Según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) la basura electrónica global crece a un ritmo de unos 40 millones de toneladas al año. ¿Adónde va todo esto? En España existe una ley, el Real Decreto 208/2005 que entró en vigor el 13 de agosto de 2005, que obliga a los fabricantes, vendedores y distribuidores a hacerse cargo de la recogida, tratamiento y recuperación de los productos electrónicos que venden. También los consumidores estamos obligados a no abandonar un ordenador o un teléfono móvil que ya no nos sirve en cualquier lado. Sin embargo, lo hacemos.

De hecho, según Jesús Iglesias, director de Care de Nokia España: “Nuestra asignatura pendiente es que cada usuario se conciencie de qué tiene que hacer con el terminal cuando termine su vida útil”. Y es que la empresa finlandesa, dentro de su política de compromiso medioambiental, tiene un acuerdo con Tragamóvil para realizar la recogida de sus móviles de desecho en los más de 600 puntos que tienen en toda España. “Nuestros usuarios solo tienen que dirigirse a uno de estos puntos y entregar sus móviles. De nada sirve nuestro esfuerzo en I+D para crear productos reciclables si luego no llegan al lugar adecuado”, termina Iglesias.

De hecho, cada vez que compramos un móvil pagamos un canon de cuatro céntimos para su reciclaje. Con esta cantidad y lo que se saca de sus materiales reutilizables (el 90%) es con lo que se costea el proceso total de reciclado de dichos dispositivos. Sin embargo, se reciclan menos de una décima parte de los móviles desechados al año.

¿Dónde está el resto?

Así se entiende que, como denunciaba el períodico El País en el mes de junio, las 20 plantas de tratamiento de residuos electrónicos que hay en nuestro país (y por las que pagamos 360 millones de euros al año) estén casi vacías. La planta de tratamiento de residuos electrónicos de Campo Real (Madrid), por ejemplo, funciona solo por las mañanas, por falta de trabajo.

Tal es la preocupación de las autoridades que el fiscal coordinador de Medio Ambiente y el SEPRONA de la Guardia Civil han puesto en marcha una investigación al respecto. Según los últimos datos disponibles en el Ministerio de Medio Ambiente, en 2009 se pusieron en el mercado 702.000 toneladas de productos electrónicos y eléctricos, pero solo se trataron 124.987. No todo lo que se vende genera un residuo, pero la diferencia es tal que llama la atención. La sospecha es que hay una parte que se pierde fuera de los puntos limpios, y otra que las chatarrerías “tratan” dejando una gran cantidad de productos tóxicos abandonados, con lo que esto supone. Así, la memoria de la Fiscalía de Medio Ambiente concluye: “La dispersión de residuos con gran potencial de peligro por todo el territorio nacional es absoluta”.

Y según Julio Barea, de Greenpeace España: “Otra parte se exporta a países en desarrollo, generalmente camuflada como aparatos de segunda mano, ya que está prohibido exportar residuos peligrosos. Estos acaban en lugares de tratamiento ilegales, en los que sus trabajadores no cumplen siquiera las normas de seguridad básicas y en los que hemos encontrado teclados con la ‘ñ’ impresa”.

Barea se refiere a los basureros que, como los de las fotos que acompañan este reportaje, están sobre todo en Asia (China y la India) y en África, y en los que recientemente se han encontrado evidencias de que el problema de la chatarra ecológica va mucho más allá de su daño al medio ambiente.Un estudio realizado por investigadores de la Universidad Zhejigan en Hangzhou (China) y publicado en la revista Environmental Research Letters el pasado mes de junio asegura que los contaminantes que emite la basura electrónica causan inflamación de tejido humano, y su respuesta a nivel celular podría ser la causa de graves problemas en la salud a largo plazo.

Hasta ahora se sabía que muchos componentes de la chatarra electrónica (plomo, cadmio, cromo…) eran contaminantes por separado, pero no había evidencias científicas de lo perjudicial de este cóctel. Tras estudiar un cultivo de varias células en laboratorio, se demostró que estas sufrían inflamación, estrés y daños en su ADN al estar expuestas a los contaminantes generados en un basurero electrónico cercano.

Cuestión de salud

Las muestras para la realización de esta investigación fueron tomadas en Taizhou, en el oeste de China, donde cada año se tratan unos dos millones de toneladas de basura electrónica y se estima que unas 60.000 personas trabajan sin protección. “No se trata de una evidencia directa del riesgo que suponen para la salud, pero sí demuestra que el peligro potencial está ahí”, asegura el químico Fangxing Yang, autor del estudio. La inflamación y el daño en el ADN pueden ser causa de problemas cardiovasculares e incluso de cáncer.

Investigaciones anteriores en áreas de reciclaje habían identificado moléculas potencialmente carcinogenéticas, como hidrocarburos aromáticos policílicos, que se forman cuando los productos derivados del petróleo son quemados, y policlorinato de bifenilo, un resistente al calor muy usado en los plásticos, el equipamiento electrónico y algunos productos industriales. Así como metales pesados, como el cadmio, el plomo y el arsénico, que solo son liberados cuando la basura electrónica se descompone. Al conocer las conclusiones de este estudio, Stephanie Adrian, una especialista en salud ambiental de la EPA (Agencia de Protección Ambiental de EEUU) reconocía que hasta ahora no había pruebas para cuantificar el daño. “No hay datos, aunque estudios como este ayudan”, aseguraba.

Otro trabajo internacional reciente, liderado por la Universidad de Cincinnati (EEUU), está estudiando los efectos neurotóxicos del cóctel de emisiones derivado de la basura electrónica. Para ello, ha reclutado unas 600 mujeres embarazadas que viven en China, en lugares con centros de reciclaje y otras que no, para hacer un seguimiento del desarrollo neurológico de sus fetos durante la gestación y su primer año de vida. Aún no hay resultados concluyentes.
Otro tema interesante es si la convivencia con gadgets inservibles o en activo en casa puede tener algún efecto perjudicial para nosotros.

Contaminación invisible

“Además de los componentes químicos que emiten los aparatos electrónicos en su proceso de reciclado, estamos rodeados de una gran cantidad de contaminación electromagnética. Es contaminación que no se toca, no se ve y no se oye, pero que progresivamente nos está invadiendo el espacio que habitamos. Y nosotros también somos seres bioelectromagnéticos, por lo que toda esa contaminación nos está influyendo”, asegura José Luis Bardasano, médico y catedrático de Biolectricidad de la Universidad de Alcalá de Henares. Así que las emisiones que liberan nuestros móviles, el router WiFi emitiendo una señal continua, etc., ¿pueden tener algún efecto perjudicial en nuestra salud?

Elisabeth Cardis, experta en electromagnetismo del Centro de investigación en epidemiología ambiental (CREAL) asegura: “Para el público en general, la fuente más importante de exposición a radiofrecuencia es nuestro propio teléfono móvil cuando se usa para comunicar muy cerca de la cabeza. El nivel de exposición baja mucho con la distancia, de manera que si lo tienes a unos centímetros del cuerpo, los niveles ya son mucho más bajos. De la misma manera, el nivel de exposición a radiofrecuencias emitidas por el router WiFi o la antena del portátil depende de la distancia. Aunque en muchos lugares hay redes inalámbricas alrededor, los niveles de exposición son muy bajos. Para que sea significativo, deberías tener la cabeza a menos de 50 centímetros de una fuente de WiFi que esté emitiendo (no cuando está solo encendido)”. Pero Bardasano insiste, y asegura incluso que estas ondas pueden influir en nuestro ritmo circadiano, es decir, el reloj interno que nos dice cuándo es de día y cuándo de noche.

¿Qué puedes hacer tú?

Por su parte, Antoni Díez Noguera, experto en cronobiología de la Universidad de Barcelona, asegura: “No hay una conclusión clara de que la exposición a campos electromagnéticos tenga efectos en nuestro ritmo circadiano”. Sea como fuere, lo cierto es que es necesaria mayor concienciación por nuestra parte de la necesidad de llevar los gadgets jubilados a un lugar seguro. Lo mejor es devolvérselo al fabricante o llevarlo a un punto limpio. Según datos de la UE, cada europeo genera cuatro kilos de chatarra electrónica al año, y solo se recicla el 22%. Greenpeace también recomienda contribuir apoyando a las empresas que fabrican productos más ecológicos.

Redacción QUO