Pero es que además, la práctica de la danza ha contribuido a la evolución de nuestro cuerpo y nuestro cerebro.
Para María Corsi Cabrera, catedrática de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de México y ex bailarina: “No hay una actividad que estimule el cerebro de manera más completa. Un pianista, por ejemplo, solo utiliza las manos para aprovechar su instrumento, mientras que un bailarín necesita todo el cuerpo; ese es su instrumento”.
Parsons y su equipo publicaron en agosto de 2006 en la prestigiosa revista Cerebral Cortex la investigación Las bases neurológicas del baile humano, en la que describen qué sucede en nuestro cerebro cuando bailamos (véase recuadro El son de tus neuronas). Según Parsons: “Muchas partes del cerebro entran en juego. La organización de nuestros movimientos al ritmo de la música, la de los patrones espaciales, entender la melodía, la armonía y los sonidos musicales, y las emociones transmitidas por la música y por nuestros movimientos y los de quienes tenemos alrededor. En definitiva, el baile, la música y el ritmo son el mejor ejercicio para que los diferentes sistemas cerebrales se armonicen y sean eficientes los unos con los otros”.
De hecho, se ha demostrado lo beneficioso que es danzar para el cerebro. Mejora la memoria operativa, la planificación ejecutiva, la habilidad en la realización de multitareas y la concentración. Así lo demostró un trabajo de la Universidad McGill de Montreal (Canadá) realizado por la neuróloga Patricia McKinley en el que estudió los beneficios de bailar tango para el cerebro de personas de la tercera edad. Sobre lo bueno que es practicar el baile porteño por antonomasia destaca otro estudio de la Universidad de Wa­shington, en el que se observaron mejoras importantes en enfermos de párkinson tras veinte clases de tango. En esta enfermedad se producen pérdidas de neuronas en el ganglio basal, lo que interrumpe su comunicación con la corteza motora y provoca rigidez y movimientos inconscientes. Estos últimos, sobre todo, se redujeron gracias al tango. Pero lo que parece claro es que no todos tenemos la misma habilidad para movernos al ritmo de la músca. ¿Hay diferencias a priori entre mi cerebro y el de una bailarina de ballet?

No todos somos Shakira
Según Parsons: “No hay estudios científicos que determinen diferencias en el cerebro de dos seres humanos con más o menos habilidad para bailar, para la música, las matemáticas o el razonamiento. En la mayoría de los casos, ser mejor solo depende de haber tenido un entrenamiento temprano en la práctica de esa disciplina o al ejercitar esa habilidad”.
Así, el éxito de programas de televisión como ¡Mira quién baila! demuestra que no es necesario ser un virtuoso del baile para llegar a hacerlo bastante bien con un poco de entrenamiento. Sea como fuere, lo que parece claro es que también disfrutamos viendo bailar a otros. Según la neuropsicóloga Beatriz Calvo-Merino: “Cuando observamos danzar a alguien se activan las mismas zonas del cerebro que lo harían si fuéramos nosotros los bailarines”.
Según una investigación realizada por Calvo-Merino y su equipo del Institute College of London, las responsables de este efecto son las neuronas espejo, una serie de células nerviosas que residen en el área motora del cerebro y que también podrían ser las responsables de que nos emocionemos cuando un bailarín interpreta una pieza cargada de sentimiento.
Si en algo coinciden todos los expertos, es en que el baile es otro modo de comunicación, otro lenguaje con el que cuenta el ser humano para expresarse, sobre todo, emocionalmente. “No tienes más que ver a una pareja ejecutando un tango: sus sentimientos están conectados. El baile produce que estén sincronizados más allá del cuerpo”, termina Parsons. Así que… ¿bailamos?

Redacción QUO