En un momento determinado de El tocador de señoras, una célebre novela de Eduardo Mendoza, alguien le comenta al protagonista que en los momentos previos a la muerte toda la vida desfila por la mente del moribundo, como si fuera una película proyectada a cámara rápida. Tras meditarlo durante unos segundos, el personaje principal de la historia comenta: «Pues mira que ya es malo morirse, como para encima tener que morir viendo cine español».

La irónica reflexión de Mendoza es realmente brillante. Y nos ha servido de pretexto para preguntarnos si hay algo de cierto en esa creencia tan extendida, y de la que todos hemos oído hablar alguna vez. Pues parece ser que hay algo de verdad en ella, al menos cuando la muerte no sucede de forma súbita, y el cerebro dispone de suficiente tiempo para intuir que el final está cerca.

Así lo corroboró un estudio realizado en 2011 por el Departamento de Psiquiatría y Neurociencias de la Conducta de la Universidad de McMaster (Canadá). Los investigadores analizaron la experiencia vivida por quince supervivientes de un conato de tragedia aérea ocurrido en 2001, cuando un avión procedente de Toronto, logró evitar en el último momento estrellarse en el Atlántico.

Durante casi treinta minutos, los pasajeros de aquel avión, vieron como los sistemas de emergencia del aparato iban fallando sucesivamente, y como la muerte parecía cada vez más cercana. Al final, el avión logró realizar contra todo pronóstico un aterrizaje forzoso en las Azores, y la dramática historia tuvo un final feliz. Pero lo que nadie le quitó a los pasajeros, fue el haber sufrido una media hora de auténtica agonía.

Y lo que aquellos supervivientes relataron a los investigadores de la universidad canadiense fue que, entre otras cosas, sintieron como los recuerdos de casi toda su vida se amontonaban en su mente, como si fuera un aluvión o un bombardeo de imágenes y sensaciones. La conclusión del estudio apunta a que, al parecer, el shock que experimenta el cerebro al sentir la proximidad de la muerte puede provocar, entre otros síntomas, la hiperactivación de los mecanismos que regulan la memoria. ¿Pero cuál es la causa?

Una posible explicación la aporta otra investigación realizada en 2013 por la doctora Jimo Borjigin, de la Universidad de Michigan. La especialista monitorizó la actividad cerebral de ratas mientras estaban agonizando, y observó que se generaba una altísima actividad eléctrica y se producía una gran excitación neuronal, que estimulaba diversas áreas, entre ellas las vinculadas a la memoria. «Bajo determinadas circunstancias extremas, como una experiencia cercana a la muerte, el cerebro llega a estar hiperestimulado y excitado», explicó la autora del estudio, que considera que sus resultados podrían ser extrapolables a los humanos, aunque hace falta realizar algún estudio que lo corrobore.

Por supuesto, estas investigaciones no demuestran que la creencia sobre nuestra mente recordando toda la vida en imágenes cuando se aproxima el final, sea cierta. Pero aporta indicios para pensar que algo de verdad hay en ella al demostrar que cuando el cerebro siente que hay un peligro de muerte, nuestra capacidad para recordar se estimula.

Eso sí, sería interesante saber si en esa situación crítica se recuerdan más cosas buenas que malas, o viceversa.

Redacción QUO