Nadie habría dicho, viendo su infancia, que Bin Laden llegaría a ser el enemigo público número uno. Tuvo una niñez dorada, ya que su padre era un poderoso constructor que tuvo 54 hijos. Cuentan sus biógrafos que Osama era un niño despierto que se convirtió en uno de los favoritos de su progenitor al compartir con él su amor por el desierto. Por eso, Bin Laden y otros seis hermanos le acompañaban en largas acampadas, en las que aprendían a cabalgar y a manejar armas de fuego. Su padre falleció cuando él tenía once años, y le dejó en herencia una fortuna que variaba, según las fuentes, entre 80 y 300 millones de dólares.
Un as con los puños
Resulta difícil imaginar a Woody Allen en un ring, pero tal y como apunta en el libro Conversaciones con Woody Allen, de Eric Lax, en su infancia reveló inesperadas habilidades pugilísticas. Durante su niñez tuvo que soportar las burlas de otros chavales, y que le llamaran despectivamente Red por su cabello pelirrojo: “Un día que iba a clase de violín, un energúmeno me gritó: ‘¡Eh, Red!’ Yo me encaré con él y le dije: ‘Mi nombre no es Red, ¿te enteras, pedazo de mula?’ Los médicos tuvieron que sacarme el violín del esófago. Menos mal que no estudiaba violonchelo”. La anécdota, evidentemente, está exagerada, pero tras aquel suceso, Woody comenzó a practicar boxeo: “Llegué incluso a competir, y hasta gané un trofeo escolar”, cuenta Allen.
La cabeza cortada
La madre de Hugo Chávez siempre soñó con que su hijo fuera sacerdote. Por eso, durante muchos años, el futuro líder de la revolución bolivariana ejerció de monaguillo en una parroquia de Caracas. Pero la gran pasión del muchacho era el béisbol y pasaba todo su tiempo libre practicando este deporte. De hecho, parece ser que si años después se alistó en el Ejército, fue únicamente porque: “Los paracaidistas tenían el mejor equipo de Venezuela”, explicó Leonardo Ruiz, un amigo de la infancia de Chavez, en una entrevista concedida a la revista Time. Según Leonardo, el pequeño Hugo ya era todo un carácter al que no le gustaba nada que le contrariasen, y relata una anécdota de su infancia digna de El padrino. Con doce años le cortó la cabeza a un burro muerto y la dejó delante de la casa de una niña que le gustaba, y que le había ignorado. “Fue algo de muy mal gusto”, recuerda Leonardo, “pero Hugo era así”.
Redacción QUO