Desde hace me­dio siglo, el varón lleva sobre su es­palda la responsabilidad y obligación de producir placer a su pareja. Expresiones como “no hay mujer frígida, sino hombre inexperto” y “la mujer es una guitarra que hay que saber tocar” reflejan el protagonismo masculino en la escena sexual. Todo esto supone la asunción de un esquema de relaciones sexuales genitalizado, falocrático, productivista y gimnástico. Genitalizado porque está centrado en el coito y, por tanto, en los genitales; falocrático porque si el pene no funciona, la relación sexual fracasa; productivista al exigirse resultados; y gimnástico por el esfuerzo físico y mental que tiene que realizar el hombre para controlar su eyaculación y generar a toda costa el orgasmo a la mujer. Con estas premisas, desde luego que el varón tiene que ser todo un experto. Y experto se suele confundir muy a menudo con “erecto”.

Mantén la cabeza alta
En líneas generales, este sería el esquema que funciona en las relaciones íntimas heterosexuales dentro de nuestro marco cultural (aunque siempre hay excepciones). Todo gira en torno a un pene que, por un lado, tiene la obligación de levantarse, y por otro, la de mantener la erección el tiempo necesario para cumplir con el objetivo marcado. Por lo tanto, la “visita” menos deseada es la eyaculación. De ello derivan las dos obsesiones sexuales masculinas más determinantes. A alrededor de dos millones de españoles no les responde adecuadamente su miembro viril. ¿Por qué? A veces, el propio falo, o el organismo que lo sustenta, está enfermo. Las alteraciones vasculares, neurológicas y endocrinas, o enfermedades como la diabetes y la hipertensión, pueden alterar la respuesta sexual masculina.
Cada una de ellas precisa un tratamiento específico. Pero con alteraciones o no, hay un hecho común entre los hombres, y es que aquello que hay entre las piernas “va a su aire”. A veces aparece cuando no se le llama, y al tener que cumplir, en muchas ocasiones abandona el puesto de trabajo. Si le prestamos demasiada atención, se vuelve “caprichoso y engreído”. Solo cuando se da cuenta de que no es el rey del mambo y de que hay más actores en la escena (lengua, boca, manos…) vuelve a aparecer con afán de protagonismo. Aun así, el pene no es muy amigo de dejar bien a su propietario; sobre todo, si este pone demasiado interés en hacerlo solamente a su costa. Cuando uno comprende que dirigir la orquesta con el miembro no es la opción más eficaz y se permite dar autonomía al resto de los músicos, las notas fluyen mejor. Solo así desaparece la ansiedad de rendimiento que tanto agobia a nuestro amigo más díscolo.

La obsesión por el control
La Sociedad Internacional de Medicina Sexual, en la asamblea anual de la Asociación Americana de Urología, ha definido que el mínimo tiempo que debe pasar entre la penetración vaginal y la eyaculación es de un minuto. Por otro lado, en el Journal of Sexual Medicine se han publicado los resultados del estudio realizado por los doctores Eric Corty y Jenay Guardini, miembros de la Sociedad de Investigación y Terapia Sexual de Estados Unidos y Canadá, para quienes la mejor marca está entre siete y trece minutos. Entonces, ¿en qué quedamos? Probablemente, en la actualidad el mito sexual masculino más arraigado entre los varones occidentales sea el control absoluto sobre su eyaculación. Años atrás, la potencia sexual era medida por el número de eyaculaciones consecutivas en una misma relación, mientras que ahora el parámetro es el tiempo que uno es capaz de mantener la erección sin eyacular. Hace años, un constructor en la consulta me explicaba: “Yo, para no eyacular, pienso en el inspector de Hacienda, lo que ocurre es que últimamente pierdo la erección”. “¡Cómo no! “, pensé yo, mientras recordaba aquella escena de la película Opera Prima en la que León (Antonio Resines) le aconseja a Matías (Óscar Ladoire) que, para no eyacular antes de tiempo, piense en la muerte. Y desde luego, no eyacula, pero casi se muere. Como consecuencia de esa obsesión aparece la eyaculación precoz, conocida por todos, pero no tan fácil de definir. El criterio del reloj para determinar si un hombre sufre este trastorno es bastante peregrino. Resulta casi ridículo figurarse al varón, cronómetro en mano, intentando superar los 30 segundos sin eyacular que establecen los más generosos, o los siete minutos que propugnan los más exigentes. El criterio de las “emboladas” es igual de absurdo: el varón tiene que superar las diez o quince sin eyacular para no ser tachado de “Billy el rápido”. ¿Y qué decir del criterio propuesto por Masters y Johnson? Si la mujer no llega al orgasmo más del 50% de las veces, es por culpa del hombre. ¿Y si la mujer es anorgásmica? ¿Y si la mujer, como es lo más frecuente, preferentemente llega al clímax con la estimulación del clítoris? En ambos casos, el varón puede ser un verdadero “jornalero” del sexo, pero será un eyaculador precoz sin remisión. Por eso, a lo largo de los años en esta profesión de sexólogo yo diría que esta figura masculina no es cierta. En mi opinión, el eyaculador precoz existe porque así se siente él.

Y aquí tienes una cuantas cifras
El 12 % de los españoles entre 25 y 70 años sufre trastornos de la erección.
El 85% de las disfunciones eréctiles son debidas a un factor orgánico (alteraciones vasculares, diabetes, hipertensión…)
El 50 % de las mujeres con trastornos del orgasmo jamás se lo han confesado a su pareja.
El 98 % de las anorgásmicas que llegan a consulta nunca se han masturbado con anterioridad.

Redacción QUO