Una investigación en la Universidad de Chicago da algunas claves. Un grupo de jóvenes de 16 a 18 años se enfrentó a un vídeo con imágenes de personas que infligían dolor a otras, al tiempo que se exploraba su actividad cerebral. Los investigadores vieron que en los participantes con antecedentes de comportamiento agresivo, el sentimiento ante este episodio de violencia era de placer, y su actitud, fría e indiferente.

Los hombres, más vengativos
En la respuesta ante el dolor ajeno hay un factor decisivo: la opinión, mala o buena, que tenemos de la persona que sufre. Un experimento del University College de Londres con técnicas de imagen cerebral concluyó que los hombres sienten poca empatía y mayor alegría por la desgracia ajena cuando el dolor lo padecen varones tramposos. Además, se activa en sus cerebros el área de la expectación de premios, que está vinculada con el deseo de venganza.

Y los niños, más vulnerables
Otro reciente estudio, dirigido por Jean Decety, de la Universidad de Chicago, reveló que cuando un niño ve cómo otra persona sufre un daño físico, su cerebro reacciona de forma más empática. Se activan las mismas regiones que en los adultos, las implicadas en el procesamiento del dolor directo, como la ínsula y la corteza somatosensorial, pero de una manera mucho más intensa

Felicidad cuando el otro llora
La envidia tiene dos caras: padecimiento por el éxito ajeno y regocijo cuando vemos al otro caer o sufrir. Este regodeo es un sentimiento universal. Nuestro léxico carece de términos, pero en los últimos años hemos adoptado el happy slapping británico, que sería algo así como “bofetadas felices”, un modo de llamar las brutales palizas de algunos jóvenes para grabarlas con su móvil y difundirlas por internet..

Los perros tienen ‘pelusa

[image id=»64169″ data-caption=»Hasta ahora se creía que la envidia era exclusiva de hombres y monos» share=»true» expand=»true» size=»S»]

’Investigadores de la Universidad de Viena han comprobado en el perro una forma de envidia que hace pensar en la raíz evolutiva de esta emoción. En su experimento, los canes debían dar la patita el mayor número de veces posible, pero su ritmo bajaba cuando a su lado otro perro era recompensado y ellos no. Igual que ocurre con los humanos, se vio cómo empeora la calidad de vida en los animales envidiosos: más estrés y vacilaciones, y mayor fijación en su compañero que en la consecución de sus propios objetivos.

Qué nos conduce a la envidian

  • La percepción que tenemos de nosotros mismos en relación con la imagen que impera en nuestro entorno.
  • En la infancia, pulsiones agresivas y de rivalidad no tratadas forjan un carácter con sensación de desamparo.
  • El egocéntrico considera al amigo una posesión: no valora sus cualidades, de­searía tenerlas él.
  • Actitud vital negativa, que se expresa como crítica, calumnia o injuria ha­cia personas más competitivas.
  • Nuestra pulsión a competir. Cuando perdemos, la envidia es un modo de rendición.
  • Inseguridad emocional o sentimiento de inferioridad, que nos lleva a ver amenazado nuestro vínculo afectivo con otra persona.

Por su condición de mediocres, Dante consideró a los envidiosos indignos del infierno. En su distribución de penas y castigos, los relegó al purgatorio

La mayoría de las culturas cultivan poco la admiración o el placer ante el triunfo de otros, e insisten en la pena por los logros ajenos

La lotería de empresa se agota porque ocho de cada diez trabajadores no soportaría la idea de ver a sus compañeros millonarios

Redacción QUO