Ha muerto Jesús Franco. Y con él se cierra una página única de la historia del cine español. Esa que no suele salir reseñada en las enciclopedias e historiografías oficiales.

Jesús fue un cineasta único en su especie. Afortunadamente, dirán algunos. Y tal vez no les falte razón. Porque Franco, la verdad, no dirigió nunca una buena película. Las mejores (Gritos en la noche, El caso de las dos bellezas…) no pasan de apañadas y simpáticas. Pero aún así su cine, incluso en sus títulos más infamantes y cochambrosos, desprende un encanto especial. Tal vez por eso, ha sido admirado y adorado por centenares de espectadores. Frikis, volverán a decir algunos. Y, una vez más, tal vez tengan razón.

Debutó como realizador en 1962 con Gritos en la noche, una especie de versión de bajo coste de un auténtico clasicazo del cine fantástico europeo, Ojos sin rostro. Y en ese título primigenio ya está toda la esencia de su cine: intrigas imposibles, fascinación por el género fantástico, morbo, científicos enloquecidos… e inoperancia narrativa.

Porque sí, Jesús Franco ha sido uno de los cineastas que más desprecio han sentido por las normas narrativas tradicionales. Sus películas están llenas de incongruencias, de fallos de racord, de personajes que hablan de día mientras otro les responde en contraplano nocturno. Hay quien dice incluso que lo que el cineasta poseía realmente era «talento a la inversa», o lo que es lo mismo, que sus películas resultaban tan incompetentes que acababan siendo fascinantes.

Pero el cineasta jamás habría alcanzado la categoría de mito si sus películas se hubieran limitado a ser francamente (parafraseando de forma facilona su apellido) malas. Lo logró porque se sentía orgulloso de ello, porque filmaba con las tripas más que con la cabeza, sin importarle el resultado, admitiendo que lo suyo era celuloide que iba más allá de cualquier género para entrar en el limbo de lo imposible.

Resulta incluso complicado saber cuantas películas filmó realmente, porque durante los años 70 y 80 acostumbraba incluso a montarlas varias veces, llegando incluso a juntar escenas de dos para sacar una tercera.

Hemos mencionado Gritos en la noche, película en la que crea a su antihéroe cinematográfico por excelencia, el doctor Orloff, un científico demente que utiliza mujeres para sus horrísonos experimentos, y al que retomaría en varios filmes, como la ultragore Los depredadores de la noche.

Gritos en la noche probablemente sea lo más decente de su filmografía, junto con Las vampiras (1970), también conocida como Vampyros lesbos. En esta última, Franco desgrana otra de sus pasiones: el fetichismo. Es gracioso que el director tuviera fama de erotómano cuando sus películas resultan lo más antierótico del mundo. Recuerdo especialmente uno de sus títulos de principios de los años 80, en pleno fervor del cine clasificado S, titulado La noche de los sexos ocultos…. ¡Jamás título alguno estuvo tan bien puesto!… Y tan ocultos. La película era un mejunje de confusas imágenes psicodélicas, sin trama alguna, todo sumido en una especie de neblina que hacía que ver una simple teta en aqueldesbarajuste exigiera un esfuerzo ocular capaz de producir desprendimientos de retina. Es más, recuerdo que el público salía de la sala con cara circunspecta (muy erotizados no se les veía, la verdad) y que algún espectador incluso preguntaba a su acompañante: «¿Y de qué leches trataba esto?».

Pero ese era el principal encanto del cine de Jesús Franco. Su capacidad para desconcertar siempre al espectador.

Hay que decir que tocó todos los géneros. Hizo películas de detectives (Bésame, monstruo), de agentes secretos al estilo 007 (Lucky el intrépido), cine erótico (Un tanga para dos), y gores ultrasangrientos, como Colegialas violadas. Aquí, en cambio, el título resulta de lo más engañoso, ya que no aparece ninguna colegiala en todo el metraje.

Pero si yo tengo una querencia especial por este director es porque rodó una película con Cristina Higueras que, como ya sabrán quienes siguen esta sección con cierta asiduidad, es la actriz preferida de quien esto firma. Y es una actriz magnífica al margen de las preferencias personales de este redactor. Que quede claro.

El fime se titulaba Dark mission. Operación cocaína (1988), y es una historia de agentes secretos luchando contra narcotraficantes, ambientada en Colombia pero rodada en la Manga del Mar Menor. Uno se imagina a Jesús en pleno rodaje buscando localizaciones y diciendo: «Ahí hay una datilera. Filmemos en ese sitio, que queda como más colombiano». En fin, ignoro si las cosas sucedieron así, pero así es como así debieron haber sido. Porque otro de los encantos dle cine de Franco era el muchísimo morro que le echaba a sus producciones.

A Dark mission yo la llamo la película de las tres Cris, porque su terceto protagonista lo formaban Christopher Mitchum (el hijo macarra de Robert Mitchum, y por el quetengo una especial querencia por haber trabajado en tres perlas como Río Lobo, El gran Jake y Un verano para matar), el gran Christopher Lee, y Cristina Higueras. A estas alturas ya tan grande como cualquiera pero, por aquel entonces, luchando aún duro por labrarse un prestigio.

De entrada, en el momento del estreno, sorprendía ver a una actriz como Cristina que en esas fechas ya había recitado sobre los escenarios de medio mundo a Mishima y García Lorca, en una película como esta. La Higueras siempre ha sido demasiado buena actriz para un producto de estas características. De hecho, su presencia en el reparto no hacía más que acentuar la marcianidad del producto. Pero tal vez, precisamente por ello, Dark mission, vista con ojos de postadolescente ochentero, funcionaba.

Funcionaba por su acabado de telefilme barato con pretensiones de pasar como superproducción en los cines de barrio que aún quedaban. Por el morro que le echaba el director; por la simpatía que, al menos en la pantalla, derrochaba todo el elenco, desde Mitchum hasta el último extra. Y, sobre todo, porque Cristina Higueras, incluso en un filme tan B (bueno… puede que incluso algo menos que B) estaba increíble. Pero es que ella es una actriz que siempre ha tenido algo magnético que hace que sea imposible apartar la mirada de ella cuando está sobre en la pantalla o sobre el escenario.

En fin… que ya solo por haber hecho esta película me cae bien Jesús Franco.

Personalmente, recuerdo que vi Dark mission una tarde de primavera en un cine de programa doble de Cuatro Caminos junto a una italianada sobre cárceles de mujeres. Uno de esos dos por uno que prometían causar sobre el cerebro del espectador el mismo efecto que una lobotomía hecha sin anestesia. Pero al final, las lesiones cerebrales no fueron tan radicales (¿o tal vez si?). Supongo que la presencia de Miss Higueras en el reparto actuó de efecto balsámico.

La he vuelto a ver hace unos años en un roñoso VHS (salvo error, creo que no está editada en DVD) francés que comprré en su momento por catálogo (vía correos… eran tiempos en que no existía el email) a una distribuidora del pais vecino. No se la compré a ellos por pedantería, sino por el hecho de que en la versión española no se escucha la auténtica voz de Cristina (ya que sus compromisos laborales le impidieron doblarse a si misma), y en cambio en la original si. Pues bien, lo dicho, la volví a a ver hace unos años y me volvió a resultar una película entrañable.

No se. Pero si hubiera tenido la ocasión de hablar con Jesus Franco me habría gustado decirle que ni Gritos en la noche ni Las vampiras. Que, al final, tal vez Dark mission fue su mejor película.

Lo dicho: tal vez.

Descanse en paz.

Vicente Fernández López