Entre las ruinas de la colonia fenicia de Cartago (en el Túnez actual) puede verse un cementerio poco común en el mundo antiguo: grupos de bloques de piedra con inscripciones en relieve sobre miles de urnas funerarias con los restos incinerados de bebés, corderos y cabritos lechales enterradas bajo ellos. Nada de adultos, humanos o animales.
La explicación más antigua al conjunto, conocido como tofet, resulta espeluznante en el contexto actual: las cenizas corresponderían a bebés de menos de dos meses sacrificados por sus padres para cumplir una promesa a los dioses. Sin embargo, también se ha asegurado que el cementerio estaba destinado a los niños y niñas que nacían muertos o fallecían a corta edad, descargando a los cartagineses la terrible acusación de infanticidio ritual.
Para intentar esclarecer el asunto, Patricia Smith, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, y Jeffrey Schwarzt, de la Universidad de Pittsburg, llevan años al frente de sendos grupos de investigadores que analizan el mismo grupo de restos. Sus estudios se centran principalmente en los restos de dientes y las proporciones de los escasos huesos conservados. A partir de ellos intentan determinar si entre las víctimas hay bebés que nacieran muertos (lo cual descartaría el sacrificio en esos casos) y la edad de los que nacieron vivos. Pero no coinciden en sus resultados.
Schwartz y su grupo “no han descartado nunca el sacrificio”, según nos asegura por correo electrónico, pero consideran que el tofet no estaba exclusiva y principalmente dedicado a ellos, también albergaba a los bebés nacidos muertos y los niños fallecidos por causas naturales.
Sin embargo, Smith servía la última entrega de la polémica con un artículo publicado en el último número de Antiquity. En él se desacreditan los cálculos que llevan a Schwartz a su conclusión, porque, según se afirma, no tuvo en cuenta el efecto del fuego sobre los restos a la hora de realizar sus mediciones. Con su revisión, la científica vuelve a apoyar la hipótesis del tofet como lugar de ofrenda.
El antropólogo estadounidense anuncia un contraataque con un artículo aún en proceso de publicación, pero la misma edición de Antiquity contiene otra investigación que debilita sus posiciones desde una nueva perspectiva. El italiano Paolo Xella se centra en las inscripciones de las lápidas para defender la idea del uso como lugar de ofrendas. Mientras las lápidas de los cementerios de adultos se limitan a constatar aquello de “aquí yace Fulano, hijo de Mengano, nieto de Zutano”, las de los tofets utilizan fórmulas referidas explícitamente a ofrendas o regalos en los que se ha entregado “una persona que no ha alcanzado la edad madura”, “un ciudadano” y, en el período helenístico, incluso “una ofrenda humana”. A continuación se utilizan expresiones fijas como “porque ha escuchado mi voz”, en referencia al dios Baal y, en ocasiones, a la diosa Tanit.
Según Xella, del Instituto de Ciencias de la Civilización Itálica y del Mediterráneo Antiguo (ISCIMA) en Monterotondo (Italia), esos testimonios en piedra encajarían además con las referencias a la costumbre del sacrificio infantil que ya aparecen 25 veces en el Viejo Testamento, y en múltiples obras de autores griegos y romanos. La validez de éstas últimas se ha desacreditado a menudo por considerarlas una herramienta propagandística contra los cartagineses. Sin embargo, Josephine Quinn, de la Universidad de Oxford, que también participó en el estudio, destaca que “los autores griegos y romanos de la época suelen describir esta práctica como una excentricidad o una rareza histórica, no se muestran muy críticos”, y reflexiona sobre el hecho de que un bebé muerto no debía de resultar una ofrenda muy valiosa hacia los dioses.
Pilar Gil Villar