Echa un vistazo a este cuadro de Ted Lay. Lo que sale de la boca de Einstein (está tomado de una foto real) y lo que enseña la Gioconda está claro, pero, ¿qué tiene Monica Lewinsky en las fauces? Varios de los que vieron colgada la obra en Naples (Florida) en 2001 creen que es un pene.
Es el precio de una fama arrastrada –nunca mejor dicho– desde 1503 o 1506. Si la auténtica Lisa Gherardini termina por levantar la cabeza de su tumba –creen haberla localizado–, no sabrá si estos cinco siglos la han convertido en icono de la belleza y el recato o en el juguete tanto de artistas como de pintamonas.
Quizá para preservarla de tanto manoseo, el Comité italiano para la Valoración de los Bienes Históricos ha pedido al museo del Louvre que se la preste unos meses a la Galería de los Uffizi (Florencia). Parte de la culpa de las mil versiones que el cuadro ha visto desde 1911 –la primera vez que se expuso en público– es de ella y de Leonardo por el mejunje de dudas que dejaron. Así que, tanto si localizan su tumba como si devuelven la tabla a Italia, bien podrían preguntarle unas cuantas cosas.
Para empezar, para algunos no es seguro siquiera que la dama sea auténticamente Lisa. La duda viene de lejos, pero en febrero pasado el mismo comité italiano apuntó que el rostro del cuadro podría estar inspirado en el amante de Leonardo da Vinci (Vinci, 1452-Amboise, 1519), Gian Giacomo Caprotti (“Il Salai”). Y eso que en 2006 un experto en incunables de Heidelberg, Armin Schlechter, halló un libro en que Agostino Vespucci, funcionario de la cancillería florentina, anotaba a mano en 1503 que el maestro renacentista estaba trabajando en un retrato de Lisa Gherardini. Por último, otros sostuvieron que la modelo fue una amiga del pintor de la que se conserva un dibujo.
Y ahora no te lo doy
También sería bueno preguntarle por qué Da Vinci nunca se la entregó a quien le encargó el retrato, Francesco del Giocondo (un comerciante textil). Ah, pero ¿se lo encargó él? Porque eso tampoco está claro. Ni siquiera los restauradores del Museo del Louvre (París) saben cómo es que acabó en manos del rey Francisco I de Francia (1494-1547). Ese virtual interrogatorio bien podría incluir también otra aclaración: si la Mona Lisa iba a servir para adornar su nuevo palacio adquirido en 1503 o si quiso conmemorar el nacimiento de su segundo hijo, Andrea.
¿Y el velo? ¿Es un simple signo de virtud o responde al luto por la muerte su hija en 1499? Aparte de los análisis históricos y artísticos sobre estas cuitas misteriosas, lo más interesante que se ha hecho con su imagen en los últimos años fue usarla para estudiar los cánones de la belleza humana mediante un programa en la Universidad de Jerusalén.
Lo que ni ella, ni el propio Da Vinci, sabrían responder es por qué su mirada y su sonrisa entre socarrona y sugerente da para tantas tesis y reinvenciones; y también para tantas majaderías. La influencia artística de su inquietante realismo turbó incluso a surrealistas rabiosos como Dalí en su Autorretrato como Mona Lisa.
Sí está claro que la Gioconda, en manos de una buena gestora de derechos, habría recaudado para comprar a Leonardo un palacio en el centro de Florencia. Al Louvre le procura unos seis millones de entradas vendidas al año, y se calcula que 400 marcas y más de 60 productos han usado ya su imagen o su nombre hasta hoy. Qué mona.