¿Les importará a Rajoy, Sánchez o Iglesias llamarse, respectivamente, Mariano, Pedro y Pablo? Pues debería porque, un nuevo estudio realizado por investigadores de la Universidad de Otago en Nueva Zelanda, revela que el nombre de los políticos puede influir en que les voten más o menos personas. Concretamente, la investigación ha revelado que aquellos candidatos cuyo nombre encajar mejor con la forma de su rostro, obtenían mejor resultados electorales.
Pero, entonces, ¿quiere esto decir que Trump tiene cara de llamarse Donald y Clinton no la tiene de llamarse Hillary? Pues hasta cierto punto, si. Los investigadores explican que solemos tener ciertos estereotipos vinculados a los nombres. Así, en el experimento que realizaron comprobaron que los voluntarios asociaban el nombre de Bob con personas de rostro redondeado, mientras que el de Kirk lo ligaban a personas con caras angulosas y de facciones más marcadas.
Se trata de un ejemplo del llamado Efecto Bouba/Kiki, un fenómeno descubierto en 1929 por el investigador Wolfgang Köler, quien detectó que las personas suelen vincular la palabra Bouba con una imagen de formas redondeadas, y el término Kiki contra más puntiaguda y estilizada. Los investigadores sugieren que puede deberse al movimiento que tiene que hacer la boca para pronunciar ambas palabras (más redondeado en el primer caso, y más angular en el segundo).
Pero, ¿cómo afecta esto a los políticos? Los investigadores neozelandeses analizaron en una muestra de doscientos políticos, que grado de «afinidad» había entre sus nombres y sus rostros (en función de los estereotipos a los que antes aludíamos), y luego analizaron sus resultados. Y lo que observaron fue que aquellos en los que su nombre y rostro encajaban mejor obtenían, como mínimo, un 10% más de votos que el resto.
fuente: LiveScience.
Vicente Fernández López