«A Rebeca sólo le gustaba comer la tierra húmeda del patio y las tortas de cal que arrancaba de las paredes con las uñas», cuenta Gabriel García Márquez en Cien Años de Soledad. Tan peculiar manía no es una invención del escritor colombiano. El hábito de comer tierra, conocido como geofagia, se da con bastante frecuencia entre muchas personas, así como en otros mamíferos y aves.

Y además tiene sentido, según asegura un estudio llevado a cabo en la Universidad de Cornell (Estados Unidos). Tras analizar 482 casos de geofagia en humanos y 297 en animales, los autores han llegado a la conclusión de que de sirve para proteger al organismo de agentes dañinos presentes en la dieta habitual. La posibilidad de que se tratara simplemente de una forma de alimentación quedó descartadacuando observaron que las cantidades de tierra ingeridas nunca eran suficientes como para saciar el hambre.

El elemento más habitual en este tipo de dieta,más frecuente en regiones tropicales, donde los abundan los microorganismos, es la arcilla, y quienes la consumen con mayor frecuencia son los niños y las mujeres embarazadas, especialmente durante el primer trimestre de gestación. En ambos casos, se trata de personas con un sistema inmunológico más vulnerable y, por tanto, más propensas al ataque de patógenos o tóxicos. Por todo ello, los investigadores consideran que se trata de una forma bastante primitiva de «medicina», aunque en ocasiones quienes la practican no sean conscientes de su efecto.

La principal autora del estudio, Sera L. Young, es también autora del libro Craving Earth, en el que ahonda en las raíces de la ingestión de arcilla, almidón, hielo y tiza.

Pilar Gil Villar