Valga la contradicción, porque es cierta: no son un capricho estético, sino una verdadera discusión científica sobre el concepto de lo bello. Los cinco tomos que repasan los “últimos” 100.000 años de belleza (ed. Gallimard) analizan la evolución de la estética humana desde la perspectiva de arqueólogos, filósofos, artistas y críticos, sociólogos, antropólogos y hasta psiquiatras.
Lo mejor es la conclusión: que no hay conclusión. Que la belleza no se está quieta y que la ruptura del canon imperante en cada tiempo y civilización hizo avanzar el arte, la sociedad y hasta la tecnología. Que lo bello fue a la vez la causa y la consecuencia de los cambios en la civilización…
La discusión, planteada en forma de libro por la Fundación L’Oréal, y dirigida editorialmente por la etóloga francesa Elisabeth Azoulay, ya era valiente: repasar qué ha significado la belleza desde el primer abalorio de las cavernas hasta el último gadget-joya moderno. Pero el último tomo –cada uno repasa una etapa de la Humanidad–, Proyecciones, es especialmente valiente, porque se atreve a predecir la belleza del futuro.
Pero predecir no es inventar. Con la ayuda de Françoise Gaillard, del Instituto del Pensamiento Contemporáneo de París, Azoulay ha hecho funcionar la calculadora del tiempo valiéndose de la aún joven, pero bella, ciencia de la prospectiva. Incluyendo textos tan diversos como las leyes de la robótica de Asimov (Yo, robot) y otros más actuales, como ensayos de videoartistas, ha creído prever el futuro de la estética: el aumento de la población mundial dará visibilidad a las minorías étnicas, y el creciente éxodo a las ciudades amplificará su capacidad de “contagio”.
Y la tecnología abrirá la puerta a implantes y “rediseños” del cuerpo. Bonito, ¿no?