Voy a tuitear este enlace de un blog súper friki sobre drones.” ¿Crees que tu bisabuelo habría entendido algo si le sueltas esta frase en el desayuno? Sin embargo, él mismo pudo decir en algún momento: “Dale la mano a tu madre”. Igual que podrías decirlo tú. Y posiblemente tus biznietos, que quizá ya no hablen de tuits o de frikis. Por lo menos, esa es la apuesta de Mark Pagel, un especialista en biología evolutiva de la Universidad de Reading (Reino Unido) que ha identificado los 23 términos más resistentes desde la época de las cavernas hasta nuestros días:
Tú, yo, nosotros, vosotros, no, eso, esto, quién, qué, viejo, negro.
Macho/hombre, madre, mano, fuego, corteza, cenizas, gusano.
Dar, oír, tirar (de algo), fluir,escupir.
Aunque las lenguas adoptan sin parar vocablos de otras o comienzan a preferir un sinónimo determinado que acaba por desterrar a otro, hace tiempo que se conoce la existencia de palabras más resistentes que otras a los reemplazos.
‘Dos’ es una de las palabras más estables en la evolución de la lengua. ‘Uno’ tiende a sustituirse por ‘único’, y ‘cinco’ por ‘mano’
Esas maestras de la supervivencia quizá llegaron hasta nosotros desde una lengua común que empezó a diversificarse hace unos 15.000 años, cuando el último gran deshielo permitió a nuestros ancestros expandirse por Eurasia mientras modificaban su vocabulario, hasta dar lugar a casi un cuarto de los idiomas actuales. Pero cuidado, no se trata de que aquellos hombres y mujeres dijeran “mano”, “ceniza” y “vosotros” tal y como nosotros o cualquiera de los hablantes de las otras lenguas tataranietas de la suya. Las palabras ultraconservadas, como las denomina Pagel, son aquellas cuya raíz podemos rastrear desde las hojas del árbol genealógico de la lengua hasta encontrarles un origen común en alguna rama del mismo. El español “madre”, inglés mother, francés mère, alemán Mutter y latín mater, quizá surgieron del mahter del protoindoeuropeo, que los lingüistas han reconstruido, y cuyas lenguas descendientes llegaron a hablarse desde la India hasta Europa.
[image id=»66546″ data-caption=»La palabra mamá está generalizada en todas las lenguas del mundo, por lo fácil que resulta pronunciarla para un bebé.» share=»true» expand=»true» size=»S»]Madre solo hay una
Casi todos los idiomas del mundo utilizan sonidos similares en “mamá” porque, según Robert Jakobson, a los bebés les resulta más fácil emitir consonantes que unen los labios. “Papá” tiene muchas papeletas, pero la ventaja de la eme es que puede pronunciarse también tomando el pecho.
En cuanto al resto de la familia, “tío” y “tía” son menos resistentes que padre y madre. Además, estos últimos han entrado en el sentido figurado, como en “madre superiora”, igual que ocurrió con la palabra latina frater (hermano), que en español solo pervive en el ámbito religioso como “fraile” y “fray”. Así nos lo explica el lingüista Paul Heggarty, del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva en Leipzig (Alemania), quien destaca que los 23 términos de Pagel ya aparecían en la primera lista de palabras muy conservadas, la lista Swadesh, elaborada en la década de 1950, que comprendía 200 palabras.
Las partes del cuerpo, por ejemplo, son muy estables, mientras en los números se produce un fenómeno curioso. El protoeuropeo tenía ya vocablos hasta el diez que se han mantenido casi siempre en sus lenguas derivadas (uno, dos, tres, one, two, three). Sin embargo, las lenguas con términos nativos solo para las cifras muy bajas tienden a tomar préstamos para el resto. “Dos” parece la cifra con más pedigrí y se ha conservado más que “uno” –porque este puede reemplazarse por “único” o “solo”– y que “cinco”, sustituible por “mano”.
Se entiende, pues, que la madre pertenezca a la herencia más antigua, y que “mano” y “viejo” resistan al tiempo, pero ¿”ceniza”, “corteza” y “gusano”? Los antropólogos consultados por Pagel propusieron que los primeros fueron esenciales para pueblos de los bosques, y el segundo, en el sentido de lombriz parásita, aún preocupa a gran parte del planeta.
Pagel argumenta que lo que determina la longevidad de un término es que se usa con más frecuencia. ¿Entonces por qué no hay ninguno relativo a la comida en su lista? Según Heggarty, porque hay muchos más factores importantes, como lo específico del significado. Mientras en los números es muy claro, otros términos compiten con sinónimos que a veces los destierran. El italiano mangiare y el francés manger vienen del latín manducare (masticar), pero cambiaron su sentido a “comer”.
¿Qué edad tienen?
[image id=»66547″ data-caption=»Hubo un tiempo en que la ceniza podía protagonizar una vida, pero ¿la nombramos tanto en el s. XXI? » share=»true» expand=»true» size=»S»]La teoría de Pagel se basa en la frecuencia con que se reemplazan los términos en la lengua hablada. Aplicando un modelo estadístico a textos escritos ha concluido que su lista podría pertenecer a un protoidioma euroasiático hablado hace 15.000 años. Sin embargo, la mayoría de los lingüistas no considera posible rastrear relaciones entre lenguas más allá de los 10.000 años.
Antes de eso, encontramos la propuesta de Bart de Boer, de la Universidad de Ámsterdam (Países Bajos), quien cree que nuestros ancestros de hace un millón de años inauguraron el lenguaje diciendo algo parecido a “duh”. Todo un logro que hayamos llegado a blog, tuitear y friki.
Pilar Gil Villar
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