Hans Rosling era el profesor que todos hubiéramos querido tener y que habríamos tenido si hubiéramos estudiado en el Instituto Karolinska de Suecia. No solo por su sentido del humor y su claridad de ideas. Provocaba entusiasmo en quienes lo escuchaban. Un entusiasmo poco común, pues se convertía en pasión por la estadística. Sí, por la estadística.

Sabía entretener a su audiencia y, al mismo tiempo, enseñarle cómo emplear esta ardua disciplina para comprender cómo funciona el progreso del mundo y el desarrollo de los países. Es lo que hizo hasta ayer, que murió a causa de un cáncer de páncreas.

Cuando la epidemia de Ébola de 2014 estaba en su punto álgido, Rosling hizo las maletas y se presentó ante el ministro de Sanidad de Liberia con una humildad al alcance de muy pocos: “Muy buenas, aquí estoy. Profesor Hans Rosling. ¿Puedo ayudarle?”, le dijo. Y claro que podía. Porque la muerte un hombre que solo sirva para dar conferencias no despierta la reacción secretario general de la OTAN, Jens Stolkenberg -”Ha fallecido un gigante”, ha dicho en Twitter-. Su conocimiento era profundo y accesible. Menos mal que su estela sigue brillando en Youtube.

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Andrés Masa Negreira