Entre un pez y el ser humano hay ciertas cosas en común. Además del gusto por el agua y la capacidad de crecer y multiplicarnos, heredamos de ellos la simetría. Las ventajas evolutivas de ser un pez simétrico son evidentes. Un pez con aletas en un solo costado nadaría en círculos, y si alguna vez existieron peces con ojos sólo en un lateral debieron ser presa fácil para cualquier depredador que se les acercase por su lado ciego. La simetría dota a los peces de una forma aerodinámica, adecuada para rápidos desplazamientos en el agua.
En otros mares más antiguos, mucho antes de los peces, cuando lo importante no era moverse sino protegerse del medio, podríamos encontrar primitivos seres vivos con una membrana esférica, ideal para encerrar el máximo volumen con la mínima superficie, una simetría para sobrevivir y, como explican los teóricos de la evolución “lo más económico para la naturaleza es seleccionar aquellas propiedades físicas que son útiles para la supervivencia”. Así, herencia tras herencia llegó hasta nuestros días la imagen en el espejo de alguien que se parece a nosotros y que tiene sus órganos distribuidos por pares simétricos: dos ojos, dos agujeros en la nariz, dos brazos y dos pies, situados a ambos lados de un plano de simetría.
Nuestra simetría externa es lo que en biología se conoce como simetría bilateral, y la compartimos con todos los grandes vertebrados, artrópodos y moluscos (con alguna excepción rebelde).
A nosotros, esta simetría también nos resulta útil: es un medio de vencer la gravedad con un mínimo esfuerzo y una fórmula adecuada para mantener el equilibrio y permitir la locomoción. Por otro lado, nuestro simétrico par de ojos, en coordinación neuronal, nos permite una visión estereoscópica en tres dimensiones, ideal no sólo para cazar presas que se mueven, sino también para una manipulación óptima de instrumentos con nuestro simétrico par de manos. Y más allá, tenemos un cerebro dividido, ¿será por eso que no dejamos de dudar?
El operador binario
Nuestro cerebro y sus dos hemisferios, fisiológicamente simétricos, recibió del psiquiatra americano ya fallecido Eugene d’Aquili, el nombre de operador binario. Según sus teorías, tendríamos una estructura cerebral responsable de la división del mundo en términos opuestos, duales y simétricos que está presente en la historia de la Filosofía, como en las ideologías de tipo político (la división eterna entre izquierda y derecha) o religiosos (concepto maniqueo del bien y el mal). Analizamos el mundo dividiéndolo en sus contrarios. El caso es que a los humanos, como miembros de la especie sexuada que inventó el ahora tan de moda yin y el yang, la simetría nos atrae como el imán el hierro. Según algunas investigaciones, incluso más de lo que pensamos. Ciertos científicos han empezado a plantearse que nuestro amor por la simetría puede tener algo que ver con el más puro y primario objetivo de la especie: la reproducción.
Una de las teorías más curiosas sobre las ventajas evolutivas de ser simétrico es la que desarrolló el famoso especialista en biología de la evolución Randy Thornhill (Universidad de Nuevo México) basándose en 16 estudios realizados tanto en Estados Unidos como en Europa. Según Thornhill, “la simetría es un síntoma de salud, y tanto los animales como los humanos perciben la simetría como criterio para la selección de parejas para la reproducción, pues tener frente a ti a alguien simétrico y proporcionado (no olvidemos que el diccionario define simetría como “proporción armoniosa entre las diversas partes”) implica cierta salud genética”.
La simetría en ese caso sería una ventaja, y los animales tenderían a desarrollarla incluso con independencia de su potencia genética, para garantizar su reproducción. En la misma línea de estas investigaciones, los estudiosos del tema de los rasgos faciales explican que, según sus estadísticas, a los humanos nos resultan más atractivos los rostros más simétricos, aunque sin necesidad de llegar a la simetría perfecta, mientras que las asimetrías muy marcadas tienden producir signos de rechazo.
Juegos y Herramientas
Habituados a nuestra simetría, no parece difícil entender que diseñemos un mundo simétrico. Que los lápices tengan simetría de rotación tiene una ventaja: se pueden usar en cualquier posición, que los auriculares de los equipos de audio sean simétricos tendrá una ventaja, que se acomodan a una simetría preexistente, esto es, la de tener dos oídos, como sólo simétricas podrían ser las gafas y los pantalones. Para jugar con igual ventaja, hacemos juegos simétricos, como el campo de fútbol o un ajedrez. Nuestro cerebro partido en dos es el que desarrolla carreteras y autopistas en las que los cruces comunicados en todas direcciones dan lugar a simétricos tréboles de asfalto.
En ingeniería y arquitectura cumple desde antiguo una función utilitaria al equilibrar las cargas y pesos de forma óptima. Nada sería sin simetría un puente romano o el arco de medio punto. En óptica, además de la calidad y la homogeneidad del vidrio, es necesaria una curvatura adecuada y simétrica que dé un enfoque satisfactorio.
La búsqueda de la belleza
Además de la utilidad, el ser humano persigue en lo que hace una cualidad extraordinaria: la belleza. Del mismo modo que un rostro nos parece bello si es simétrico, el arte jugó con la simetría desde sus orígenes. La construcción de templos y obras monumentales, como las pirámides Mayas y las del antiguo Egipto, son un buen ejemplo de celebración de la simetría. En la Edad Media se consideraba la expresión de una armonía misteriosa, y de hecho los escudos heráldicos que se diseñaban entonces son una perfecta búsqueda del equilibrio y armonía en la composición. La simetría no es ajena a ninguna de las artes: se esconde en la métrica de la poesía y hay compositores que jugaron con ella y crearon lo que se conoce como música palíndroma: lo hicieron Bach, Mozart, Haydn, Bartók, etc.
Pero si, por esas cosas del azar, lo humano desapareciese de este mundo, o si nunca hubiese llegado a existir, si desaparecieran nuestras herramientas, nuestros campos de fútbol y nuestras obras de arte, quedaría la simetría radial de la estrella de mar y la flor, los ordenados gajos de una naranja, el caprichoso eje cuaternario del trébol de cuatro hojas, que seguiría sin traer suerte a nadie.
Cristales perfectos
E incluso sin vida habría simetría. De vez en cuando encontramos en la naturaleza perfectas formaciones cristalinas de minerales que nos lo recuerdan. Cuarzo y pirita, calcita y galena, la mayor parte de las veces crecen en granitos pequeños que tienen las mismas formas que los grandes, aunque sean inapreciables a simple vista. En su figura externa se refleja su estricto orden atómico. Y no siempre son necesarios largos períodos de tiempo geológico para formarlos.
Cuando se estudiaron por primera vez las formas de los cristales minerales, se descubrió que cualquier cristal de un mismo mineral presenta ángulos constantes entre sus diversas caras. El descubrimiento debió producir la sensación de que la naturaleza hablaba con palabras secretas. Esa ley de la invariabilidad de los ángulos es, en efecto, una consecuencia, una manifestación de la simetría con la que se ordenan los átomos y moléculas que forman el cristal. Los cristalógrafos sistematizaron todas las combinaciones de simetría posibles en nuestro espacio de tres dimensiones, y clasificaron todas las sustancias cristalinas de acuerdo con estas combinaciones.
Su trabajo fue una de las piezas clave necesarias para que siglos después otros científicos llegasen a desentrañar, mediante la ayuda de técnicas de difracción de rayos X, la estructura cristalina y molecular de todo tipo de sustancias, tanto naturales como sintéticas, fármacos, proteínas e incluso la estructura en forma de simétrica doble hélice del ADN, que también tiene un orden simétrico, como lo tienen las órbitas planetarias, las galaxias lejanas, y la microscópica estructura interna de un grano de polen.