Efectivamente, fue el sabio griego quien en el siglo III a. C. ideó un sistema para la elevación del agua o los cereales. Lo conseguía colocándolo dentro de un cilindro hueco y haciéndolo girar. Sigue usándose con ese fin; como elemento de fijación comenzó a utilizarse en el Renacimiento, aunque había un problema: tenían que tallar la rosca una a una.
A partir de la Revolución industrial, en el siglo XIX, se fabricaron en serie.
Redacción QUO