SER HUMANO

Nunca ganarían un Goya

Quien crea que la historia del cine español se reduce únicamente a filmes sobre la guerra civil, historias de folclóricas o comedias dignas de ser programadas en Cine de barrio, se equivoca. Más allá del cine oficialista, de lo populachero, o de las obras de grandes maestros como Buñuel y Berlanga, nuestra cinematografía está plagada de cintas extrañas e insólitas, auténticas marcianadas que nunca ganaron un premio Goya (entre otras cosas porque en aquellos tiempos aún no existía el dichoso trofeo), pero que de haberse rodado actualmente tampoco lo habrían conseguido por ser tan «raras».

Os invitamos a un repaso por quince de las perlas más extrañas del cine español. Una selección quen incluye varias obras maestras y también, por qué no, algún que otro bodrio de difícil digestión.

Madrid en el año 2000 (1925)

Lamentáblemente, de esta película solo podemos hablar de oídas. No se conserva ninguna copia de ella, y es una lástima, ya que se considera una de las cintas pioneras de la ciencia ficción española. Solo nos es posible imaginar las delicias que podría deparar este tesoro en el que, según cuentan las crónicas de la época, se veía un Madrid ¡con puerto de mar! Un milagro producido gracias a una ampliación del río Manzanares que ahora llegaba hasta el Atlántico permitiendo que los barcos arribasen a la capital de España. Así que si alguien sabe donde localizar material relacionado con esta obra, que nos lo haga saber urgentemente. Aunque ahora que lo pienso, tal vez sea mejor que permanezca perdida. ¿Se imaginan la cantidad de ideas que se le podrían ocurrir a Gallardón después de verla? Se me ponen los pelos como escarpias solo de imaginarlo.

La torre de los siete jorobados (1944)

Aquí deberían sobrar las palabras, porque nos encontramos ante una de las obras maestras de nuestro cine, además de una de las películas patrias más insólitas jamás filmadas. En plena posguerra española, cuando el país sufría restricciones de todo tipo, el genial Edgar Neville se sacó de la manga este cuento fantástico que adaptaba una novela o folletín del gran Emilio Carrere. En un Madrid tipicamente castizo, que parece salido de las páginas de una comedia de Arniches, Beltrán, un joven sin oficio ni beneficio, enamorado de una cantante de cabaret llamada la Bella Medusa. Trata de hacer fortuna jugando en un casino. Y la suerte le favorece gracias a la intervención del fantasma de Robinson de Mantua, un aventurero e inventor que le promete ayudarle en los juegos de azar a cambio de que él proteja a su sobrina de los múltiples peligros que le acechan. A partir de ahí la película se desliza hacia un universo fascinante e irreal, con una ciudadela secreta escondida bajo el subsuelo de Madrid, conspiraciones a cargo de un grupo de maquiavélicos jorobados, inscripciones en arameo que adornan las paredes… ¿Hace falta decir que esta es una de las mayores rarezas que parió el cine español de los años del franquismo? Véanla y disfrútenla, porque es autenticamente deliciosa. Ah… no se fíen mucho del título. Yo conté al menos más de veinte jorobados diferentes.

Parsifal (1951)

Hay que tenerlos bien puestos o estar completamente loco para, en plena posguerra, lanzarse a rodar una película que copiara a la fastuosa Los Nibelungos de Fritz Lang. Y hay que tener mucho talento, o mucha suerte, o ambas cosas a la vez, para que encima la jugada te salga bien. Pues ese es el caso de esta joya de Carlos Serrano de Osma que adaptaba muy libremente una ópera de Richard Wagner, pero ambientándola en tierras catalanas. La película es delirante desde su propio inicio, situado en el futuro, al final de una III Guerra Mundial, cuando unos soldados encuentran unos pergaminos que cuentan la historia de Parsifal, un héroe legendario que buscaba el Santo Grial. A partir de ahí, el filme viaje a un territorio situado a medio camino entre la estética de la Edad Media y la de la mitología germánica, con tribus de cavernícolas y lugares legendarios cuyo mero nombre enciende nuestra imaginación (la visita al Jardín de los Pecados Capitales es uno de los pasajes más bellamente irreales de la hsitoria del cine español).

Diferente (1961)

Que alguien lograra colarle este gol a la censura franquista, es digno de mérito, porque esta película es la primera de todo el cine español que aborda el tema de la homosexualidad y, lejos de hacerlo de forma pacata, la cinta resultante es un auténtico festival de estética gay que, aún visto hoy, sigue asombrando por su audacia. Dirigida por Luis María Delgado y protagonizada por el bailarín Alfredo Alaria, el filme sigue siendo recordado por el momento en que el protagonista se deleita contemplando el cuerpo semidesnudo de un obrero de la construcción que maneja un martillo eléctrcico. ¡Toma metáfora fálica! Y por si eso fuera poco, el siguiente plano muestra el dedo del protagonista introduciéndose en el agujero de un timbre. Tampoco se queda corta la escena musical que parodia el cine mudo y con el protagonista travestido de niña prodigio en plan Marisol. Lo dicho, aquel día los censores debían estar tomando café.

El grano de mostaza (1962)

De Jose Luis Sáenz de Heredia, director de Raza, se podrán decir muchas cosas en el plano político, y seguro que muy pocas buenas, pero como cineasta nadie puede negarle sus méritos. Y entre ellos figura el de haber dirigido esta película, presunta comedia que se revela en realidad como un auténtico cuento de horror. Un desdichado Manolo Gómez Bur, atenazado por las deudas de juego, debe reunir una altísima suma de dinero antes del amanecer. Para ello tendrá que sumergirse en el infierno nocturno del Madrid más lumpen, guiado por una especie de Mefistófeles encarnado por Rafel Alonso. Un paseo por cabarets de mala muerte, salas de autopsia, morgues, y otros rincones siniestros, que recuerda, salvando las distancias, a Orfeo negro. ¿Españolada? Tal vez, pero rebosante de pesimismo y de mal rollo.

La hora incógnita (1963)

Hablando de cine español no podía faltar una de Mariano Ozores. Pero olvídense de Pajares y Esteso, de los chistes gruesos y de las mozas en paños menores, porque nos encontramos a un Ozores en plan denuncia arremetiendo contra el terror atómico. Ahí es nada. En una ciudad española se recibé el aviso de que va a impactar una bomba atómica y las autoridades proceden a evacuar a todos sus habitantes antes de que suceda el desastre. Pero trece personas de distintita condición quedan olvidadas en sus calles. Este grupo de renegados se reúnen en la glesia y se someten a una especie de psicoanálisis colectivo en el que salen a relucir sus más íntimos miedos mientras se preguntan a que hora estallará la bomba (de ahí el título del filme). Una película descaradamente inspirada en La hora final (1959) de Stanley Kramer e insólitamente profética, ya que tres años después sucedería el incidente de las bombas atómicas de Palomares. Y en que momento pasó Ozores de rodar cosas como esta a filmar Los bingueros es otra incógnita para la que no tenemos respuesta.

Un, dos, tres, al escondite inglés (1969)

Mientras España se regocijajaba con las comedias de Tony Leblanc y Paco Martínez Soria, o debatía sobre lo último de Berlanga o los filmes franceses de Luis Buñuel, el llorado Iván Zulueta filmó uno de los pocos intentos que hubo en nuestro país de hacer un cine netamente pop, un poco en la línea de las películas que Richard Lester filmó con The Beatles. El argumento es mínimo. Una cadena de televisión solicita que se presenten grupos musicales para grabar el tema que participará en el festival Megavisión (¿hace falta decir que es una parodia de Eurovisión?), y los dueños de una tienda de discos, conscientes de que la canción es una bazofia, deciden sabotear las grabaciones. A partir de ahí, psicodelia en estado puro, unas pinceladas de cine vanguardista y jugosos videoclips protagonizados por algunos grupos de la época como Fórmula V y Micky y los Tonys. Y encima sale José María Iñigo como actor. ¿Quien da más?

Vampir-cuadecuc (1970)

Vamos a sacar las gafas de pasta para ponernos culturetas. Se podría decir que con esta inclasificable cinta, Pere Portabella, el más vanguardista de nuestros cineastas, inventó el concepto del making off, pero sería quedarse corto. Aprovechando el rodaje de una versión de Drácula filmada en 1970 por otro freak de nuestro cine, Jesús Franco, Portabella, hizo una especie de documental cuya radicalidad va más allá de género transformando su cinta en una auténtica metáfoma del vampirismo. Portabella vampiriza literalmente la película de Franco para, sirviéndose de las imágenes tomadas durante el rodaje, crear un filme completamente distinto. Un experimento filmado en blanco y negro y sin diálogos, con excepción de la escena en la que Christopher Lee lee un fragmento de la novela de Bram Stoker.

Viva la muerte (1971)

Muchos años antes de liarla en el programa nocturno de Fernando Sánchez Dragó, el siempre inclasificable Fernando Arrabal debutó en el cine con esta cinta no apta para mentes sensibles. La guerra civil vista de una manera diferente que va más allá del surrealismo para entrar en el terreno del horror puro y duro. El protagonista es Fando, un niño traumatizado por la desaparición de su padre, militar republicano que ha sido denunciado por su propia madre, una mujer fascista y beata interpretada por una joven Nuria Espert, en una de sus escasas apariciones en la gran pantalla. El chaval tiene diferentes visiones de la muerte de su padre, todas ellas atroces, destacando aquella en la que su progenitor es enterrado hasta el cuello en la arena, y unos jinetes le destroan al cabeza con las pezuñas de sus caballos. Se imagina también a su madre defecando sobre el cadáver de su padre y, para cerrar el festival, sueña con una turba arremetiendo contra un sacerdote y arrancándole los testículos para hacérselos tragar a continuación, mientras el religioso musita: «Uuuum…. que ricos mis huevos. Gracias Señor por este manjar». En fin, Arrabal en estado puro.

El anacoreta (1976)

Para fábulas extrañas esta, en la que un individuo misántropo, escéptico y desencantado con la vida se encierra en el retrete de su casa con la única compañía de un poster femenino y se dedica a enviar mensajes en botellas a través de la taza del inodoro. Contada así quizás suene excesivamente psicotrónica (y lo es), pero también es un precioso cuento sobre la soledad del hombre contemporáneo. A destacar la inolvidable frase final del filme: «Llegará un día en que todos los retretes se llenarán de anacoretas». Pues ya saben, vayan haciendo acopio de papel higiénico.

El hombre perseguido por un ovni (1976)

Una leyenda urbana asegura que esta película se rodó en tan solo un día. Seguramente sea exagerado, pero visto el resultado da la impresión de que tampoco tardaron mucho más. Tenemos a un escritor perseguido por un platillo volante y por un grupo de alienígenas que en realidad son extras disfrazados con jersey y careta y que abducen a los humanos a puñetazo limpio. Lo que ocurre es que gran parte de la película está construída a base de insertos de imágenes de otros filmes, con lo cual ni el hombre ni el ovni son los mismos en algunas escenas. Encima hay insertos de un filme erótico para animar un poco el desastre. ¿El resultado? Algo parecido a una mala alucinación.

Carne apaleada (1978)

Estamos en plena transición, momento de la eclosión del llamado cine clasificado S. Y vamos a aprovechar para rescatar una de las películas más delirantes que se han rodado en nuestro país, dirigida por Javier Aguirre y que mezcla sin pudor alguno política y morbo. Esperanza Roy es ingresada en un presidio femenino y se siente atraída por otra reclusa interpretada nada menos que por Barbara Rey. A partir de ahí sucede de todo. Duchhas colectivas (con la célebre frase: «lavaros bien el nido, puercas», que pronuncia una de las guardianas),. tampco tiene desperdicio el momento en el que, mientras se fuma un canuto, la protagonista comenta: «Me gustaría poder leer algo de Tagore». Y luego dirán que la hierba no provoca efectos secundarios… señor, señor… El final de la película es además de traca. Con una de las protagonistas tumbada sobre las vías del ferrocarril, espatarrada y esperando a que el tren le pase por la entrepierna. Y vaya que si le pasa. Y encima el director lo repite a cámara lenta y desde todos los ángulos posibles. Ya no se hacen películas como esta.

Cocaína (1981)

Hay películas que aunque cueste creerlo, existen. Como esta, dirigida (es un decir) nada menos que por el inefable Jimmy Giménez Arnau. A medio camino entre la comedia, el documental lumpen y el cine puramente amateur, el amigo Jimmy nos cuenta las andanzas de un niño pijo llamado Mamón (en fin… sin comentarios), que quiere rodar una película sobre la droga y que organiza un casting en su propia casa. El protagonista está encarnado nada menos que por Josema Yuste, si el de los Martes y Trece, y a su lado aparece también como actor (es otro decir) ¡Alfonso Ussía! Así que ya pueden imaginarse la calaña de la cinta. De hecho, lo mejor que puede decir sobre ella es que es una película sobre la igualdad. Porque dan igual la raza, las creencias o ideas políticas del espectador que la vea. Es ofensiva a todos los niveles.

El tesoro de las cuatro coronas (1984)

¿Flipan con James Cameron y Avatar? Pues muchos años antes en España ya sabíamos lo que era rodar películas en 3D. Filmada en coproducción con Italia, y protagonizada por un actor yanki de saldo, Robert Ginty, esta cinta plagiaba descaradamente las aventuras de Indiana Jones. Pero, claro, en plan cutre. Inenarrable la escena de acción en una plaza de toros, los efectos especiales son dignos de los mundos de Yupi, y encima sale Paco Rabal totalmente despistado tratando de llegar a fin de mes con bodrios como este. Pero el mayor horror de todo el filme es la posibilidad de ver su protagonista femenina Anita Obregón en tres dimensiones. Si en dos ya resultaba pavorosa, no les contamos como queda la cosa con el efecto tridimensional.

Tras el cristal (1987)

En todos los diccionarios, junto a la palabra perturbadora, debería aparecer una foto de esta película. Fue el debut como director de Agustí Villaronga quien por aquel entonces también cultivaba la faceta de actor protagonizando junto a Nuria Espert un montaje de Yerma que se exhibió en medio mundo. Para tragarse esta cinta, hace falta tener entrañas. No porque sea mala, que no lo es, sino porque su argumento la hace difícilmente soportable. El protagonista es Klaus un ex carnicero nazi que se dedica a torturar, violar y asesinar niños. Tras un accidente queda tetrapléjico y condenado a vivir en el interior de un pulmón de acero. Entonces aparece en escena un tal Ángelo, que en su infancia fue víctima de los abusos de Klaus. Angelo se ha convertido en otro ser tan monstruoso como él y disfruta cometiendo los mismos crímenes que su mentor a la vez que le atormenta dentro de la máquina que le mantiene vivo. Deliciosa, ¿verdad? Por cierto, este año, Villaronga figura como los favoritos a ganar el Goya por Pan negro, que tampoco es que sea una de Frank Capra. Pero seguro que por ésta, jamás le habrían dado el premio. Súfranla a gusto.

Vicente Fernández López

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