“Los líderes del mundo deben empezar a utilizar la dialéctica de los hombres de estado y dejar la de los chicos que se gritan en el patio del colegio”. Con esa contundencia exigía Miread Maguire que los presidentes Obama y Putin se sienten a hablar sobre el conflicto de Ucrania. La de esta irlandesa galardonada con el Nobel de la Paz en 1976 ha sido una de las enérgicas voces que se han podido escuchar este fin de semana en Roma durante el XIX Congreso Anual de Premios Nobel de la Paz. La manifestación de Maguire coincidía con la inquietud manifestada en un comunicado por Mijaíl Gorbachov, que no pudo asistir personalmente, de que estemos “a las puertas de una nueva Guerra Fría”.

Las diversas sesiones reunieron a personas y representantes de instituciones galardonados con personalidades gubernamentales, empresariales, de los medios de comunicación y de organizaciones internacionales. Todas ellas estuvieron presididas por la convicción de que la paz no es sólo la ausencia de guerra y que requiere una implicación activa, como expresó el Dalai Lama: “cada persona debe preguntarse ¿cómo puedo yo contribuir a lograrla?”.

En primer lugar, opinan los Nobel, buscando las causas. La juez iraní Shirin Ebadi, exiliada en Estados Unidos, cifró el éxito del terrorismo islamista en la ignorancia y la falta de justicia. Por eso, pidió a Occidente que “deje de tirar bombas y tire libros” a los pueblos que la sufren, y que Europa deje de apoyar a los dictadores. Más aún, reclama a los bancos europeos que devuelvan los fondos depositados en ellos por dictadores derrocados, como Gadafi, “para reconstruir con ellos el país”. Igualmente negó eficacia alguna a la intervención militar y acusó a los medios de comunicación de simplificar el problema de el Estado Islámico identificándolo con un grupo terrorista, ya que va más allá. “Es una ideología equivocada y no se elimina una ideología con las armas”, como ha demostrado la experiencia con los talibanes.

La importancia de la educación centró también las reclamaciones de la liberiana Leymah Gbowee, quien exigió una reforma de los sistemas educativos en África: “no entiendo por qué que los niños de Libia tienen que estudiar la historia de Italia y los liberianos la de Estados Unidos”. Pero también reflexionó sobre la injusticia de que la falta de infraestructuras esté matando de ébola a miles de africanos que no pueden permitirse un charter para recibir tratamiento en Europa o Estados Unidos. Durante su intervención en la sesión dedicada a su continente, Gbowee dejó claro que África no es un solo país, son 54, y los crímenes y violaciones no son exclusivos de allí, ya que también los hay con altas tasas en Europa o Estados Unidos. Además, declaró con rotundidad que “nadie puede salvar a los pueblos de un continente más que ellos mismos”.

Lo que sí podría hacer el resto del mundo sería ver su realidad. Betty Williams recordó que en la trágica jornada del 11S “que cambiaría el futuro para siempre, todos lloramos a sus más de 3.000 víctimas. Pero ese mismo día en el mundo murieron 36.615 niños y nadie dijo una palabra”.

Del mismo modo, Rajendra Pachauri, presidente del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, alertó sobre el gran riesgo de conflictos que encierra el cambio climático. “Si no lo atajamos, el número de refugiados alcanzará unas proporciones desorbitadas”.

Pero, además de alertar y aportar su experiencia para construir la paz, en el Congreso, patrocinado por Mazda, se quiere reconocer a quien ya trabaja por ella. Por ello, se condedió el Premio del Congreso por la Paz al cineasta Bernardo Bertolucci, por la labor de difusión y comprensión de otras culturas realizada con su película y por su trabajo para mejorar la accesibilidad en las ciudades. Tras entregarle una obra de arte donada por el artista callejero Jerico, el Dalai Lama sujetó el micrófono a Bertolucci para que pudiera expresar su agradecimiento.

Pilar Gil Villar