El Golem

Otra inquietante criatura es el Golem. Proveniente de un tradicional mito hebreo, alcanza su máxima popularidad durante el s. XVI con el Golem de Praga, y se imagina como un humanoide de gran estatura y corpulencia creado por un hombre iniciado y de gran poder espiritual, casi divino, hecho al modo del bíblico Adán a partir de esa “materia primordial” que es el barro. En 1914 Gustav Meyrink escribió la novela El Golem, inspirada en la leyenda checa, y basándose en ella aparece el legendario clásico del expresionismo cinematográfico alemán El Golem, del cineasta Paul Wegener.

Galatea

Mucho más amable es el mito de Galatea. En sus Metamorfosis el poeta Ovidio nos cuenta acerca del Rey de Chipre, Pigmalión, quien esculpió una estatua de una mujer tan perfecta que se enamoró de ella. La fuerza de su amor y la ayuda de la diosa Afrodita consiguen dar vida a la materia inanimada. En 1916 el mito renace gracias a la obra teatral escrita por Bernard Shaw “Pigmalión”. También la hermosa Galatea representada por la florista Liza se rebela contra su creador, el profesor Higgins, pero en su versión cinematográfica My Fair Lady (1964) este elemento tradicional vuelve a desaparecer.

Los Tulpas

Pero la mayor “maravilla” creacionista son los Tulpas. Los monjes tibetanos aseguraban que mediante un proceso de concentración del pensamiento podrían crear de la nada un ser llamado Tulpa, en todo similar a un ser humano y que ejercería funciones de sirviente. Periódicamente había que suministrar energía espiritual a este ente, o se desvanecería de nuevo en la nada. La escritora Alexandra David-Neel (1868 – 1969), primera mujer que fue autorizada a entrar en Lhasa, capital del Tíbet, en 1924 narra algunas supuestas experiencias con Tulpas, incluso con uno mismo que ella dijo haber creado.

Querido Frankenstein

Es sin duda de este Golem de donde arranca el mito del ser más famoso y fecundo de la literatura: el monstruo de Frankenstein. En el verano de 1816, Mary Wollstonecraft Shelley y su esposo, en una visita a la residencia de su amigo Lord Byron, escribe Frankenstein o el moderno Prometeo. El siniestro científico arrebata a Dios su poder de crear, como Prometeo le arrebató el fuego. Mary Shelley se basa en las investigaciones del italiano Luiggi Galvani sobre la supuesta capacidad de la recién descubierta electricidad para revivir cadáveres y en los delirantes experimentos de un pseudo científico llamado Andrew Crosse, quien afirmaba que en 1807 había logrado crear “insectos perfectos” mediante la «electro-cristalización» de materia inanimada. Es también con electricidad como cobra vida el ente monstruoso creado por el doctor Frankenstein. Y como tal, también se rebela contra su creador.

Homúnculo

Acaso la criatura “creada” más antigua de todas sea el Homúnculo (en latín: hombrecillo) Los métodos para obtenerlo eran tan pintorescos como el conocimiento científico de la época, que abarca desde la Edad Media hasta el s. XVIII. Se creía que la mandrágora -la forma de cuyas raíces recuerda vagamente a la de un ser humano- crecía en los lugares donde morían los ahorcados, abonada por el semen eyaculado en las últimas contracciones de un condenado. Si la planta se recogía al amanecer de un viernes y se la alimentaba con leche, miel y sangre, se convertiría en un pequeño humanoide que defendería y protegería a su amo. El conocido médico y alquimista Paracelso aseguraba haber creado un homúnculo de 30 cm. que le servía con asiduidad. Dato importante, que se repetirá a lo largo de la historia con otras imaginarias criaturas es que el homúnculo podría rebelarse contra su creador, por haberse atrevido a emular a Dios.

La nube de Crichton

En un laboratorio en el desierto de Nevada, un grupo de científicos ha conseguido crear microrrobots. Son nanopartículas que, juntas, forman una nube, un enjambre que ya no saben cómo controlar. Y han logrado escaparse.
Esta nube es autónoma, se autorreproduce y aprende de la experiencia. La programaron para ser una depredadora, y así es como actúa. Cada hora que pasa es más inteligente y más letal. Esa es la última criatura ideada por Michael Crichton en su novela «Presa». Y da mucho miedo.