En un fascinante viaje al pasado, un equipo de investigadores de las universidades de Cambridge y Oxford se propone llegar hasta las raíces más profundas del lenguaje. La tecnología, aliada de este proyecto, permitirá no solo leerlo, sino escucharlo. Por el momento, ya han podido escuchar algunas palabras como debieron sonar hace 5.000 años.
“Los sonidos tienen forma“, explica el profesor John Aston, del Laboratorio Estadístico de Cambridge. Al pronunciar una palabra hacemos vibrar el aire. La onda que ocasiona puede ser medible por medio de una serie de números. “Una vez tenemos estas estadísticas y las de otra palabra hablada, podemos empezar a preguntarnos por su similitud y lo que se necesitaría para pasar de una a otra“, añade.
Los lingüistas estiman que la civilización indoeuropea debió existir alrededor del 5.000 a.C. Tras una serie de migraciones históricas, sus integrantes se expandieron por toda Eurasia, dando lugar a los pueblos principales que la forman. El latín, el arameo, el sánscrito o el persa son lenguas que derivan del denominado proto-indoeuropeo (PIE por sus siglas en inglés).
Este lenguaje resulta difícil de reconstruir. El parentesco entre las miles de lenguas y dialectos que han existido a lo largo de la historia todavía es un campo de investigación donde existen lagunas, inexactitudes y, en muchos casos, pocos registros documentales. La experiencia integral de dominar un lenguaje (pragmática, sintáxis, morfología, cultura escrita) presenta profundas carencias en muchos idiomas antiguos.
Un ejemplo es el de Tuone Udaina, el último hablante nativo del dálmata que falleció en 1898. Era peluquero, su educación se había limitado a tres años de colegio y su verdadera lengua materna era el veneciano. Él había escuchado a sus padres emplearlo y a partir de ahí había aprendido lo que transmitió. Tras su muerte, la lengua se extinguió.
¿Cómo se decía cinco en indoeuropeo?
Sin embargo, lo bonito de las lenguas es que dan pistas. “Vino” en español, “Wine” en inglés, “Vin” en francés o “віно” («vino» en bielorruso) son palabras que han vivido una evolución parecida porque en un momento determinado momento se decía “vinum” en la Antigua Roma. Esta lengua, a su vez, procede de las lenguas itálicas, con un parentesco directo con el idioma indoeuropeo.
Hasta ahora, el camino más largo que han trazado ha sido desde la palabra inglesa one («uno» en español) hasta el proto-indoeuropeo oinos. Un caso que también se da en el caso de five en inglés («cinco»), el gaélico (moderno) pimp, el griego πεντε («pente») y el probablemente indoeuropeo penkwe.
«Desde mi punto de vista, es sorprendente que podamos convertir la teoría estadística interesante, pero todavía muy abstracto en algo que realmente ayuda a explicar las raíces de la lenguas modernas», opina Aston.
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Redacción QUO