Los Picapiedra serían más realistas que las películas que presentan a los primeros Homo sapiens como gente ruda y hablando a gruñidos. No es que nuestros antepasados más antiguos fueran al trabajo en troncomóvil, pero no eran tan diferentes a cómo somos nosotros ahora. Así lo señala un artículo publicado en la revista Current Anthropology.

Su autor, el arqueólogo John Shea, de la Universidad de Stony Brook, en Nueva York (EE.UU.), explica que esta visión errónea se debe a que se han estado buscando evidencias de un “comportamiento moderno”, una cualidad supuestamente única de Homo sapiens, cuando se debería haber estado investigando un “comportamiento variable”, una dimensión cuantitativa en todos los seres vivos.

Las investigaciones sobre el origen de los humanos modernos se iniciaron en Europa y se ha tomado como base del comportamiento los restos encontrados de armas, instrumentos o adornos tallados, pertenecientes al Paleolítico superior (hace entre 45.000 años y 12.000 años). Frente a ellos, se les ha comparado con fósiles más antiguos de Homo sapiens, de entre 100.000-200.000 años atrás, encontrados en África y el sur de Asia en contextos de falta de pruebas claras y coherentes sobre su comportamiento moderno.

La comunidad científica ha explicado las diferencias entre ambos en términos de una revolución que cambió la biología y el comportamiento humano. Sin embargo, Shea argumenta que no hubo revolución, es decir, un cambio radical que nos hizo pasar de una a otra forma de comportarnos. En realidad, sólo habría habido poblaciones de Homo sapiens con una amplia gama de comportamiento variable.

Para probar su hipótesis, Shea ha estudiado diversas herramientas de piedra localizadas en el este de África con un amplio rango de antigüedad, de entre 250.000 años y 6.000 años. Dicha región cuenta con el registro arqueológico más continuo en cuanto a comportamiento del Homo sapiens se refiere. Shea señala que los cambios particulares en la tecnología pueden explicarse en términos de costes variables y beneficios en las estrategias de fabricación de herramientas diferentes, como una mayor necesidad de innovar o de hacer herramientas más transportables y versátiles de manera eficiente. Por ello, sostiene, no hay necesidad de invocar una «revolución humana» para dar cuenta de estos cambios, que son explicables en términos de principios bien conocidos de la ecología del comportamiento.

Redacción QUO