Mira la foto de la izquierda. Si Cupido tiene algún enviado al presente, puede que ella sea una de ellos. El arco con el que dispara Wiebke Neberich son sus estudios en psicología y comunicación, y el material con el que fabrica sus flechas son “la inteligencia emocional, las matemáticas [en su vertiente estadística], la informática y la sociología”, según cuenta ella misma desde Berlín.

Allí, Neberich coordina la parte científica del arte de formar parejas en el portal multinacional de contactos eDarling. Su labor principal, como estudiosa y como “vigilante” de la calidad de las recomendaciones, es “hallar los factores que distinguen una pareja muy satisfecha con su relación de las que no están contentas, y de las que directamente se separan”, comenta. Su trabajo se centra en predecir dos parámetros que determinan la calidad de una relación: la satisfacción y la estabilidad. Y complica aún más la cuestión: “¿Qué marca la diferencia: las personas o el tipo de relación?”, se pregunta la portavoz científica.

Pero ni eDarling, ni competidoras como Meetic y Match.com nos buscan pareja por amor al arte; afilan bien las flechas a base de algoritmos informáticos que atinen de pleno en el corazón de los gustos de sus clientes. En juego está un mercado que en España ronda los 40 millones de euros al año. Y si hablamos del mundo entero, hay unos 1.200 millones de euros de negocio a los que cualquier gran multinacional cogería cariño enseguida si diera con la fórmula del emparejamiento. Porque además –y ese es otro cantar–, el análisis y venta de tal cantidad de datos íntimos y personales de tantos individuos es un negocio mundial derivado que vale como un camión de anillos de diamantes.

En el caso de eDarling, los usuarios responden durante unos 20 minutos a un cuestionario de 238 preguntas divididas en un capítulo sociodemográfico (edad, educación…), otro de preferencias personales y uno último con análisis de personalidad.

El elixir de am@r

Aquí es donde más importantes se revelan los algoritmos para deducir los cinco rasgos fundamentales de la personalidad que la comunidad científica ha establecido: extraversión, estabilidad emocional, apertura a nuevas experiencias, amabilidad y responsabilidad. Y de nuevo una fórmula matemática lleva a concluir si entre dos personas podrían darse los dos factores que mencionaba Neberich al inicio: satisfacción y estabilidad. Es entonces cuando ese Cupido automático decide proponer a alguien que se cite con otro de los miembros de la red social. Lo que ocurra después ya se escapa a los poderes de la informática.

Por obvias razones de secreto industrial, ni Meetic –que acaba de lanzar la figura de una dating coach–, ni eDarling, ni otros han querido contar a Quo cómo es el detalle de sus fórmulas de recomendación de usuarios; algunos acusan a otros de limitarse “a buscar coincidencias de aficiones, de lugar de residencia y de edad”. Y Parship declinó participar en este reportaje, aunque anuncia a bombo y platillo que fue fundado por un reputado psicólogo.

De media, los algoritmos cotejan unas 200 preguntas por usuario; y muchas de ellas tienen respuestas múltiples

En realidad, los algoritmos más trabajados son aquellos que han dado un paso adelante. Hasta ahora, el mecanismo general se basaba en cotejar el número de coincidencias de todo tipo (personales, sociales, de ocio, de objetivos en la vida) que existían entre dos miembros de la base de datos. Pero la nueva generación de “calculadoras de pretendientes” tiende a deshacer un sobreentendido sutil pero crucial: ¿que yo sea universitario, quiera tener hijos y sea amante del deporte quiere decir necesariamente que no quiera entrar en tratos con una persona con estudios de grado medio, que se coma a los niños crudos y cuyo deporte favorito sea la siesta en pista cubierta? Este es el quid con el que cree haber dado OK Cupid en EEUU. Así que el nuevo formulario que sus suscriptores rellenan tiene tres “caras”: tus contestaciones, cómo querrías que un posible candidato respondiera a esas mismas preguntas y (muy importante) cómo es de crucial para ti que esa posible pareja conteste lo que tú prefieres.

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Estoy que no me lo creo

Con todos estos mimbres de silicio, dice la industria del amor internetero que ha logrado que lo que ha unido la webcam no lo separe el hombre. O que lo haga en menos ocasiones. Así lo revela una investigación de varias universidades norteamericanas, que determinó que las parejas formadas a través de la red presentaban mayores niveles de satisfacción (véase el gráfico al comienzo de este reportaje). Así que la pregunta es necesaria: ¿han logrado internet y un programa informático obtener mejores resultados en la búsqueda de pareja que miles de años de aprendizaje vis a vis, con olores, miradas y gestos incluidos?

Pues aquí viene un desengaño, aunque no amoroso, pero sí parcial. Bajo el rimbombante título de Citas online: análisis crítico desde la perspectiva de la psicología, cinco investigadores de otras tantas universidades estadounidenses publicaron en Psychological Science in the Public Interest (2012) una réplica a esta supuesta eficacia de los sitios de citas.

Separando el polvo de la paja

Para medir el nivel de éxito de estos portales, el equipo de Eli J. Finkel quería saber dos cosas: (a) si el modo en que se logran y se gestan las citas en internet es totalmente inédito y (b) si los “resultados amorosos” (así los llaman) son mejores. Para ello, compararon las citas online y offline por tres criterios: la facilidad de acceso a pretendientes, las posibilidades de comunicación y el poder de emparejamiento de estas páginas.

El artículo daba por imbatible (a) la capacidad de originar contactos que tiene la red por el número de candidatos al que se accede comparado con la vida “real”, y por la facilidad de preseleccionar citas gracias a dos factores: la información que ofrecen los perfiles de los usuarios y las posibilidades de pequeños contactos previos. Pero presentaba sus dudas en cuanto a (b) la calidad de las relaciones que se obtienen. El estudio habla de que precisamente esa enorme lista de posibles parejas que se ofrece y la gran cantidad de datos sobre ellas “puede acabar por producir el efecto contrario: […] crear confusión y conducir a malas decisiones, al tener que decidir con tal cantidad de elementos en juego”.

Los escépticos creen que los algoritmos tienen muy en cuenta datos objetivos, pero obvian lo subjetivo

El informe también comprueba, mediante entrevistas y tests con usuarios de redes sociales de este tipo, que nada puede sustituir los indicios y matices que aporta la interacción directa de un encuentro personal: las miradas, la actitud, los modales y, por supuesto, el mero aspecto físico. Y eso al final tiene bastante más peso en la elección de un partenaire que los datos objetivos, ya que la evolución nos ha dotado de decenas de herramientas sensoriales para que elijamos pareja. Así que Paquirrín debe ser un flecha en la distancia corta, en lo de ese punto subjetivo, porque con lo que objetivamente sabemos de él no cuadra con sus novias…

Redacción QUO