El mismo equipo de la UNED participa también en el proyecto europeo SOMAPS, que investiga sobre estimulación sensorial y actividad cerebral, con un trabajo en el que miden cómo se refleja en el cerebro la preferencia por unas texturas u otras cuando se exploran por medio del tacto. En el estudio han comprobado que los participantes en el ensayo preferían las texturas suaves frente a las rugosas. Se detenían más en la exploración de las primeras, y el interés por las texturas suaves también se reflejaba en los registros cerebrales, en los que aparecía el potencial P 300, una indicación de que la persona está prestando atención a la textura que toca. Los resultados del proyecto SOMAPS tendrán implicaciones prácticas en psicología, realidad virtual y en el diseño de productos útiles para la vida diaria. No es por casualidad que los robots intentan ser parecidos al ser humano. “Tenemos una forma eficiente de hacer las cosas, por eso les interesa tanto a los ingenieros saber cómo funciona el cuerpo, cómo percibe los objetos y los recuerda a través del tacto”, explica Soledad Ballesteros. Pero, de momento, a los robots les falta el número y, sobre todo, la variedad de impresiones táctiles que tiene un cuerpo humano. Es su asignatura pendiente. Según los expertos, si se quiere que las máquinas sean capaces de sentir y reaccionar lo mas parecido posible a como lo hacemos las personas, habría que dotarlas de un tacto activo. De eso depende, por ejemplo, que se muevan con naturidad, y no “como robots”. Un problema que tenemos resuelto los humanos gracias a los sensores que tenemos en músculos, tendones y articulaciones. Estos nos permiten mantener el equilibrio aunque llevemos taconazos.

Seguro de vida
En la vida cotidiana, este sentido nos pasa casi inadvertido, y sin embargo, es casi una garantía de supervivencia. Según Francisco Rubia, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid y experto en Fisiología del Sistema Nervioso: “El ser humano no podría sobrevivir sin él sin ayuda de otras personas; de hecho, los que lo han perdido por una lesión medular corren peligro de quemarse”. Pero sobre todo, perder este sentido nos daría un conocimiento del entorno muy superficial. Las personas somos fundamentalmente visuales, pero a través del tacto elaboramos una representación interna de los objetos. Y tenemos mecanismos específicos para hacerlo. Según la información que buscamos de un objeto, recurrimos a un movimiento u otro. “Si quiero averiguar el tamaño o el volumen, lo encierro con las manos, si pretendo saber si una superficie es rugosa o suave, utilizo las yemas de los dedos, y si trato de comprobar la dureza o la blandura, presiono”, explica la profesora Soledad Ballesteros.

Redacción QUO