Vio la luz en Nueva York y nació de otro invento, un tanto inútil: el tiesto eléctrico. Era un artilugio que consistía en una pila delgada colocada en un tubo, en uno de cuyos extremos había una bombilla. Su objetivo era meramente decorativo: iluminar una planta, de ahí su denominación. El invento fue un fracaso, pero Conrad Hubert pensó que podía tener otras utilidades.Le compró la patente a su entonces jefe, Joshua Lionel Cowen, y modificó el tiesto eléctrico alargando el cilindro. Lo registró en 1898 con el nombre de “lámpara eléctrica portátil”. La idea ha sido una de las más rentables de la historia; cuando Hubert murió, en 1928, dejó más de seis millones de dólares para obras de caridad.

Redacción QUO