicas enseñan sus pies en las más variadas posiciones. Lo mismo pasa con la publicidad. La cadena televisiva alemana eUrotic exhibe un bellísimo spot donde, al compás de La cabalgata de las valkirias, de Wagner, un pie es desnudado y “poseído”. En otra página de anuncios encontramos este reclamo: “Chicas de pies bonitos en Valencia. Oferta de empleo: se precisan chicas para sesión fotográfica sobre erotismo del pie femenino. Imprescindible ser mayor de 18 años y tener los pies bonitos”.
Los seducidos por el pie forman ya legión. Francisco, un serio y maduro ejecutivo, se comporta como un niño cada vez que ve un pie hermoso: “No puedo evitar fotografiarlos”, relata en un blog. “Saco el móvil y pido permiso. En una discoteca, en el metro, por la calle… He llegado a hacerlo en reuniones, aunque sé que podrían considerarme un obseso. Pero la pasión ante un pie sugerente es irresistible. Tengo montones de álbumes con pies”. Pero Francisco no es el único. “Me excita ver los pies, olerlos, tocarlos… Solamente imaginármelos me puede llevar al orgasmo”, confiesa Daniel, un joven mexicano. Ni Francisco, ni Daniel son pervertidos. Los pies empezaron a ser objeto de culto en China, bajo el reinado de Li Yu, que tenía más de poeta que de emperador y adoraba los pies. Fue su esposa, Yao-niang, la que comenzó a vendárselos para reducirlos. A partir de ella y hasta 1912, fecha en que se prohibió esta práctica, las chinas de alta alcurnia y las prostitutas se vendaron los pies desde niñas con objeto de lograr unos apéndices diminutos que, para sus coetáneos, resultaban afrodisíacos.
Podían, así, permitir que un hombre tocara accidentalmente los senos o el sexo de una mujer, pero jamás sus pies. Por lo general, ni al marido le estaba permitido verlos desnudos. Para calzarse, las señoras se encerraban en sus aposentos. Ni siquiera era fácil verles el calzado, porque se lo cubrían con unas polainas atadas desde la pantorrilla. Los famosos “manuales de alcoba”, que incluían cientos de explícitas posturas sexuales, no representan nunca los pies desnudos. Cuando un chino quería llevarse a una chica al huerto, hacía mil cabriolas hasta que, como quien no quiere la cosa, le rozaba un pie. Si no protestaba, es que todo lo demás estaba permitido y podían comenzar besos, abrazos…
Redacción QUO