Su inventor, Frederick Banting, fracasó en su intento de ser pastor metodista por ser mal orador, y su consulta como cirujano ortopedista en Ontario, Canadá, fue un desastre. En cambió, triunfó como científico: en 1927 le concedieron el premio Nobel. Todo empezó en una noche de insomnio que combatía leyendo la descripción de una autopsia.

El autor explicaba un caso de cálculos pancreáticos que habían obstruido el canal del mismo nom­bre, mientras los islotes de Lan­gerhans permanecían intac­tos. Banting tuvo una inspiración: si se ligaba el canal pancreático de un animal y se esperaba a que el órgano degenerara, se obtendrían islotes de Langerhans intactos, de los que se podría ex­traer la secreción interna (la insulina). En julio de 1921, Banting y su ayudante, Charlest Best, empezaron las investigaciones con perros.

Les provocaban la diabetes quitándoles el páncreas, y después les inyectaban insulina obtenida de bovinos. En una hora, las tasas de azúcar descendían un 40%. El científico August Krog y su esposa, Marie, enferma de diabetes, se interesaron por los trabajos y consiguieron el permiso para fabricar insulina en Dinamarca. Krog y el doctor Hagedorn fundaron en 1922 el Nordisk Insulinlaboratorium (hoy Novo Nordisk), que sigue liderando la producción mundial.

Redacción QUO