Afirmaba Oscar Wilde: “Entre un hombre y una mujer no hay amistad posible. Puede haber amor u odio, pero nunca amistad”. Bien… Es la opinión de alguien que, además de una gran escritor, era también un cínico de primera categoría, así que sus palabras deben ser tomadas con cautela. ¿O tal vez no? Porque, aunque la vida diaria nos muestra abundantes casos de amistad entre personas de ambos sexos, las últimas investigaciones realizadas sobre este tema apuntan a que en ellas siempre existe un cierto grado de atracción sexual. Y no solo eso. Cuando esa atracción va a más y los amigos acaban retozando entre las sábanas… la amistad se evapora.

Donald O’Meara, doctor en Psicología de la Universidad de Cincinnati, ha estudiado en profundidad el tema. Opina que el hecho de que actualmente hombres y mujeres trabajen codo con codo y en igualdad de condiciones es la clave de que la amistad entre personas de distintos sexos se haya convertido en un fenómeno cada vez más habitual. “Para ser amigo de alguien, la primera condición es ver al otro como un igual”, explica el experto. Los estudios de O’Meara comenzaron en la década de 1970. Entonces, prácticamente ninguna de las personas que conformaban las muestras de voluntarios reconocía tener una amistad estrecha con alguien del sexo opuesto. Sin embargo, en los tests realizados a mediados de la década de 1980 observó que la cifra había aumentado y se convertía en 2,7 amigos del sexo contrario por persona promedio. El incremento fue mayor en las pruebas realizadas a comienzos del siglo XXI, en las que se alcanzó una media de 3,5.

Michael Monsour, psicólogo de la Universidad de Colorado y autor del estudio Women and Men as Friends: Relationships Across the Life Span in the 21st Century, es de una opinión similar: “La igualdad en el mercado laboral ha fomentado que hombres y mujeres tengan relaciones de compañerismo. Pero hay otro factor: la educación mixta y no sexista”. Los estudios realizados por Monsour revelan que (aunque en el período de la preadolescencia parece inevitable que tanto niños como niñas busquen casi exclusivamente la compañía de amigos de su mismo sexo) los pequeños que desde muy temprana edad juegan y se relacionan de forma mixta, cuando llegan a la adolescencia tienen más facilidad para establecer relaciones con personas del otro sexo. Lo contrario sucede con aquellos que, por ejemplo, estudiaron en colegios solo para niños o para niñas.
Pero, ¿realmente es todo tan simple y tan bonito? ¿No existirá por casualidad algún tipo de atracción sexual entre el amigo y la amiga, aunque a veces uno y otro se nieguen a reconocerlo? Pues, llegados a este punto, seguro que el cínico de Wilde sonreiría satisfecho, porque realmente es así.

No hay amistad sin atracción

Linda Spadin tiene dos pasiones: el cine y la psicología, y esta última la ha convertido en su profesión. La experta nos recuerda una mítica película de Howard Hawks, Tener o no tener (1944), en la que una cantante interpretada por Lauren Bacall se enamora del aventurero encarnado por Humphrey Bogart. Alrededor de ellos revolotea otro personaje, el mejor amigo de ella, un pianista con el que no cruza una sola palabra en todo el filme, pero los gestos y miradas entre ambos están cargados de intensidad. Al final, ella se despide de él pidiéndole (en silencio) fuego. “La forma en la que ella sostiene el cigarrillo y él se lo enciende revela la tensión sexual acumulada que existía entre ellos”, afirma.
El filme le sirve como ejemplo a Linda Spadin para sostener la tesis de que: “Para que se inicie una amistad es necesario que exista una cierta atracción erótica”. La especialista realizó un estudio cuyos resultados publicó en el Journal of Social and Personal Relationships. Tras entrevistas a 150 voluntarios vio que al 70% de ellos lo que más les agradaba de una relación de amistad con alguien del otro sexo era que existiera un cierto grado de tensión sexual.
En una línea bastante similar apuntan los resultados de otro estudio presentados el pasado mes de abril y dirigido por April
Bleske-Rechek, investigadora de la Universidad de Wisconsin-Eau Claire. Tras analizar las relaciones amistosas existentes entre 400 hombres y mujeres, observó algo realmente curioso: “Cuando empezamos a hacer los tests, la mayoría de los voluntarios juraba que sus relaciones se mantenían en un plano estrictamente platónico”, explica la experta. Pero conforme avanzaban las pruebas, cada vez más personas mostraban sentirse un poco atraídas por sus amigos o amigas.
“Me aventuraría a decir, tomando como base nuestros datos, que en la mayoría de relaciones de amistad entre personas de distinto sexo existe cuando menos un bajo nivel de atracción erótica”, afirma la doctora April. Pero la investigadora va aún más allá: “Debido a que la amistad entre hombre y mujer es un concepto nuevo, al menos evolutivamente hablando, estoy convencida de que los instintos de apareamiento acechan agazapados en este tipo de relaciones. Incluso aunque ambos confiesen que sus intenciones no van más allá de lo platónico”.
Para demostrarlo, Bleske-Rechek trabajó con 89 parejas de amigos de ambos sexos y les pidió por separado que evaluaran aspectos tales como la atracción física que les provocaba la otra persona y cuanto interés tendrían en vivir una cita romántica con ella. Curiosamente, en el estudio los hombres mostraron sentirse un 20% más atraídos por sus amigas que ellas. “Históricamente, ellos corrían el riesgo de quedar aislados genéticamente si no aprovechaban las distintas oportunidades de reproducción”, explica Bleske-Rechek. “Así que parece que los varones han evolucionado para ser mucho más oportunistas en un nivel sexual”.

Los hombres confunden las señales

¿Pero qué ocurre cuando esa atracción entre colegas de sexo opuesto no se queda en mero compañerismo, va un paso más allá y ambos deciden abandonarse el uno en brazos del otro?
Pues que se convierten en lo que los anglosajones conocen con las siglas FWB, es decir, “amigos con favores” o, como popularmente se dice, “con derecho a roce”. ¿Y ese tipo de relaciones tiene futuro? Timothy Levin, investigador de la Universidad de Michigan, ha realizado el primer estudio conocido sobre el tema, y sus resultados (que se publicaron en la revista Archives of Sexual Behavior) son contundentes: esas relaciones que en principio no están basadas en un sentimiento romántico se estropean porque una de las dos partes comienza a temer que la otra se sienta cada vez más atraída.
“Paradójica, y quiza también previsiblementemente”, explica Levin, “lo que ocurre es que el sexo acaba obstruyendo una de las arterias emocionales de la verdadera amistad: la apertura. Así, los amigos que antes conversaban libremente sobre cualquier tema ahora se encuentran con que tienen uno que es casi tabú. Su relación en sí misma”.
Timothy Levin entrevistó a doscientos estudiantes universitarios que reconocían haber tenido relaciones sexuales con sus amigos/as. Y el resultado fue que el 60% de ellos vio cómo su relación se iba al garete. Un 20% evolucionó hasta acabar convirtiéndose en auténticas parejas sentimentales. El 19% abandonó la idea de volver a acostarse con sus colegas para salvar la amistad, y solo un 2% siguió adelante siendo amigos con derecho a roce sin que su vínculo se viera afectado en modo alguno. “Lo más interesante”, explica Levin”, “fue descubrir que las personas que se involucran en una relación sexual con un colega lo que más temen es desarrollar unos sentimientos más intensos, y también les da miedo no ser correspondidos. Es decir, las mismas cosas que temen todos los enamorados del mundo”.
En resumen, que aunque el amigo y la amiga no acaben retozando entre las sábanas, parece que, tal y como contaban en la película Cuando Harry encontró a Sally, el sexo casi siempre acaba interfiriendo en su relación, aunque sea en un grado muy pequeño. Seguro que llegados a este punto, el cínico de Oscar Wilde volvería a sonreír satisfecho.

Redacción QUO