Las larvas de los escarabajos Melanophila acuminata
se alimentan de madera quemada. Recién quemada, a ser posible. Por eso, para sus padres resulta de vital importancia ser capaces de detectar dónde arde el bosque, incluso cuando no ven el humo.
Un equipo de la Universidad de Bonn, (Alemania) liderado por el zoólogo Helmut Schmitz acaba de publicar un estudio en el que profundizan en el funcionamiento de los sensores de infrarrojos que estos animales llevan incorporados en un costado de sus cuerpos.
Se trata de unas células sensoriales cuyos extremos van encerrados en una especie de cápsulas de cutícula. Esas cápsulas contienen agua que, al recibir luz en el espectro infrarrojo, se expande y activa la célula sensorial que informará al insecto de que algo se quema a su alrededor. Y todo ello en milésimas de segundo.
Este sistema mecánico es muy similar al que utilizan los oídos de insectos, como los grillos, y su altísima sensibilidad supera en mucho a cualquier sensor electrónico que hayamos podido fabricar los humanos.
Pilar Gil Villar