Hasta que estalló el escándalo Profumo. Se descubrió que el ministro de la Guerra, John Profumo, hombre conservador y casado con la actriz Valerie Hobson, tenía una amante: la prostituta Christine Keeler. El affaire adquirió tintes más preocupantes cuando se supo que la chica también era amante de Eugene Ivanov, agregado militar de la embajada rusa. En realidad, la Keeler había sido utilizada por su proxeneta, Stephen Ward, para robarle información al ministro y vendérsela a los rusos. El político tuvo que dimitir; el militar ruso volvió a su país; la chica se hizo famosa contando su historia y Mr. Ward apareció muerto. La versión oficial dijo que fue un suicidio, pero corrieron rumores sobre una venganza del MI5, el servicio secreto británico.

Aquel escándalo sirvió para poner de moda algo que todo el mundo creía que solamente era una fantasía propia de las novelas de intriga: el sexpionaje.

Batallones eróticos

Parece ser que los rusos copiaron de los nazis la idea de usar el sexo como arma para el espionaje. Tal y como reveló en sus memorias Vera Verkov, una ex agente del KGB, los rusos crearon en la década de 1960 un ejército de agentes sexuales. Es difícil saber qué hay de leyenda y qué de verdad en su relato, pero cuenta que fue reclutada junto a otra docena de hermosas chicas. “Nos dijeron que eramos soldados, y que el cuerpo era nuestra arma”, explicó Vera en sus memorias. Un relato que no tiene desperdicio, ya que describe cómo las mujeres eran entrenadas viendo filmes pornográficos, y que luego ponían en práctica sus enseñanzas en clases prácticas que acababan convertidas en orgías.

Aquellas bacanales se filmaban con una cámara, y las alumnas debatían sobre sus progresos tras haber visto las cintas. Aunque este tipo de tácticas no siempre salía bien. Así, durante la vista oficial del dictador indonesio Ahmed Sukarno a la Unión Soviética, los rusos le tendieron una celada y le pusieron en su hotel a varias de sus chicas disfrazadas de azafatas. Sukarno se lo pasó de miedo mientras el KGB filmaba su orgía con el propósito de presionarle. Lo que nadie se esperaba es que, cuando le mostraron las imágenes, el dictador pidió que le hicieran una copia para exhibirla en su país, ya que a sus súbditos les encantaría saber que tenían un presidente tan “macho”.

Redacción QUO