El llamado cine de catástrofes fue un subgénero que nació en 1970 gracias al éxito de Aeropuerto, pero que no se consolidó hasta 1974, tras el éxito mundial de El coloso en llamas.

Pero un año antes de ese boom, los japoneses rodaron El hundimiento de Japón (1973). Esta desoladora cinta cuenta como un científico, tras descubrir unas enormes fallas en la corteza submarina cercana al país nipón, augura que a la isla le quedan solo 300 días para ser definitivamente tragada por las aguas. La película narra los desesperados pero infructuosos intentos para evitar una catástrofe que finalmente se materializa en el estallido de volcanes y en la aparición de una gigantesca tsunami.

Es fácil decir que a día de hoy la película resulta casi profética, ya que en ella aparecen muchos de los lugares que actualmente se han convertido (tristemente) en noticias, como la central nuclear de Fukushima. Personalmente, yo que la vi siendo un chaval en la matinal de un cine de barrio de Málaga, la recuerdo como una película de imágenes dantescas y con un mensaje realmente fatalista, plasmado en las palabras de un maestro zen que en un momento del filme propone no hacer nada contra la catástrofe: «Lo que tenga que suceder sucederá. Tal vez habrá que dejar que el agua se trague a Japón y sus cien millones de habitantes», decía más o menos. Confirmo, eso sí, que es una película que dejó un poso de «mal rollo» en mis emociones infantiles.

Los chavales de la época nos preguntábamos que ejercicio de masoquismo podía haber llevado a los japoneses a filmar, ver y disfrutar una película en la que eran masacrados de forma inmisericorde. Ahora, con los años, he descubierto que el horror apocalíptico estaba anclado en sus mentes tras los desastres de la II Guerra Mundial. El cine de monstruos nipón, con las películas de Godzilla a la cabeza, es hijo directo de las secuelas morales provocadas por las bombas de Hiroshima y Nagasaki.

Pero la cosa no se detiene ahí. Hasta los cineastas más serios y prestigiosos de Japón han retratado el pánico al apocalipsis, especialmente al nuclear. Shoei Imamura lo hizo en 1990 en la aterradora y conmovedora Lluvia negra, y Akira Kurosawa hizo lo propio en un aterrador fragmento titulado El monte Fuji en rojo, que estaba incluído en su película Los sueños (1989).

Vicente Fernández López