Nunca les vi como enemigos. Eran chicos de la comunidad que convivían con la injusticia y pensaron que con las armas podrían cambiar algo. Estaban profundamente equivocados; la violencia no cambia las cosas”. Mairead Maguire habla de los miembros del Ejército Republicano Irlandés (IRA). En agosto de 1976, un soldado británico disparó al coche en el que huían dos de ellos. El conductor murió en el acto, y su vehículo arrasó la vida de tres sobrinitos –de 6 semanas y 8 y 2 años– de Maguire. Era otro estallido en la lucha de Irlanda del Norte, pero no fue uno más. La reacción de la Mairead de 34 años a su dolor superó las fronteras de lo familiar: “Fue la gota que colmó el vaso, la que me hizo presentarme en el estudio de televisión local y decir ante la cámara: esta violencia tiene que acabar. Debemos probar un camino más pacífico”.

“Teníamos a los soldados amenazándonos con granadas, pero les ofrecíamos flores y jamás fuimos a casa a buscar armas”

Cuarenta años más tarde me lo cuenta –menuda, enérgica y dulce– en el Hotel Majestic de Roma, donde asiste a la XIV edición del Congreso Anual de Premios Nobel de la Paz. Este evento, patrocinado por la marca de automóviles Mazda, reúne todos los años a galardonados con la prestigiosa medalla y representantes de organizaciones, empresas, medios de comunicación y gobiernos para ofrecerles un foro en el que avanzar en la construcción de la paz.
El camino de Maguire para alcanzarla se llamó Peace People, un movimiento que inició junto a la periodista Ciaran McKeown y otra mujer testigo del atentado, Betty Williams, con intención de sustituir el fuego cruzado por palabras, porque “ni siquiera esos soldados [británicos] eran enemigos, llegaron a una comunidad ya dividida para intentar resolver un conflicto. Nos habrían venido mucho mejor unos mediadores”. Organizaron encuentros en todo el país para “que la gente se sentara a hablar, sin demonizar a políticos o paramilitares, y buscar los problemas para resolverlos juntos. Miles de personas de la sociedad civil respondieron a nuestro llamamiento, y en seis meses la violencia bajó un 70%”. En 1977, Betty Williams y ella recibieron en Oslo el Premio Nobel de la Paz por su contribución a suavizar el conflicto del Ulster.
Voces del mundo árabe
En el encuentro de Roma nos acercamos a cuatro de las solo 40 mujeres laureadas en las 110 ediciones del Nobel. Es nuestra forma de contribuir a un llamamiento que la propia ONU realizó en el año 2000 con su resolución 1325: las mujeres sufren una forma especial de violencia y hay que incluirlas en la búsqueda de soluciones. El general holandés Patrick Cammaert, experto en misiones de paz, afirmó que “en un conflicto moderno es más peligroso ser mujer que soldado”. Sin embargo, ninguna ha encabezado mediaciones o procesos de paz auspiciados por Naciones Unidas. Aunque las cifras avalen su valía. Según Laurel Stone, investigadora del Instituto Kroch para el Estudio de la Paz Internacional, las mujeres en estos procesos aumentan un 24% la probabilidad de que cese la violencia antes de un año. Además, un plan de cuotas de género en las legislaturas posteriores al conflicto pueden incrementar un 27% una paz de al menos cinco años. Eso sí: esas mujeres deben pertenecer al entorno local.

“En Irán tienes atenuantes si matas a tu propio hijo, porque se le considera un objeto tuyo”

Esa característica la comparten nuestras cuatro entrevistadas: todas reaccionaron desde las sociedades cuyas injusticias combaten. Y todas, ajenas a estadísticas y resoluciones, lo hicieron por una iniciativa personal. “Primero tienes que tener un sueño, un objetivo, que te guiará hasta el segundo paso: librarte de tus miedos, y entonces ya no importan las amenazas ni la cárcel”. Tawakkol Karman no está teorizando. Me habla, rebuscando en su inglés con una sonrisa imborrable, de su propia vida . En Yemen, y con 35 años, ha estado en la cárcel en varias ocasiones por liderar una revolución pacífica que se enmarcó en la primavera árabe. Periodista, fue pionera en utilizar las redes sociales como armas contra el régimen dictatorial de Ali Saleh. Twitter yflores: “teníamos a los soldados amenazándonos con granadas, pero les ofrecíamos flores, jamás fuimos a casa a buscar las muchas armas que teníamos”. Su movimiento supuso un cambio en tres frentes: el político, el periodístico, con la burla de la censura, y el femenino, cuando las mujeres, sometidas por ley a la voluntad del marido, salieron a la calle como líderes. En nuestro encuentro, el proceso de paz en su país ya había sufrido la toma del Gobierno por los rebeldes huties, según Karman “apoyados por Saleh”. Entonces ella apelaba a la responsabilidad de la comunidad internacional, que “debe completar su labor e implementar la transición democrática […] y, sobre todo, juzgar ya a Saleh”. Lamentablemente, esa intervención llegó en forma de los bombardeos de la Liga Árabe, que han dejado 150.000 desplazados internos y casi un millar de muertos. La propia Karman ha seguido animando a las protestas pacíficas contra los rebeldes.

Su apelación a la justicia internacional es secundada también por la iraní Shirin Ebadi: “Soy firme defensora del Tribunal Internacional de Justicia”, me traducen de su rotundo persa. La primera mujer árabe en recibir el premio Nobel –en 2003– sabe de lo que habla, ya que también fue la primera en presidir una corte de justicia en su país. Hasta que la revolución del ayatolá Jomeini decidió que la toga no era cosa de mujeres y la destituyó. Ella se convirtió en “la voz de quienes no pueden hablar a causa de la censura para contar al mundo la situación en Irán”, y defender las causas de los perseguidos, sobre todo los niños, “las víctimas más vulnerables en la violación de derechos humanos. (…) En mi país, matar a tu hijo tiene un atenuante en la pena, porque el gobierno considera que los niños son objetos y pertenecen a su padre”. Tras años de amenazas, vive exiliada en Estados Unidos y considera que el destino de su país “debe decidirlo el pueblo”. La comunidad internacional “ no debería apoyar a los dictadores y el régimen de Irán. Por ejemplo, no aceptando el dinero sucio que viene de gobiernos corruptos y no dejando entrar en vuestros países a quienes violan los derechos humanos”.

Reconciliación en África
Con la misma contundencia se expresa Leymah Gbowee, la liberiana que organizó un movimiento de mujeres para obligar a los líderes de las fracciones en conflicto a sentarse a negociar y poner fin en la guerra civil de su país. Las medidas de presión incluyeron la negativa a mantener relaciones sexuales con los esposos. Pero hubo acuerdo, y Gbowee recibió el Nobel en 2011. Una de sus causas más complejas es el trabajo con quienes fueran niños soldado. Su relato resuena en el salón, matizado por sus manos: “Cuando odias a alguien, construyes muchos muros basados en tus percepciones entre esa persona y tú. Hasta que no los derribas, no la ves por primera vez”. Ella ha hecho ese ejercicio y ahora sabe que “eran niños explotados por un grupo de políticos”.

Entenderlo es el primer paso hacia la reconciliación, pero esta “no se consigue con una comisión, haciendo que la gente cuente su historia y luego todos a cantar y ser felices. No. Hay personas que la consiguen en un día, otras en un año y otras tardan toda una vida”. Ella, al igual que sus “hermanas” laureadas, está dispuesta a dedicarle la suya.

Redacción QUO