Para ser una institución sagrada, el matrimonio funciona fatal. Más de la mitad termina en divorcio, cada vez menos parejas deciden formalizar su situación y las estadísticas muestran que los cuernos ganan a la fidelidad.
Según la explicación tradicional, en la especie humana las hembras intercambian sexo por seguridad, mientras que los machos son celosos y posesivos, pero al mismo tiempo buscan esparcir su semilla con otras hembras. Las mujeres sienten menos deseo sexual que los hombres, lo que limita las infidelidades y los hijos ilegítimos. El hombre sería monógamo por naturaleza. El problema es que esa explicación no funciona.
“La monogamia es un instrumento económico, surgido con el descubrimiento de la agricultura en el Neolítico”, sostiene el doctor Christopher Ryan, quien después de dos décadas viajando por el mundo, se doctoró en Psicología. Junto con su mujer, la psiquiatra Cacilda Jethá, ha publicado el libro Sex at dawn (Sexo al amanecer), que resume sus estudios. “Hemos analizado la sexualidad humana desde puntos de vista distintos, y siempre llegamos a la misma conclusión”, afirma Ryan.

La ‘picapiedrización’ de la antropología

La deducción es que el Homo sapiens es promiscuo por naturaleza. Ryan critica la “picapiedrización” de la antropología: pensar que nuestros ancestros tenían las mismas costumbres que nosotros, con la única diferencia de que vivían en cuevas. Sin embargo, ¿cómo se puede saber con seguridad cuál era la vida sexual de los humanos cazadores-recolectores que vivían hace 50.000 años?
El estudio de los cazadores-recolectores actuales da muchas claves. En numerosas tribus de indios del Amazonas se cree que una mujer necesita acumular el semen de varios hombres para quedar embarazada. Las mujeres buscan tener relaciones con varios hombres para que el bebé herede lo mejor de cada uno: el mejor cazador, el más gracioso, el más fuerte y el mejor contador de historias. Estas relaciones múltiples se prolongan durante el embarazo.

Así, los bebés nacen con una madre y múltiples padres. Todos ellos son responsables de participar en la crianza de sus hijos. Al otro lado del mundo, los mosuo de China viven en un matriarcado donde las mujeres reciben en sus chozas a amantes diferentes cada día. La paternidad no tiene importancia para ellos.

Las excavaciones indican que en la Prehistoria los seres humanos vivían en grupos pequeños donde no existía la propiedad. Se compartía la caza, el refugio, la crianza de los hijos y también la actividad sexual. Esto maximizaba las posibilidades de supervivencia del grupo. Contra la idea de “el hombre es un lobo para el hombre”, parece que el estado primitivo del ser humano es la cooperación.
Tampoco es necesario remontarse a tiempos tan lejanos. Los pilotos de combate americanos durante la Segunda Guerra Mundial compartían sus esposas con sus camaradas, bajo el compromiso de que cuidarían de ellas y sus hijos si eran derribados. Estos grupos fueron el origen de los actuales clubes de intercambio de parejas actuales.

El semen del simio y el pene desatascador

Otra forma de analizar el comportamiento de los seres humanos prehistóricos es fijarse en los primates. En el caso de los gorilas, los machos luchan entre sí hasta que uno de ellos termina expulsando a los demás y tomando posesión de un harén de varias hembras. Los machos grandes y fuertes tienen ventaja. El resultado es un acentuado dimorfismo sexual: el macho del gorila es casi el doble de grande que la hembra.
Sin embargo, no hay grandes diferencias de tamaño entre los machos y las hembras de los chimpancés y bonobos, que son promiscuos. Estas especies solo se diferencian genéticamente en un 1,6% de nosotros. La vida de los bonobos es una orgía constante. Todos los machos copulan con todas las hembras, que no tienen celo ni presentan signos externos de ovulación, igual que en los humanos.

La cópula, pues, no solo sirve para la reproducción: es una forma de cohesionar el grupo. La pelea por las hembras no es necesaria.
Si los machos no se pelean entre sí, ¿cómo se asegura la supervivencia de los más aptos? La respuesta es la competencia espermática. Sus espermatozoides libran la batalla dentro de las hembras, mezclados con los de otros machos. El semen de mejor calidad tendrá más posibilidades de fecundar.
También influye la cantidad. Los bonobos tienen los testículos más grandes y producen la mayor cantidad de semen en cada eyaculación en proporción a su tamaño. En comparación, el gorila tiene un micropene de apenas cuatro centímetros y produce poco semen durante un coito de 16 segundos. ¿Para qué más? Su paternidad está asegurada después de ganar la pelea.
Todo parece indicar que la competición espermática también tiene lugar en los humanos. Pocas diferencias de tamaño entre macho y hembra, testículos grandes, el segundo mayor volumen de eyaculado y, por si fuera poco, el pene más grande de todos los primates.
La corona del pene humano tiene una forma acampanada que no se ve en otros simios. Según varios estudios, está diseñada para crear vacío en cada embestida y, así, extraer el semen de competidores anteriores, con el mismo principio que un desatascador casero.
Pero entonces, la cuestión es: si nuestros cuerpos no están hechos para la monogamia, ¿por qué hemos cambiado?

La agricultura y la pérdida del paraíso

El paraíso terrenal es un mito que comparten muchas culturas. Una edad de oro en la que vivíamos en paz con la naturaleza, libres del trabajo y que terminó para dar paso al sudor de la frente, la guerra y la enfermedad. Para Christopher Ryan y otros autores, la pérdida del paraíso es el descubrimiento de la agricultura. Los huesos de los cazadores-recolectores de hace 50.000 años nos cuentan que llevaban una buena vida. No sufrían epidemias, ni caries, ni obesidad. Y no trabajaban más de ocho horas por semana para sobrevivir.

Los pocos cazadores-recolectores actuales llevan vidas igual de tranquilas. Estas sociedades tienden a ser igualitarias y pacíficas, y así debían de ser nuestros ancestros. Hasta hace 10.000 años, el mundo estaba casi despoblado, con solo cuatro millones de seres humanos. ¿Por qué pelearse con otra tribu por un trozo de bosque, si con caminar un día más se llega a un lugar deshabitado?

La agricultura trajo cambios en la dieta que empeoraron la salud y la esperanza de vida. A cambio, se disparó la fertilidad. Se pasó a vivir en un solo trozo de tierra, y a tener muchos hijos para trabajarla. Con la superpoblación vinieron la guerra por los recursos y las epidemias. Los jinetes del Apocalipsis cabalgan sobre campos de trigo.

Para las sociedades agrícolas, la paternidad se vuelve importante. Hay que alimentar a los hijos propios y legarles las tierras. La única forma de asegurar la paternidad es controlar a las mujeres y su actividad sexual.

Conquistar la sexualidad femenina

Ryan Cita un pasaje del Kamasutra: “Nunca puede quedar saciado el fuego por muchos troncos, ni el océano por los ríos que hasta él fluyen, ni la muerte por todas las criaturas del mundo, ni una mujer de ojos brillantes por ningún número de hombres”.
En general, en el sexo los hombres son más rápidos (no tanto como los gorilas), y tras el orgasmo pierden el interés y las fuerzas. Las mujeres necesitan más tiempo para quedar satisfechas. Pero si se acepta la teoría de la competencia espermática, estas diferencias, y la existencia del orgasmo femenino, cobran sentido. Quizá las mujeres no necesiten más tiempo, sino más hombres.

Pero con la llegada de la agricultura y la monogamia, el deseo femenino se convirtió en un estorbo. Aparecieron los matrimonios de conveniencia, la criminalización del adulterio y una negación del placer femenino, con prácticas atroces como la ablación del clítoris. Si las mujeres tuvieran menos deseo sexual, ¿por qué tanto esfuerzo en reprimirlo?

La liberación de la mujer y las sociedades igualitarias occidentales están abriendo las puertas a otra sexualidad. Los intercambios de parejas han salido de la clandestinidad. El poliamor es ya un fenómeno social que se extiende por EEUU, Canadá y toda Europa: personas que forman parejas abiertas en las que pueden mantener relaciones sexuales con otros.

O bien, tríos o cuartetos que funcionan como unidades familiares, compartiendo su cama, sus vidas y sus hijos. La variedad es tanta que en inglés se habla de non-monogamy para intentar abarcar todos los tipos de relaciones que se salen de la norma.
Una frase lo resume de forma excelente: “Te presento a mi mujer, a su novio, a mi novio y a nuestra novia, su marido vendrá en un rato”.

Darío Pescador