En ella se localizan los marcadores antropométricos específicos: sitios en la arquitectura craneal que son constantes desde el punto de vista anatómico. Sobre dichos puntos se colocan marcadores de grosor, pues el trabajo de los anatomistas ha llevado a que se conozcan los volúmenes de las estructuras que reposan sobre ellos, y que varían según edades y etnias. Aunque conociendo la antigüedad, el sexo y la raza de la calavera (que pueden estimarse por sus rasgos anatómicos), esta variación es limitada. Los marcadores y su grosor guiarán al artista.
Hechos de arcilla
La siguiente etapa es la reconstrucción de los elementos anatómicos mayores de la cara en arcilla o plastilina. Conocemos la forma de los principales músculos del rostro, y el artista los reproduce teniendo en cuenta los datos de su tamaño relativo que le proporciona el cráneo. El orden de superposición de la musculatura basal es siempre el mismo: primero el temporal, seguido por el masetero, el bucinador y los occipito-frontales. Luego, se reconstruyen los labios y la nariz, quizá los rasgos más problemáticos, ya que carecen de hueso (labios) o su forma depende de pequeñas esquirlas óseas y mucho cartílago (nariz). Diversos trucos y reglas numéricas, cuyos detalles dependen de la edad y la raza del muerto, ayudan al artista. Por ejemplo, el ancho de los labios suele coincidir con la distancia entre las pupilas de los ojos.
La anchura de la nariz es diferente respecto a su longitud dependiendo de la raza, y detalles como la orientación de los huesos nasales y la posición de algunos marcadores antropométricos son vitales. El especialista estima con los datos disponibles lo mejor que puede. Este es uno de los factores que impiden que el trabajo sea 100% objetivo: con el mismo cráneo, dos especialistas obtendrán resultados distintos.
Por último, se añaden los pequeños músculos que controlan las expresiones de la cara, los tejidos alrededor de los ojos (un procedimiento complicado, sobre todo en la raza asiática) y se rellenan los espacios hasta el grosor indicado por los marcadores anatómicos. El resultado es una máscara que puede colorearse para facilitar la identificación. En otros casos, el estudio de la evolución de los marcadores antropométricos con la edad se utiliza para estimar el aspecto de una persona viva que está desaparecida (como en el caso de John List, narrado al inicio) a partir de una imagen realizada muchos años atrás.
Cuando se trata de un artista con talento anatómico, el efecto es espectacular, y la identificación se produce rápidamente. Algunas reconstrucciones son tan precisas que los testigos incluso les ponen nombre a partir de fotos hechas hace décadas.
Puede que no sea la metodología más científica de los forenses, pero en ausencia de bancos de datos universales de dentición y ADN, la aproximación de estos artistas es lo mejor que tenemos. A veces es lo único disponible, y en ocasiones impresiona.
Redacción QUO