Cuando los bebés comienzan a explorar el entorno con las manos, lo primero que hacen es llevarse lo que cogen a la boca. No pretenden averiguar nada sobre su sabor; la información que buscan es básicamente táctil. Por medio de los sensores de la boca y de las manos obtienen muchos más datos del objeto de los que les proporciona la vista, y sobre todo, más precisos. Tocando y mordiendo una pelota saben sus dimensiones, peso y elasticidad, y con todo eso pueden decidir si les gusta o no. Resulta llamativo que ese sentido del que echamos mano de forma inconsciente desde los primeros meses es en gran parte desconocido. Las investigaciones sobre tecnología háptica, la rama de la ciencia que se encarga de idear dispositivos que reproduzcan sensaciones táctiles, solo tienen dos décadas, pero se desarrollan a tal velocidad que nos están zambullendo en una nueva era, la táctil. En palabras del consejero delegado de Microsoft, Steve Ballmer, la tecnología basada en este sentido es imparable “porque se adapta al ser humano, y no a la inversa, y hace que todas las tareas diarias sean divertidas y eficientes”. La mano se adivina como el mando universal. Ya usamos teléfonos táctiles, y en algunos centros comerciales empezamos a ver cómo los escaparates y las pantallas interactivas, basadas en tecnología táctil, lanzan guiños a los potenciales clientes. La nueva publicidad también responderá a esta tendencia. Las agencias se están dando cuenta de que las fórmulas para vender que resultaban eficaces hasta hace poco han quedado obsoletas. Luis Bassat, presidente fundador de la agencia Bassat Ogilvy, explicaba hace poco en una entrevista el objetivo del marketing que ha descubierto las ventajas del tacto: “La publicidad que simplemente vende ya no vende. Tiene que hacer algo más, tiene que excitar, despertar a la gente en su sofá, tiene que motivarla a salir disparada a buscar más información”.

Redacción QUO