Charles Dickens falleció el 9 de junio de 1870. En la memoria de todos están algunas de sus grandes novelas: Historia de dos ciudades, Oliver Twist, Grandes esperanzas… Pero hoy queremos recordar otro aspecto de la vida del magistral novelista: el insomnio que padeció durante parte de su vida. «Hace algunos años padecí de un insomnio pasajero, atribuible a una impresión dolorosa, y ese insomnio me obligó a salir a pasear por las calles durante toda la noche», escribió el propio Dickens en uno de sus libros titulado Paseos nocturnos, en el que realata las largas caminatas que daba por Londres en plena noche a consecuencia de los problemas de sueño que sufría.
Casi cada noche, el escritor abandonaba su casa de Tavistock Square poco después de dar las doce, y vagaba por las calles sin un rumbo prefijado. En ocasiones estos paseos nocturnos llegaron a prolongarse hasta las cinco de la madrugada. En este deambular solitario, Dickens tomó notas para realizar retratos de la fauna nocturna londinense: los borrachos que abandonaban las tabernas con paso vacilante, los policías, las prostitutas… Todos ellos quedaron inmortalizados por su pluma. Sus crónicas dejan constancia de que estos paseos le llevaron en muchas ocasiones hasta los teatros del Covent Garden (por supuesto, vacíos ya a esas intempestivas horas), o hasta los muros de la prisión de Newgate.
A veces, si el paseo se prolongaba más de lo habitual hasta el punto de que le sorprendiese el despuntar del alba, Dickens entraba entonces en uno de los cafés que abrían más temprano. Allí conoció, según sus propias palabras, «al personaje más fantasmal que encontré en mis noches sin hogar». Un individuo que realizaba un extraño ritual: sacaba un pastel enorme del sombrero, lo apuñalaba con un cuchillo que le prestaba el dependiente, partía el bollo con la mano y, luego, se lo comía.
Las noches que no daba paseos, Dickens recurría a extraños y complejos trucos para tratar de conciliar el sueño. Ubicaba la cabecera de la cama hacia el norte (en la creencia de que era la mejor orientación para provocar el sueño), se acostaba en medio de ella, con sus brazos extendidos para que las manos estuviesen equidistantes del borde de la cama. Y si tenía que pernoctar lejos de su domicilio, siempre llevaba una brújula para conocer el norte. También creía en el mesmerismo, un tratamiento con imanes contra el insomnio. Pero lo más extraño de todo consitía en llenarse la cabeza de jabón hasta la raíz del pelo, e irse a dormir con ese mejunje puesto, creyendo que tendría efectos relajantes.
Redacción QUO