El valor añadido de las nuevas tecnologías es que establecen una relación de tú a tú con el usuario, pero sobre todo, buscan que este tenga nuevas experiencias, que se sorprenda. Un ejemplo son las que podemos encontrar en Samsung Experience, una instalación interactiva itinerante en la que la compañía surcoreana invita a los visitantes a relajarse y a aprender cómo los nuevos dispositivos pueden enriquecer sus vidas. Los visitantes de esta instalación de 900 metros pueden jugar con objetos interactivos y crear arte; pueden informarse entreteniéndose. Es la idea que impregna la tecnología táctil. “Imagínate que pides una bebida durante una comida tocando la mesa con el dedo, o guardas tus canciones favoritas con el movimiento de la mano”, explica Steve Ballmer. Y eso lo tenemos al alcance de la mano; en cinco años, la publicidad que ahora está naciendo y todos los aparatos que usamos a lo largo del día serán así de intuitivos y fáciles de utilizar.
¿Cómo se ha gestado este cambio? El escritor G. Pascal Zachary explicaba en The New York Times cómo algunos de los cerebros más brillantes empiezan a sufrir cierto hartazgo del software y reclaman volver a conectar con el mundo físico por medio del tacto. Los primeros en dar la voz de alarma fueron los profesores de ingeniería, arquitectura y diseño de la Universidad californiana de Stanford al comprobar que la experiencia de sus alumnos se reducía a la simulación virtual. Muy pocos habían tenido ocasión de construir una maqueta o desmontar una bici. Ahora abundan los congresos y talleres donde los participantes intentan recuperar la habilidad manual. “No toda la inteligencia está en el cerebro. Se aprende a través de las manos”, dice uno de sus responsables, el director de diseño de producto Bill Burnett.
A la luz de las últimas investigaciones, puede decirse que obtener y almacenar información tocando las cosas deja una huella neurológica muy marcada. El equipo de la profesora Soledad Ballesteros, de la Facultad de Psicología de la UNED, ha comprobado que los enfermos de alzhéimer que han perdido la memoria consciente, en cambio conservan la implícita, un tipo de memoria por el que las personas recuperamos información involuntariamente. Lo curioso es que son capaces de identificar objetos familiares, como unas gafas y un bolígrafo, si los tienen entre sus manos, pero si se les pregunta ¿qué objeto es este?, sin tocarlo, no son capaces de decir su nombre. “Es la primera vez que una investigación demuestra que estas personas tienen memoria implícita para los objetos que perciben por medio del tacto, lo cual podría tener implicaciones terapéuticas futuras”, apunta la profesora Ballesteros.

Redacción QUO