Las primeras eran de piedra y medían más de un metro. La red de calzadas que crearon los romanos necesitaba, como las carreteras actuales, señales de tráfico. Lo de limitar la velocidad no tenía mucho sentido entonces, así que las columnas de piedra solo indicaban la dirección para dirigirse a un lugar y la distancia a Roma, la capital del Imperio. En la Edad Media, los signos multidireccionales se convirtieron en algo común en las intersecciones de caminos. Pero las que hoy conocemos, y por las que nos ponen multas, llegaron con la extensión del coche.
En 1895, el Club del Automóvil Italiano ideó las primeras señales «modernas». Sin embargo, había un problema: cuando los conductores pasaban de un país a otro, estas cambiaban. Para evitarlo, en 1909 nueve gobiernos europeos acordaron la utilización de cuatro símbolos para todos los países: peligro, curva, intersección y paso a nivel. Más de veinte años, los transcurridos entre 1926 y 1949, tardaron en unificarse el resto de señales en toda Europa, a las que se sumó Estados Unidos a partir de 1960.
Redacción QUO