Algún día, cuando el efectivo desaparezca del todo (como auguran los economistas), echaremos de menos los buenos ratos que nos ha regalado. Y es que, según el equipo de investigadores estadounidenses, acabamos cogiéndole cariño al acto de pagar cuando lo hacemos en efectivo.

Desenfundar la cremallera del monedero para liberar las monedas, buscar diez céntimos entre cientos de moneditas o sentir el roce del papel en la yema de los dedos son pequeños actos que encierran historias de personajes que van y que vienen, de grandes y pequeñas pasiones y de ausencias que mortifican el alma. Y todas estas emociones no están en la fría tarjeta de crédito, según un estudio publicado en la revista Journal of Consumer Research.

“Ir sin dinero en efectivo viene a ser un inconveniente inadvertido. Tendemos a evaluar menos las compras cuando usamos una tarjeta que cuando lo hacemos con métodos más ‘dolorosos’ como el efectivo o el cheque”, explican en el estudio los autores Avni M. Shah (Universidad de Toronto), Noah Eisenkraft (Universidad de Carolina del Norte), James R. Bettman y Tanya L. Chartrand (ambos de la Universidad de Duke).

En uno de sus estudios se centraron en la venta de una serie de tazas similares por dos dólares. Una mitad solamente podía pagar con efectivo y la otra con tarjeta. Después les preguntaron cómo se habían sentido. En una escala del uno al siete, los encuestados pudieron expresar qué rango de dolor habían experimentado.

Los investigadores notaron una tendencia curiosa. Al pedirles después que vendieran ellos mismos las tazas, los que pagaron en efectivo pidieron un dólar más en el precio. La abstinencia del metal les había llevado a querer más, mientras que la tarjeta de crédito (que pocas veces se mueve de la habitación que comparte con el DNI y el resto de la documentación) no causaba ningún tipo de nostalgia.

En otro estudio relacionado con donaciones de caridad, otra división de consumidores tuvo que elegir entre tres organizaciones benéficas que previamente no conocían. Le añadieron a este experimento un factor especial: nadie pagó con su propio dinero, sino con el que les fue entregado.

Y una vez más, la plata volvió a golpear con efecto al plástico. Tras el interrogatorio, aquellos que pagaron con efectivo reconocieron que se habían sentido más conectados con el acto caritativo. La otra sección, sin embargo, no sintió ni un parpadeo al pasar la tarjeta por la máquina.

“Usando efectivo y cheques parece que se incrementa el ‘daño’ psicológico o el sacrificio del acto crea más afinidad con el producto o la marca”, concluyen los autores, quienes se han propuesto otra misión: averiguar cómo funciona este efecto en las relaciones interpersonales. Según referencias del estudio, las personas que pasan más del 4% de su tiempo en su hogar emplean más presupuesto en regalos para los demás. En esta ocasión, los investigadores tendrán que medir los ‘celos’ del dinero.

Redacción QUO