«Mi reino, mi reino por un caballo… » exclama el rey Ricardo III en los momentos finales de la tragedia escrita por William Shakespeare. Y aunque siempre pensamos que el monarca quería al equino para huir de sus enemigos, ahora nos entra la sospecha de si lo que realmente deseaba era comérselo. Y es que gracias a una investigación realizada por la Universidad de Dundee (Gran Bretaña) sabemos como era la dieta cotidiana del soberano, y que en esta abundaban las carnes.

Fue en 2012 cuando aparecieron los restos de Ricardo III en el transcurso de unas obras realizadas en Leicester para construir un aparcamiento. Dichos restos han sido sometidos a numerosos análisis, que nos han permitido descubrir que el rey sufrió de escolisis (lo que justificaría la joroba con la que le retrató Shakespeare) y que tenía un rostro agradable, desmontando en ese punto la costumbre de caracterizarle en el cine y el teatro como un personaje feo y malencarado.

Ahora, una nueva investigación, cuyos resultados se han publicado en la revista Journal of Archaeological Science, han logrado desentrañar la dieta de Ricardo III gracias a un análisis exhaustivo de su fémur y sus costillas. “Estaba todo muy bien conservado”, ha explicado una de autoras del estudio, Jane Evans, quien añade que: «Esta investigación corrobora la idea de que los reyes de la antiguedad no tenían ninguna mesura a la hora de disfrutar de la buena mesa, y se hartaban de comer y beber».

El descubrimiento de toda esta valiosa información ha sido posible debido a que, mientras los dientes dejan de crecer en la infancia (por lo que sólo contienen información sobre los primeros años de vida de la persona) los huesos, por el contrario, se regeneran constantemente, pero a distinto ritmo. El fémur, que es el hueso más grande, tarda más en renovarse, por lo que sus concentraciones de isótopos de oxígeno y nitrógeno representan una media de los últimos quince años de la vida de una persona.Las costillas, por el contrario, se renuevan muy rápido por loq ue solo guardan información de los últimos cinco años de la vida del sujeto.En el caso de Ricardo III, este detalle ha sido gran utilidad pues el análisis de sus costillas ha permitido conocer información sobre sus hábitos alimenticios durante los últimos años de su reinado.

Dichos análisis han revelado una variación en los niveles de los isótopos de nitrógeno y oxígeno en los últimos años de su vida, lo que se correspondería a un cambio brusco en su dieta. Concretamente, la alta concentración de isótoposde nitrógeno detectada indica que en el menú diario del monarca abundabn las aves silvestres como cisnes y garzas, y la carne de caza (corzos, jabalíes…).

Pero aún hay más… Las concentraciones de isótopos halladas en los huesos del rey también demuestran que er aun hombre cumplidor con las normas de la iglesia y que en algunos períodos (como la cuaresma), debía dejar de comer carne para sustituirla por pescados, probablemente lucios, ya que son muy ricos en nitrógeno. Los análisis también muentran que al subir al trono Ricardo III aumentó notablemente el consumo de alcohol. por lo general, un cambio en la concentración de isótopos de hidrógeno refleja un cambio en el tipo de agua consumida, lo que se suele interpretar como una señal de que la persona analizada cambió de lugar de residencia. Pero en el caso del monarca, los documentos históricos certifican que no se movió del este de Inglaterra en los últimos años de su vida. Por lo cual los investigadores llegan a la conlusión de que esos cambios en los niveles de isótopos de hidrógeno solo pueden deberse a un cosnumo desaforado de bebidas alcohólicas.

Redacción QUO