Hasta para menospreciar a alguien hay que manejar tal número de parámetros y variables psicológicas, lingüísticas e históricas que dan ganas de pasarse al bando de los bienhablados. Lo primero que hay que preguntarse es para qué sirve el insulto. La idea más extendida entre psicólogos y lingüistas es que se trata de un sustituto muy civilizado de la agresión física; es decir, los animales responden directamente a peligros, molestias o intrusiones con la violencia pura y dura, pero el hombre ha desarrollado un método intermedio capaz de resolver –a veces– el conflicto de modo indoloro. O incluso como método de “quemar” adrenalina si es que ese era todo el problema. Otros, una minoría, sostienen, en cambio, que un infundio arroja más leña al fuego, que allana el camino a la reyerta.
Quedas expulsado
Pero la mejor definición de su función social la dio el sociólogo Irvin Goffman, quien, en la década de 1970, apuntó que el insulto restituye el orden al “expulsar” o repudiar a alguien que ha contravenido los valores del grupo. Por eso, hay que estar ducho en otra disciplina más antes de atacar: conocer la cultura y la escala de valores de cada país para saber qué es hiriente –porque es de lo que se trata– y qué resulta inocuo. Para empezar, las tradiciones más grupales, como la mediterránea, no soportan que se les miente a la familia y al entorno, mientras que un sujeto más individualista, como un anglosajón, ni se inmuta, pero no soporta atentados contra sus características personales. Jan Pieter van Oudenhoven, un psicólogo de la Universidad de Groningen (Países Bajos) partió de esos supuestos para saber exactamente en qué aspectos centraban sus agresiones verbales 3.000 personas de once países occidentales (véanse algunos detalles más en el cuadro central, abajo). Pero, aparte del factor “colectivista”, quería saber cómo influye el machismo de una sociedad en el modo y en el objeto de los insultos. Los resultados, publicados esta primavera en el International Journal of Intercultural Relations, revelaron que ambos factores se entrelazan de modo complejo y hacen difícil prever las reacciones.
Tonto el que los confunda
INJURIA. En nuestro Código Penal es “la acción o expresión que lesiona la dignididad de otra persona, menoscabando su fama o atentando contra su propia estima”. Un puro insulto, vamos.
CALUMNIA. Es cuando imputas a otra persona una acción que la Ley considera punible. Por la misma regla de tres, llamar “ladrón” a un condenado por robo no siempre es sancionable.
DIFAMACIÓN. Exponer ante otros un hecho cierto o falso que es dañino para la reputación del aludido es difamar. Si ello se hace mediante un medio perdurable (prensa, cartel…), lo llaman libelo.
Redacción QUO
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