Ya lo decía Baltasar Gracián: «Lo breve, si bueno, dos veces bueno». Se estima que el orgasmo puede durar, como mucho, alrededor de veinte segundos en las mujeres y no más de diez en los hombres. Y, seguramente, a todos nos gustaría que ese goce fuera una sensación mucho más prolongada. Pero, es precisamente su brevedad y finitud lo que, ademásd e convertirlo en algo tan placentero, evita también que sea perjudicial para nuestra supervivencia como especie.
Tal y como explica George Koob, neurólogo del Instituto Scripps Research de La Joya, en California, la brevedad del placer orgásmico ha sido un mecanismo evolutivo que ha contribuído a garantizar la supervivencia de la especie: «Imaginemos a una pareja de homínidos absortos y cegados por el placer desatado. En ese estado serían presa fácil para cualquier depredador. Por ese motivo, el cerebro ha aprendido a desarrollar unos mecanismos que limitan la duración y la intensidad del placer». Dichas estrategias consisten en reducir los nvieles de endorfinas y dopaminas, sustancias responsables de la sensación de placer, y en elevar los de las hormonas que causan el estrés, lo que tiene un efecto castrador sobre el goce sexual.
Pero, claro, a nosotros que ya no vivimos en la sabana y que, seguramente, no tengamos ningún depredador que nos amenace en la intimidad de nuestra alcoba, ese mecanismo puede que ya no nos parezca demasiado útil. Pero nos equivocamos al pensar de esa manera. Porque, según Koob, actualmente nos ayuda a que no se desgasten los circuitos cerebrales que garantizan ese placer. «Si sacamos demasiado dinero de la cuenta dle banco, se queda vacía. Y con el placer ocurre lo mismo. Si abusamos de él, se acaba agotando», explica el investigador. «Es lo que les ocurre a los adictos al sexo que, por mucho que lo practiquen, no son capaces de disfrutar, porque han desgastado los sistemas de recompensa del cerebro».
Para evitar llegar a ese punto, tal y como relata el experto, en un área del cerebro llamada corteza orbitofrontal (COF), existen neuronas que actúan como sensores del placer y que calculan cuando la sensación ha sido demasiado duradera, y ponen en marcha los mecanismos para cortarla, haciendo que nos sintamos hastiados.
Redacción QUO