A principios de octubre de 2003, al tiempo que se difundía la noticia de la detención en Barcelona de siete jóvenes que supuestamente grababan en vídeo las palizas que les daban a los indigentes, corría el rumor de que el FBI había retirado de una web (www.ogrish.com) un terrible vídeo en el que se veía cómo el corresponsal norteamericano Daniel Pearl era degollado en Pakistán por terroristas islámicos. Estas noticias, unidas a  las denuncias del actor porno Rocco Siffredi sobre la existencia de un comercio clandestino de cintas con asesinatos cometidos en la guerra de los Balcanes, resucitaron el terrorífico mito de las snuff movies.

Quienes hayan visto Tesis o Asesinato en 8 mm sabrán de qué va el tema. Las películas snuff (término coloquial inglés que significa “palmarla”) son cintas en que se recogen violaciones, torturas y asesinatos reales. Se trata de una leyenda tan vieja como el propio cine, ya que se lleva décadas hablando de la existencia de un comercio secreto de este aberrante material. Pero, ¿tiene algún fundamento este mito? La mayoría de los especialistas coinciden en afirmar que las snuff movies sólo son una escalofriante leyenda urbana. “Existen vídeos donde se ven muertes reales en guerras o accidentes de tráfico. Pero no serían propiamente películas snuff. Para que una cinta merezca esta etiqueta, se requiere que quienes la han grabado hayan asesinado a su víctima con la precisa intención de filmar el acto criminal para luego vender la cinta”, explica Francisco Moreno, crítico de cine.

El origen de esta macabra leyenda está en el año 1974. Allan Shackleton, jefe de la Releasing Corporation (productora de cine  independiente de Nueva York), escuchó de boca de un amigo el relato de cómo en lugares remotos de América del Sur circulaban películas clandestinas en las que se veían asesinatos reales. Fascinado por esa macabra historia, Shackleton mandó a Argentina a Michael y Roberta Findlay (un matrimonio de directores) a rodar una película de terror barata. La diferencia con otros filmes de horror consistía en que en este, al final de la cinta, se iba a reconstruir el asesinato de una mujer, que harían pasar por auténtico.

Un macabro estreno

Dicho y hecho. La película se estrenó en Nueva York sin títulos de crédito, rodada en cámara subjetiva  y hablada en español (para darle, así, apariencia de auténtica). En el cartel se veía la imagen de una mujer partida en dos por unas tijeras, acompañada de la siguiente leyenda: “Una película que sólo podía haberse rodado en Sudamérica, donde la vida humana no vale… NADA”. Este reclamo sensacionalista, unido al título del filme, que se llamó explicitamente Snuff, marcan el nacimiento de una leyenda que perdura hasta nuestros días.

El resto ya es historia. El rumor de que el asesinato que se podía contemplar en la película era real corrió como la pólvora por toda la ciudad, y provocó la intervención del fiscal del distrito de Manhattan. Y aunque los efectos especiales eran realmente deplorables (quienes la han visto afirman que resulta muy difícil creer que las mutilaciones de la película pudieran llegar a pasar por auténticas), la investigación sólo concluyó cuando Shackleton presentó ante el tribunal a la actriz supuestamente asesinada.

La historia puede dar risa, y resulta fácil tachar de ingenuos a los neoyorkinos de entonces, pero el público europeo resultó igual de crédulo cuando, en 1979, se estrenó Holocausto caníbal. La película era, supuestamente, una cinta encontrada por un antropólogo en la selva amazónica. En ella se veía cómo unos reporteros eran asesinados y devorados por los indios yanomamos. Uno de los expedicionarios había filmado el tormento de sus compañeros, y luego, la cámara había seguido grabando sola, de forma que plasmó también la agonía del operador.

La apariencia semidocumental de la cinta, unida al atroz realismo de los efectos especiales y a varios planos en los que se veía a algunos animales sacrificados y mutilados, convencieron al público de su autenticidad. Pero todo era una patraña. Se trataba de una película de ficción dirigida por el italiano Ruggero Deodatto quien, al igual que su colega americano, acabó frente a los tribunales. Aunque Deodatto también puso fin al proceso al demostrar que los actores estaban vivitos y coleando, casi dio con sus huesos en la cárcel cuando varias asociaciones ecologistas le acusaron de haber incitado a los nativos amazónicos a mutilar y aniquilar a los animales. El director se defendió alegando que esas muertes también eran ficticias, pero en este caso nadie le creyó. Finalmente, la fiscalía cerró el caso para no echar más leña al fuego.

Guinea Pig

A partir de ese momento (quizá por la sensación de ridículo que causó en el público la tomadura de pelo de Deodatto), el mito de las snuff movies entró en un período de letargo, del que no despertó hasta 1991, año de la espeluznante Guinea Pig. Todo comenzó cuando el actor Charlie Sheen, protagonista de Platoon y Wall Street, recibió una misteriosa cinta de vídeo. El susto que se llevó al verla fue de los que hacen historia.
La cinta mostraba el paseo nocturno de una mujer oriental, quien era espiada y grabada por alguien cuyo rostro no se veía en ningún momento. Al darse cuenta de que estaba siendo acosada, la asustada joven trataba de escapar, pero acababa siendo acorralada en un callejón por su misterioso perseguidor, quien le pinchaba en el brazo con una jeringuilla. Después, ella, narcotizada, perdía el sentido.

Al recobrar el conocimiento, la joven se encontraba atada a una camilla de pies y manos. La cámara abría el plano y mostraba que en la estancia se encontraba también un hombre disfrazado con una máscara de samurai. Provisto de una terrorífica colección de cuchillos, katanas y bisturís, el inquietante sujeto comenzaba a desmembrar a la mujer. Primero, cortándole los brazos; luego, las piernas, la lengua, las orejas…
El samurai acababa abriendo en canal a la desdichada  y sacándole todas sus vísceras, y como fin de fiesta, el asesino posaba frente a una pared de la que colgaban los miembros y órganos de su víctima, como si fueran obras de arte. Llegado a este punto, Sheen llamó al FBI para entregarles la aterradora cinta.

Nuevamente se abrió una investigación policial, y una vez más se descubrió que la alarma no estaba justificada. La cinta que había recibido el actor era de un realismo aterrador, pero se trataba de pura ficción. Era uno de los episodios de una producción marginal hecha en Japón y conocida como Guinea Pig, que consta de seis capítulos, todos ellos reconstrucciones de episodios horrorosos (poemas de muerte y sangre según sus defensores, que también los tienen; y es que hay gustos para todo). Concretamente, el repulsivo episodio que traumatizó a Sheen recibe el título de Flores de sangre, y su autor es Hideshi Hino, un pintor y dibujante de cómics japonés cuyo tema favorito es descuartizar y torturar mujeres, lo que le ha granjeado las iras de las feministas de su país, indignadas por su afición a convertir en carnaza el cuerpo femenino.

Dejando de lado las implicaciones morales y éticas que despierta esta cuestión, esta anécdota se ha repetido en casi todos los países donde han podido verse estos vídeos. En 1994, un abogado de Amsterdam puso una denuncia tras ver el mismo episodio que antes se ha relatado, y muchos goremaníacos aún creen que Guinea Pig-Flores de sangre es una auténtica snuff movie.

Crónica negra

Fuera del mundo del cine, los rumores populares han sugerido en muchas ocasiones que las snuff movies estaban detrás de varios de los más famosos casos de la crónica criminal, especialmente en Estados Unidos.
Así, cuando en el verano de 1977 la ciudad de Nueva York se vio sacudida por los horripilantes crímenes cometidos por un psicópata apodado “el hijo de Sam” (y que resultó ser un asesino llamado David Berkowitz), se dijo que el criminal había filmado todas las muertes por encargo de Roy Radim, un  empresario de Long Island que quería añadir auténticas cintas snuff a su colección de películas pornográficas y sadomasoquistas. La policía y el FBI han desmentido esta historia en numerosas ocasiones, pero eso no ha impedido que la cuestión siga arraigada en el imaginario colectivo de la ciudad de los rascacielos.

Otros asesinos en serie han sido vinculados con el snuff. Se dijo que Charles Manson y su grupo  grababan este tipo de cintas y que llegaron a filmar el asesinato de Sharon Tate en 1963. Algo parecido se dijo de Henry Lee Lucas, el homicida que inspiró la película Henry, retrato de un asesino, quien, según cuentan, antes de ser detenido tuvo tiempo de vender en la frontera de México las filmaciones de sus crímenes.
Aunque la policía siempre ha desmentido la existencia de dichas películas, eso no ha sido impedimento para que este tipo de rumores vuelvan a repetirse cada vez que se comete un crimen particularmente morboso. Recientemente, en Ciudad Juárez, México, donde 269 mujeres han sido asesinadas en los últimos nueve años, ha resurgido este mito. Incluso en España, cuando se cometieron los horribles asesinatos de las niñas de Alcàsser, se insinuó (siempre lo hicieron fuentes no oficiales) que el móvil de los asesinos fue grabar una película snuff.

Una vez más hay que repetir que en ninguno de los casos citados se ha aportado un indicio mínimamente fiable que apoye dichas hipótesis, pero sí es interesante citar al investigador Ted McIlvana, una de las máximas autoridades en la materia, quien, tras visionar nada menos que cien mil vídeos violentos a lo largo de veinticinco años, sólo reconoce haber visto en la pantalla tres muertes auténticas. “Dos de ellas eran accidentes grabados por alguien que estaba cerca de la víctima en el momen­to fatal. La tercera era el aberrante sacrificio de un niño jorobado durante una extraña ceremonia en el Norte de África. Y en este último caso, aunque todo parece indicar su autenticidad, sigo albergando mis dudas”. De similar opinión es Ken Lenning, inspector jefe de Scotland Yard durante los años 90 en la División de Delitos Sexuales, quien asegura que, a pesar de las denuncias que la prensa sensacionalista británica realizó durante esa década sobre supuestas redes de distribución de películas snuff, jamás encontró la menor prueba de su existencia.

Faces of death

Lo que no deja lugar a duda es la fascinación que la violencia y el morbo ejercen sobre cierto público. Prueba de ello es la existencia de unas cintas conocidas con los nombres de Faces of death y Trades of death, cuyo contenido es una macabra exhibición de muertes en accidentes de tráfico y conflictos bélicos, mezcladas con imágenes procedentes de autopsias. Comenzaron a circular a finales de los 70, y el historiador cinematográfico Román Gubern afirma haber comprado dos de ellas en 1980, en un videoclub de Boston. Actualmente, comercializar este material está prohibido en la mayoría de los estados norteamericanos, y en países como Canadá y Dinamarca. En España, fuentes del Ministerio del Interior afirman que no se ha detectado hasta la fecha la existencia de este tipo de cintas.

Pero, si las leyes han conseguido desalojar estas grabaciones de las estanterías de los videoclubes, internet se ha convertido actualmente en su refugio. Páginas como www.ogrish.com son el escaparate ideal para quienes quieren mostrar este morboso material. Allí, a los pocos días de cometerse el brutal atentado de Bali, podían verse fotos de las víctimas y heridos, junto al supuesto vídeo de la amputación de un pie a un soldado herido durante la guerra de Bosnia.

De todo esto se deduce que quizá esas cintas e imágenes macabras sean lo más parecido a las snuff movies, aunque, como explica el prestigioso director y guionista Paul Schraeder, “que existan o no las películas snuff es lo menos importante. Es la voluntad del público en creer en esa fantasía maligna lo que hace que el mito sea interesante”. 

El cine Mondo

Podría considerarse como el antecedente lighth de las películas snuff.
Debe su nombre a Mondo cane (Este perro mundo), documental filmado por Gualtiero Jacopetti (en la foto). Con ella nació un subgénero que los italianos cultivaron hasta los años 80. Son cintas donde se detallan atrocidades (circuncisiones, ritos de ablación…). Las más brutales son Adiós, África (1976), dirigido también por el padre del invento, Jacopetti, quien fue acusado de pedir a un pelotón de fusilamiento que retrasara una ejecución para rodarla con sus cámaras, y Hombres salvajes, bestias salvajes (1975) de Antonio Climati. Este último brilla por dos brutales momentos: en uno, un turista es despedazado y devorado por leones ante la cámara durante un safari. El otro describe el ritual de virilidad de un adolescente africano que le amputa los genitales a su perro y se los come para asumir su potencia sexual. 

Tongo-snuff

Con Snuff, cinta rodada en Argentina, nació un mito del horror. La película incluía un asesinato supuestamente real, pero los efectos especiales son tan cutres que se advierte claramente que el cuerpo es un mániquí.

Holocausto caníbal

Película italiana cuyas atrocidades (antropofagia, empalamientos…) quisieron pasar por auténticas. Otro falso snuff.

Guinea pig

Una brutal imagen de Guinea Pig-Flores de sangre; al ver este vídeo, Charlie Sheen creyó que el asesinato de la chica era real. las imágenes son de un realismo atroz y pueden pasa rpor auténticas. Pero es un asesinato ficticio.

Snuff a la española

Al final de Historias del Kronen, el protagonista, Juan Diego Botto, poseído de un delirio febril, asesina a un amigo y lo graba en vídeo.

Tesis

Ana Torrent en Tesis, película que catapulto a la fama a su director, Alejandro Amenábar, y que puso de moda este tema.

El caso Björk


No es propiamente una snuff movie, pero es de lo más parecido que se conoce. La historia de la cinta arrancó en 1996 cuando Ricardo López, un mecánico de 21 años afincado en Florida y obsesionado con la cantante islandesa Björk, quiso asesinar a su ídolo (tras haberla visto en una revista con su novio de raza negra) enviándole una carta bomba. Afortunadamente, esta letal misiva fue detectada y desactivada a tiempo.
Ricardo se encerró en el sótano de su casa y allí grabó un aterrador vídeo. Con la cabeza rapada y el cuerpo pintado de color rojo sangre, como si fuera un guerrero primitivo, el demente se pegó un tiro en la sien delante de su cámara casera.
Esta sobrecogedora cinta ha sido emitida por televisiones de varios países, entre ellas La 2 de TVE aunque con su trágico y brutal desenlace censurado.

El asesino del super 8.

David Berkowitz, apodado “el hijo de Sam”, rodó todos sus atroces crímenes (según los ru­mores populares) con una cámara casera. A la derecha se ve la carta que dejó junto al cuerpo de una de sus víctimas, con una ma­cabra y burlesca rú­brica en la que se mofa de la policía y amenaza al alcalde de Nueva York.

La víctima y su verdugo.

Según la leyenda, Charles Manson vendió a un millonario la cinta con el asesinato de Sharon Tate.