Gibraltar es una inacabable fuente de conflictos entre España y Gran Bretaña. Pese al elogio que hacen ambas partes de la diplomacia como herramienta para solucionar el contencioso, lo cierto es que en ocasiones dicha diplomacia parece brillar por su ausencia.

Un buen ejemplo de ello, es el incendiario vídeo que lord Michael Howard, un influyente miembro del partido conservador, ha hecho público y en el que anima a tomar medidas similares a las que se emplearon con las Malvinas, para conservar la soberanía del peñón. “Hace ahora 35 años, otra ministra (en alusión a Margaret Thatcher) envió a cruzar el mundo a sus Fuerzas Armadas para defender la libertad de otro grupo de ciudadanos británicos”, ha afirmado Howard con nada disimulado ardor guerrero.

No parece que la sangre vaya a llegar al río en esta ocasión, pero estas declaraciones demuestran que el tema de Gibraltar sigue caldeando los ánimos. Y lo cierto es que, desde la instauración de la democracia en España, el conflicto del peñón ha dado pie a ilustres y antológicas meteduras de pata, tanto por el lado británico como por el español.

Una de las más sonadas se produjo en 1981, cuando se anunció que el príncipe Carlos y Diana Spencer, iniciarían allí su viaje de novios. La noticia provocó una protesta oficial por parte de las autoridades españolas, y los propios reyes Juan Carlos y Sofía decidieron no asistir a la boda de Carlos y Diana.

Pero el propio Juan Carlos I tampoco anduvo muy fino en este tema. Ya que, tan solo un año después, en 1982, el soberano español le comentó a Anthony Parsons, consejero para política exterior de Margaret Thatcher, que no estaba entre los intereses de España recuperar Gibraltar, aunque eso fuera posible. Esa conversación se mantuvo en secreto hasta que fue desclasificada en 2013.

En el año 2000 los británicos provocaron otro conflicto diplomático cuando decidieron que Gibraltar era el puerto más adecuado para amarrar al Tireless, un submarino nuclear averiado que necesitaba ser reparado. Más tensión aún creó en 2013 la intención de mandar toda una flota británica al peñón. La justificación eran unas supuestas maniobras navales, pero era evidente que se trataba de una demostración de fuerza británica tras diversos incidentes entre patrulleras gibraltareñas y lanchas de la Guardia Civil española.

En agosto de ese mismo año, 2013, García-Margallo no se estrenó con mucho tino en el cargo de Ministro de Exteriores ya que, al poco de conocerse su nombramiento, le espetó a un eurodiputado británico que se acercó a felicitarle un sonoro: “Gibraltar español”. El ministro lo justificó como una broma. Pero, tan fuera de lugar y tan poco sutil, que no hizo mucha gracia a los británicos. Y la cosa empeoró tres meses después, cuando las autoridades británicas denunciaron que los funcionarios españoles que controlaban la valla habían abierto una valija diplomática durante un registro. El gobierno español negó que se hubiera violado ningún protocolo oficial, y el incidente acabó languideciendo tras un tira y afloja de acusaciones y desmentidos entre ambas partes.

Estos, son solo algunos de los muchos incidentes anti-diplomáticos que ha generado el tema de Gibraltar. Y nos tememos que en el futuro habrá más.

Vicente Fernández López